Liliana Romero y Norman Ruiz no sólo comparten la filmografía, sino también la vida. Codirectores de tres largometrajes y un corto, se casaron en 2004, después de su inédita ópera prima El color de los sentidos. “Nos conocimos en el corto El sueño de Ramona Montiel. Trabajamos tanto tiempo juntos que dijimos ‘bueno, casémonos’”, bromea Romero, que en 1997 dirigió uno de los segmentos del film colectivo Historias Breves II, Tanto te gusta ese hombre. La dupla, encargada de llevar a la pantalla grande el poema Martín Fierro en la película homónima de 2007, estrenará mañana Cuentos de la selva, un proyecto pergeñado por Jorge Maestro, quien aglutinó a varios de los personajes más célebres imaginados por la pluma del escritor uruguayo Horacio Quiroga en 1918. Para eso, este guionista, portador de una larga trayectoria televisiva que abarca desde el costumbrismo de las tiras de Pol-ka hasta el policial en el recordado unitario Zona de riesgo, ideó una fábula que narra el derrotero de un grupo de animales autóctonos del litoral argentino encabezados por una pareja de coatíes, que portan las voces del cantante Abel Pintos y Eugenia Tobal.
Los pequeños mamíferos deben mancomunar esfuerzos con el hijo de un operador de la empresa encargada del desmonte de la selva para preservar el terreno. “Es una historia focalizada en la ecología, en el desmonte. La película es una denuncia pura contada para chicos, pero sin subestimarlos. No hay vueltas ni moralina, sino un mensaje claro. Esto no es Fierro, donde tuvimos ciertas licencias más adultas”, asegura Ruiz, también montajista.
La película luce como un híbrido entre el 2D y el 3D. ¿Cómo lograron eso? Según Ruiz, “los híbridos se corresponden a la necesidad de encontrar cómo favorecer el relato de la película dentro de un determinado presupuesto. Si hacíamos todo en 3D no llegábamos con los tiempos ni con el dinero porque necesitábamos muchos renders y tecnología, además de gente que sepa manejarla. Tengo que saber dónde poner el presupuesto para que rinda de la mejor forma posible. Por eso Liliana, como directora de arte, se inspiró en las máscaras guaraníes, lo que nos permitió manipular las texturas. Después, como no podíamos hacer todo en 3D, los fondos fueron pintados a mano con acuarelas. En Fierro hicimos algo similar con óleos y animé”. Romero, en tanto, sostiene que “al momento de pensar un proyecto nos planteamos qué tenemos y qué no. Hay que hacer un balance y buscar una resolución creativa para que lo que no tenés no genere una falencia. También nos movemos dentro de los parámetros donde nos sentimos más cómodos. Pintar los fondos a mano y que sean 2D es una técnica que nosotros ya la venimos usando como marca personal”.
–En cierto sentido, es paradójico. Cuando el cine de animación en general procura ir hacia lo real, ustedes apuntan hacia otro lado.
N. R.: –Es que lo real es Pixar y Dreamworks. Y nosotros no somos eso, somos películas autóctonas. Desde García Ferré que en Argentina se hace una animación distinta.
L. R.: –Se trata de buscar una identidad en lo que hagas, no tener como referente al cine norteamericano como LA animación, sino como un tipo más. Después tenés muchas cosas para sacar tu propia manera de hacerla. Eso es un poco lo que me parece que hay que cambiar, que lo norteamericano está bien hecho. No hay una animación que esté bien y otra que esté mal; son decisiones estéticas.
–Su película anterior estaba basada en el Martín Fierro. ¿No les da temor adaptar textos con tanto arraigo en la cultura popular?
L. R.: –Lo que buscamos es transformar un relato literario en uno cinematográfico. No estamos atados al texto ni a la estructura porque el cine tiene su lenguaje particular, sus códigos, sus tiempos.
N. R.: –Lo trabajamos desde el respeto y la admiración. En Cuentos de la selva están todos los personajes de Quiroga dando vueltas. El guionista hizo una mezcla para formar un cuento único. Por ejemplo, de “Historia de dos cachorros de coatí y de dos cachorros de hombre”, que es una relato trágico, tomó solamente a los dos coatíes. Lo fundamental es que los chicos entiendan el concepto de la historia, la esencia. Disney contó la mitología a su manera con Hércules. Después, más grandes, entenderán de qué se trata. Acá pasa lo mismo, es una entrada al libro para aquellos que no lo leyeron.
–¿La decisión de no mostrar a los adultos hasta casi el final se relaciona con ese criterio?
N. R.: –Sí, nosotros necesitábamos que el punto de vista cinematográfico fuera a la altura del coatí, de los animales y de un nene de ocho años. Fue más difícil ocultar a los adultos que mostrarlos. Al mismo tiempo nos servía a nivel producción para dejar los faciales, que era lo más complejo. Al malo se lo ve cuando decide desmontar a fuego la selva. Al padre decidimos mostrarlo recién cuando se da cuenta de que debe entender a su hijo. Así y todo, él baja hasta la altura de la cámara, se agacha para abrazarlo. Nosotros pensamos mucho esas decisiones para que vayan en función de la trama.
–Liliana, usted es licenciada en Artes Plásticas. ¿Cómo influye esa formación al momento de pensar algo tan maleable como la animación de un personaje?
L. R.: –Cada vez que empezamos a armar una película busco entre los pintores que más me gustan la referencia de hacia dónde ir. En Fierro trabajamos con los pintores de la época en que José Hernández escribió el poema, y acá usé al francés Henri Rousseau. A partir de ahí busqué técnicas y elementos para plantear la selva frondosa y repleta de colores. La animación une las cosas que más me gustan: la plástica y el cine. Por eso me siento muy cómoda en este formato, voy a seguir por este lado.
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