Hay un viejo dicho festivalero que afirma que las mejores películas en competición aparecen siempre cerca del final. Como para confirmarlo con creces se presentaron estos dos últimos días sendos largometrajes nacionales que han logrado levantar el nivel de la Selección Oficial Argentina varios peldaños. Se trata de dos films que no podrían ser más diversos entre sí, tanto en sus temáticas como en sus estéticas, sin dejar de lado los respectivos metrajes. La buena nueva es que, en ambos casos, los resultados están a la altura de las ambiciones.
Ambiciosa es, por cierto, la nueva película de Gustavo Fontán, el director de El árbol, esa pequeña gran película en la cual ya había demostrado su habilidad para partir de una historia minúscula y construir climas a partir de las precisas elecciones de fotografía, encuadre y montaje. En La orilla que se abisma, suerte de aproximación lírica a la obra del entrerriano Juan L. Ortiz, Fontán va más allá, eliminando cualquier vestigio narrativo que pueda entorpecer esta personal reelaboración de los versos del poeta en imágenes cinematográficas, entregando una película que abandona los caminos del documentalismo para entrar de lleno en el terreno del cine experimental. Sin locuciones ni didactismos respecto de la figura homenajeada, el film apenas si pone en pantalla un par de citas y deja oír un poema sobre el final de sus 64 minutos, centrándose en cambio en la búsqueda de potentes imágenes centradas en la naturaleza, el ser humano y su íntima cohabitación.
Lejos de acumular escenas, el realizador propone un juego de yuxtaposición y entrelazamiento de imágenes, obtenidas íntegramente en la provincia de Entre Ríos, siempre a la vera del río Paraná. Gracias a un trabajo de postproducción que utiliza el reencuadre, el fuera de foco y los fundidos encadenados como recursos estéticos primordiales, Fontán crea un palimpsesto de texturas, formas y colores, partiendo de cuadros naturalistas y transformándolos en figuras abstractas de un gran poder evocador. A los reflejos sobre el agua nunca inmóvil, a la niebla, la lluvia y los árboles, al parroquiano trabajando en su bote, el film agrega otra capa reflexiva al utilizar imágenes de un documental realizado un par de años antes de la muerte de Ortiz. Esas tomas en blanco y negro se suman al concierto de colores, recubiertos por los sonidos naturales que suenan constantemente en la banda de sonido. La orilla que se abisma es una película ideal para todos aquellos espectadores dispuestos a dejarse llevar por una experiencia audiovisual alejada de los cánones del cine narrativo.
En una línea por completo diferente, la nueva película del realizador y productor Mariano Llinás (Balnearios) parece dispuesta a contar todas las historias habidas y por haber, las existentes y las que todavía resta inventar, las buenas, las malas y las feas. Historias extraordinarias es un proyecto megalómano como pocos en la historia del cine argentino, comenzando por su extenso metraje, que supera en cinco minutos las cuatro horas de proyección (se exhibe con dos intervalos). Por fortuna, el talento está a la altura de las desmedidas ambiciones, y el largo largometraje de Llinás está llamado a transformarse en un nuevo paradigma del cine argentino. Prescindiendo casi por completo de los diálogos, el film está narrado en su totalidad por un trío de voces off, a la manera de un libro dividido en capítulos. Ese recurso a priori anticinematográfico es el que le permite a la obra tener una cadencia y un tono excéntrico y algo absurdo, pero que nunca se abandona a los guiños irónicos o al modernismo canchero.
En más de un sentido, Historias extraordinarias es una singularidad genial (o una genialidad singular). Como en un juego borgeano en el cual cada historia abre nuevas líneas narrativas, y éstas a su vez dejan entrever otras ramificaciones y cuentos posibles, la estructura del film parte de tres relatos fácilmente identificables por las letras X, H y Z (los nombres de los personajes protagonistas), alternándolas en el montaje pero también dejándose llevar por varios paréntesis que, en más de una ocasión, se transforman en espacios más relevantes que el relato principal. Imposible describir en estas pocas líneas cada una de las anécdotas que ponen en funcionamiento el procedimiento de la película, pero baste decir que hay un asesinato, un posible tesoro escondido, una historia de amor, otra de guerra, unos monolitos fluviales y decenas de bifurcaciones y personajes que surgen y desaparecen. Las referencias cinéfilas a diversos géneros e incluso a más de una película argentina reciente son una toma de posición clara, casi una provocación: Llinás parece decir que hay muchas historias para contar y muchas formas de contarlas, que no hay excusas para la falta de creatividad. El film también se carga a tanta película “coral” con pretensiones humanísticas, evitando muy a sabiendas esa clase de “casualidad predestinada” que aqueja a películas como Babel y creando, si cabe la expresión, un caos azaroso controlado. Las Historias extraordinarias de Mariano Llinás conforman una película realmente extraordinaria que recupera un sentido lúdico riguroso que pocas películas contemporáneas se sienten capaces de ofrecer.
La Selección Oficial Argentina se completa con la presentación, en el día de hoy, de la ópera prima de Gonzalo Castro, Resfriada. Llegará luego el turno de la deliberación de los jurados y la entrega de los premios correspondientes a las películas ganadoras.
* La orilla que se abisma se exhibe hoy a las 19.00 en Atlas Santa Fe 2. Historias extraordinarias se exhibe hoy a las 16.30 en Hoyts 11 y el domingo 20 a las 14.00 hs. en Hoyts 8.
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