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Lunes, 14 de noviembre de 2011
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Entrevista al estadounidense Willem Dafoe, que presentó en Mar del Plata el film A woman

“Cada vez que actúo enfrento al miedo y a la inseguridad”

El actor dice no tener alianzas con nadie, excepto con su “flexibilidad” y su “curiosidad”. Y subraya respecto de sus personajes: “Es imposible decir cuál es mi favorito porque son todos como mis hijos. Pero mi debilidad sin duda es Bobby Peru, de Corazón salvaje”.

Por Ezequiel Boetti
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Willem Dafoe prolongará algunos días su presencia en la Argentina, porque presentará una producción de Disney.

Desde Mar del Plata

Como el fútbol argentino, hay un Willem Dafoe para todos. Quizá algún lector opte por la nobleza martirizada de su sargento Elias Grodin en la multipremiada Pelotón; otro, por la humanización de Jesús en La última tentación de Cristo, o ese psicópata seductor que fue el Bobby Peru de Corazón salvaje. También, por qué no, un amante del pochoclo puede ver en esa cara diabólicamente perfecta el rostro del Duende Verde, antihéroe de la primera Spiderman. Y si se trata de un espectador habitué del circuito festivalero sabrá que se expuso de cuerpo entero para el Anticristo de Lars von Trier, uno de los ejercicios autorales más polémicos de la última década. El abanico de propuestas está lejos del capricho dominguero del cronista. Podría decirse, incluso, que Dafoe es a la actuación lo que Steven Soderbergh a la dirección: un artista-artesano norteamericano de alcance popular, que navega seguro en todos los géneros posibles y alterna entre superproducciones taquilleras y películas independientes sin patrón estilístico vinculante. “No tengo alianza con nadie”, asegura en la entrevista con Página/12 realizada durante su paso por el Festival de Mar del Plata. El actor pisó La Feliz en plan de presentación de A woman (ver aparte) y brindó una conferencia abierta al público en un atiborrado salón contiguo a la sala del Teatro Auditorium.

La diversificación es inherente a su ser. Nacido en 1955, Dafoe comenzó a despuntar el vicio de la actuación a mediados de los ’70, cuando fundó la compañía de teatro neoyorquina The Wooster Group. “Era un teatro muy pobre y tuvimos que pelearla durante años, pero lo más importante fue que pudimos mantenernos en pie. Los actores y técnicos éramos intercambiables entre nosotros y como no había dinero usábamos todo lo que teníamos disponible para armar las obras. Eso me formó muchísimo como actor”, recordó en la charla. No pasó mucho tiempo hasta que una mujer se fijara en la particularidad de sus rasgos. Era la por entonces debutante Kathryn Bigelow y se trababa del que sería su primer protagónico, The Loveless. “Era una producción muy pequeña y me encantó formar parte de una comunidad en la que sus integrantes trabajaban en un mismo sentido”, aseguró. La película pasó con más pena que gloria, pero fue el trampolín a dos trabajos con directores emblemáticos de aquellos años: Walter Hill y el inoxidable Willian Friedkin, el mismo de El exorcista. Lentamente, el cine empezaba a familiarizarse con ese rostro capaz de transmitir temor, odio y locura con una sola mueca.

Pero la mundialización de su nombre llegaría en 1986 con un rol alejado de esas características: el sargento Elias de la inolvidable Pelotón, película cumbre en la filmografía de Oliver Stone: “En ese entonces las películas de Vietnam tenían un estilo y una temática similar a Rambo, por lo que fue muy complicado hacerla. Pero se empezó a armar y cuando conocí a Oliver me sorprendió porque él era distinto de todos. Tenía una energía y una pasión que no había visto antes. El quería que me sumara a su aventura y yo estuve encantando de hacerlo. Pensé que era bueno para mí y que no la vería nadie. Afortunadamente me equivoqué”. Y vaya si lo hizo. Pelotón no sólo fue un éxito de crítica sino que se alzó con cuatro premios Oscar y esa misma cantidad de nominaciones, entre ellas la de actor de reparto para Dafoe.

De ahí en más no paró. En menos de tres años encarnó la epítome de la bondad y la maldad: Jesús (“Cuando mi representante me dijo que era para hacer de Jesús pensé que Scorsese estaba loco”) y ese diablo en cuerpo de hombre que era Bobby Peru. “Siempre me preguntan cuál es mi personaje favorito y digo que es imposible decirlo porque son todos como mis hijos. Pero mi debilidad sin duda es él”, confesó. Más allá del reconocimiento mediático por sus participaciones en Peligro inminente o El paciente inglés, la colaboración con David Lynch es la que mejor ilustra una de las características principales de sus trabajos: el minimalismo físico. Como destacó el programador y moderador Pablo Conde durante la charla, a Dafoe le basta con una dentadura postiza, un peinado engominado o algunos delineamientos de maquillaje para darles una carnadura espeluznante a sus criaturas.

“Una buena historia es maravillosa, un buen diálogo también, pero no son cosas por las que esté interesado. Por eso me gusta trabajar con directores fuertes en proyectos que muchas veces no sé a dónde van a terminar”, razonó ante la audiencia. Basta revisar sus dos papeles más importantes de la década pasada para validarlo: del cine mainstream y adolescente de Spiderman a la sodomización estilizada y en primer plano de Anticristo. “Son diferentes pero no tanto como se podría pensar. Creo que se lo malinterpreta a Sam Raimi cuando se lo cataloga como un director industrial. Spiderman es uno de esos raros casos en los que uno se divierte en el rodaje y el resultado es una película popular y de calidad. El se las arregló muy bien para hacer una historia personal que a su vez tuviera una llegada masiva. Lars von Trier, en cambio, tiene un objetivo muy personal y hace películas para sí mismo. Es un director al que le gusta mucho trabajar con lenguajes novedosos. Fue muy específico porque el contenido del film provenía de la vida de Lars. El había creado un mundo muy complejo pero dejaba espacio para la experimentación, así que todos los días nosotros viajábamos a un lugar nuevo”, reflexionó.

