Hay documentales cuyo valor no reside en la forma sino en la información que suministran. Sobre todo, cuando esa información no es transmitida por otros medios. Durante más de hora y media, La jugada del peón da cuenta del impacto que el cultivo y consumo de semillas transgénicas, así como la utilización de agroquímicos de probado efecto tóxico, producen sobre el ambiente y los seres vivos, en el mundo entero y más concretamente en Argentina. Las cifras locales son pavorosas, con cientos de millones de litros de agroquímicos rociando el 60 por ciento de la superficie cultivada, triplicación de cánceres de niños a lo largo de una década y cuadruplicación de malformaciones en recién nacidos. Todo ello en las zonas más copiosamente fumigadas, tal como Pablo Piovano, fotógrafo de Página/12, testimonió a fines del año pasado en su impresionante producción El costo humano de los agroquímicos, y este documental dirigido por Juan Pablo Lepore viene a ratificar ahora.
Hasta tal punto La jugada del peón se despreocupa por la forma cinematográfica, que su cuerpo narrativo consiste básicamente en fragmentos de noticieros y producciones especiales de televisión, recopilados y, eventualmente, “comentados” por el montaje. Como cuando un audiovisual industrial, que explica en qué consiste el glifosato (el herbicida más difundido y deletéreo) se yuxtapone, en una misma serie de imágenes, con la escena de Frankenstein (1931) en la que el científico da vida al monstruo. De modo no siempre ordenado, La jugada del peón introduce al espectador en un léxico con el que conviene familiarizarse. Un léxico en el que palabras como monocultivo, sojización, desertificación, semillas transgénicas, agrotóxicos, glifosato, Round Up (el glifosato de Monsanto, el más usado en el mundo entero) llevan la voz cantante.
En términos de imágenes, entre las más impactantes de La jugada del peón se cuentan sin duda los testimonios en primera persona, brindados por vecinos de Monte Maíz (localidad de Córdoba regada con glifosato hasta el hartazgo), enfermos de cáncer o gente con hijos nacidos con malformaciones (en localidades de Entre Ríos, Chaco y Misiones, Piovano fotografió un año atrás casos semejantes, hasta el límite que la razón o el estómago pueden soportar). Esos testimonios han sido transplantados de noticieros de televisión, vale aclarar.
El documental de Juan Pablo Lepore recuerda también que Argentina es, en su condición de importante productor de granos, uno de los más afectados por el uso de agrotóxicos. Que gracias al rechazo de la ciudadanía, en la mayoría de países europeos Monsanto (corporación que en los años 60 patentó el “agente naranja”, que produjo en Vietnam millones de cánceres) debió echar atrás su proyecto de producir semillas transgénicas. Que en nuestro país los dirigentes que se oponen se cuentan con los dedos de media mano. Que sectores de la población y de la comunidad científica sí lo han hecho. Entre ellos los vecinos de Malvinas Argentinas, localidad cordobesa donde la multinacional, una de las mayores del mundo, debió parar la instalación de la mayor planta de secado de semillas transgénicas del mundo entero. No todo está perdido, recuerda La jugada del peón.
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