La vida y obra de Violette Leduc (1907-1972) parecen hechas para ser filmadas. Nacida en Arras en 1907, fue de esas mujeres que embaten contra su época como una cabra contra otra. De acuerdo con la astrología china, Leduc nació, de hecho, bajo el signo de ese animal montañés. El mismo signo de Balzac, Proust, Fellini, John Ford, Evita, François Truffaut y Simone de Beauvoir. Una cabra contra otra, una cabra a favor de otra: fue la célebre autora de El segundo sexo la que ofició de mentora de Leduc, a quien los mandarines que regían la literatura gala durante la primera mitad del siglo XX no veían con buenos ojos. Motivo principal: las referencias sexuales de algunos de sus escritos. De Ravages, novela de 1955, obligaron a extirpar las alusiones lésbicas, que irían a parar más tarde a Thérèse e Isabelle, llevada al cine a fines de los ’60.
Bisexual, con una vida que incluyó el desprecio materno, el incesto con el hermano, una relación de pequeña con su profesor de música, el contrabandeo para sobrevivir en tiempos de ocupación, abortos clandestinos y, claro, la ambigua relación con su protectora (todo lo cual describe en su libro de memorias, La bastarda), Leduc es la protagonista de Violette. El director Martin Provost contó con la gran Emanuelle Devos y la delgadísima Sandrine Kiberlain en los roles centrales. Tras su presentación en los festivales de Toronto, Londres y Nueva York y luego de algunas postergaciones locales, Violette se estrenará finalmente mañana en Buenos Aires.
–Provost, ¿cómo conoció a Violette Leduc?
–La había oído nombrar, pero quien realmente me la dio a conocer fue René de Cecatty, que a la larga sería coguionista de la película. Lo hizo durante el rodaje de mi película previa, Séraphine, que trataba sobre una artista plástica de vida muy difícil. Leduc escribió sobre Séraphine un texto que envió a la revista Les Temps Modernes (de cuyo comité editorial Simone de Beauvoir era miembro), pero rechazaron su publicación. Era un texto enormemente perspicaz, que Cecatty me pasó para que leyera, junto a la biografía de Violette, de la que es autor. Después devoré La bastarda, el libro de memorias de Violette, que es su obra maestra, y seguí con el resto de su producción.
–Séraphine lo llevó a Violette.
–Es que para mí son hermanas espirituales, sus historias parecen tocarse: ambas tenían una suerte de salvajismo, al margen de toda escuela. No por nada una escribió sobre la otra. Fue totalmente natural filmar la historia de Violette después de haber filmado la de Séraphine. Pienso que así como lo eran ellas, Séraphine y Violette son películas-hermanas.
–¿Se podría hablar de díptico?
–Absolutamente.
–¿Cree que habrá lugar para un tríptico?
–(Risas.) Eso no lo sé ahora. No tengo una tercera “hermana” en mente. Lo cual no quiere decir que eventualmente no pueda surgir. Pero tampoco tengo la menor intención de forzarlo. No se trata de algo programático de mi parte.
–Se nota, en la película, una voluntad de dejar afuera el escándalo al que la vida de Violette se prestaba.
–Leyendo sus libros advertí que era una persona solitaria, con una vida sexual complicada. Y no faltan en ellos, por cierto, descripciones detalladas de esa sexualidad, por lo cual cabía la posibilidad de adoptar un enfoque semejante para ponerla en escena. Pero a mí no me interesaba eso, sino su vida íntima, su mundo de la imaginación. Lo cual va un poco en contra de las tendencias dominantes en el cine y la televisión contemporáneos, que a lo que tienden es justamente a mostrar lo más que se pueda, a la evidencia y el escándalo. Yo quería filmar un mundo interior, filmado como si fuera la realidad externa.
–A pesar de que usted es escritor y el personaje también, no puede calificarse la película de “literaria”, por más que esté estructurada en capítulos, como si se tratara de un libro.
–Necesariamente tenía que reducir todo lo que tuviera que ver con lo literario: la actividad misma de escribir no es lo que se dice fotogénica. Imagínese mostrar durante un par de horas a una persona escribiendo. Andy Warhol tal vez lo hubiera hecho, pero yo no soy Andy Warhol. En el caso de Séraphine era distinto, porque un cuadro está hecho para verse y entonces podía mostrar todas sus pinturas, que era un modo de mostrar su mundo interior. Aquí no, por lo cual opté por entrar en sus recuerdos y su vida psíquica.
–Usted muestra a una mujer cuyos escritos eran flamígeros, pero sin embargo está llena de dudas sobre sí misma.
–Centré la acción en los años en que Violette se dedicó a escribir con continuidad, desde el momento en que su marido la convenció de que comience a hacerlo hasta la publicación de La bastarda. Durante todo ese tiempo, ella estuvo casi todo el tiempo sola y recluida, intentando encontrar, a través de la literatura, una liberación tanto de la opresión social como la familiar. Porque no olvidemos que todos sus escritos son profundamente autorreferentes.
–Sin embargo, usted muestra su vida social, sus contactos con gente que sí la comprendía o amparaba, como Jean Genet o Jean Cocteau.
–Sí, pero elegí no focalizar mi atención sobre esos contactos, reduciéndolos a la figura de Simone de Beauvoir, que tuvo una importancia mayor en su vida.
–¿Qué puede decir sobre la relación entre ambas?
–De Beauvoir estaba fascinada con ella, con el carácter salvaje de sus escritos, pero ella se negaba a asumirse como una intelectual. Violette estaba enamorada de Simone, mientras que Simone tenía hacia ella sentimientos más ambiguos. A su vez, Violette era una escritora inspirada, cosa que De Beauvoir no era. Esta intentaba mantenerla a cierta distancia, pero Violette no era fácil de dominar.
–¿Cómo llegó a Emmanuelle Devos?
–No llegué, siempre estuvo: escribí el personaje pensando en ella. Por suerte aceptó y contó con el tiempo necesario para el rodaje, porque yo estaba totalmente jugado, no tenía otra opción. Era ella o ella. El tema es que tuvimos que trabajar mucho, porque Emmanuelle no sabía nada de Violette. Cuando conoció al personaje terminó de involucrarse plenamente en el proyecto. Por más que tenía que pasar por cuatro horas diarias en la sala de maquillaje. Fueron tres años en total, en los que estuvo involucrada a pleno, desde el comienzo del proyecto hasta su finalización.
Traducción, edición e introducción: Horacio Bernades.
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