–¿Sus actuaciones le movilizan algún aspecto personal o son simplemente interpretaciones?

–Siempre te afectan porque estás invitando a una parte tuya a que salga y usando diferentes partes de tu “yo”. A su vez, hay partes internas que uno habitualmente no usa y, por el contrario, otras que sí lo hace, dependiendo del tipo de actuación que uno haga. Entonces si hacés una carrera de personajes violentos te familiarizás con cierto lenguaje y psicología específicos.

–¿Es difícil dejarse someter por un director?

–Es una buena palabra “someter”, y no sólo con mi mujer sino con todos los directores. A veces se confunde el rol del actor con la apatía o la pasividad, pero es todo lo contrario, porque podés dar lo mejor de vos cuando lo estás haciendo para otro.

–En ese sentido, en una entrevista usted dijo que lo que más le gusta es apropiarse de un personaje construido por otro. ¿Ahí está la clave?

–Sí, está totalmente relacionado. En cierto nivel, la actuación para contar cuentos es un ejercicio de compasión: tomar el punto de vista de otra persona, considerar su propia condición y, en este caso, convertirse en ella. En el corazón de la actuación está la vocación de crear, porque cuando uno es útil solamente a uno mismo se limita a la propia comprensión de las cosas. Además se pierde energía para aplicar a la actuación porque hay decisiones en cuanto a la composición que no las toma uno y se convierten en preestablecidas.

–¿Compone previamente a sus personajes o surgen de un vacío en el set?

–Depende, siempre es distinto. Toda película es singular y cada una requiere un tono diferente. La tarea del actor, entonces, consiste en encontrar ese tono. A veces te ponés un traje y decís “bueno, listo”. Otras veces hay que leer más, practicar, cometer errores, sufrir y recién después estás listo. Y a veces nunca se está listo, lo hacés igual y así y todo algo bueno sale. Porque esa es la belleza de los films; es algo colectivo que el resto del equipo puede mejorarlo, pero también empeorar.

–Fue Jesús, el Duende Verde y un vampiro, entre muchos otros personajes. ¿Cuál es su facilidad actoral para acceder a papeles tan diversos?

–Creo que se debe a que saco situaciones internas para afuera. Yo estuve en una compañía de teatro muchos años y las películas eran algo que veía de costado, no era lo central en la vida. Por supuesto que yo busqué esta diversidad, pero muchas veces simplemente ocurrió. No que no soy un actor al que nadie considere como una primera opción, sea el rol que fuere. Nunca.

–¿Por qué?

–Porque no me enfoco para darme a conocer como un actor con una característica en particular. O, más precisamente, no soy una estrella de cine. Las estrellas adoptan una suerte de personalidad y las películas se convierten en un vehículo para llevar esa personalidad adelante, mientras que el actor va por algo de forma mucho más desarmada para tomar la forma que ese lugar le requiere. Puede sonar obvio y quizá medio trivial, pero creo que esa es una diferenciación que uno puede hacer muy claramente, aunque sé que hay muchas estrellas de cine a las que da placer verlas porque hacen cosas muy divertidas. Pero cuando alguien me pide que repita algo que se me atribuye me pongo bastante nervioso. Siento que me minimizan cuando me dicen “das miedo”, “sos fuerte” o “tu voz suena de tal forma”. Obviamente que hay limitaciones y no hago todas esas cosas diferentes para demostrar lo que realmente puedo hacer, pero internamente es un placer no tener alianzas con nadie, excepto con mi flexibilidad y curiosidad.

–¿Y qué cosas le generan esas sensaciones a esta altura de su carrera?

–Muchas cosas, siempre y cuando estemos de acuerdo en que las cosas no son lo que parecen. Se trata de hacer pensar que era de una determinada forma cuando en realidad era de otra, es el juego del cambio de la percepción. Busco trabajar con cosas que me hagan cambiar lo que siento y alejarme del confort porque así se dispara mi imaginación. No me considero un intérprete porque no busco transmitir, sino representar.

–Además mencionó que no se sentía una estrella, pero sí es alguien muy famoso. ¿Lo padece?

–Por la forma en que yo lo experimento, sí. Viajo todo el tiempo como un vendedor, nunca sé cuál va a ser mi próximo trabajo, no tengo contrato o ningún tipo de seguridad que me vincule con alguien en particular. Muchas veces me siento como un tipo en el mundo sin saber qué es lo que va a suceder. En cambio, cuando pienso en las estrellas de cine pienso en un hombre en una pileta rodeado de mujeres en topless, tomando cocaína y esperando que suene el teléfono.

–¿Nunca sintió ganas de dirigir?

–No, aun sigo interesado en la actuación, siempre cambia. Hay muy pocas cosas que me generan impacto, pero cada vez que actúo me enfrento a los miedos y a la inseguridad. Uno sabe que los va a atravesar con éxito, pero esa especie de no saber, esa especie de desequilibrio interno, es algo con lo que uno aprende a vivir en la vida creativa y tratar de llevarlo a la vida real. Es algo con lo que uno está constantemente coqueteando. A veces me gustaría ser más corajudo en ese aspecto porque son cosas con las que uno se enfrenta todo el tiempo. Pero bueno, es parte de la naturaleza humana, y la actuación es un paralelo de la vida misma.

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