La sala de exposiciones temporarias del Museo Nacional de Arte Decorativo ofrece una importante retrospectiva de Miguel Angel Vidal. El guión curatorial elaborado por Alberto Bellucci y Hugo Pontoriero optó por organizar la producción realizada entre 1949 y 1999 a partir de cinco núcleos bien diferenciados.
La etapa inicial está integrada por una selección de trabajos sobre papel que permite seguir la secuencia en la que este hábil dibujante se fue desprendiendo de la representación de la realidad (un cráneo o una rama) para inventar otras realidades creadas sólo a partir de formas geométricas. Este primer período, ubicado entre 1949-1958, muestra el proceso de transformaciones en el cual la rama deviene línea, las formas disuelven su peso mediante un tratamiento puntillista y, a través de la línea, la forma y el color fueron asomando esquemas abstractos. Es una etapa que contagia la alegría con la cual Vidal parece haber ido combinando formas, estudiando el espacio, el ritmo y la potencia del color.
De este modo, diez años después de haber practicado un dibujo de precisión extrema, ya estaba preparado para realizar el gran cambio al que llegó en el período, posiblemente, más conocido de su pintura: “la explosión generativa”, como han llamado los curadores al tramo comprendido entre 1959-1968. Se trata de los desarrollos logrados a partir de un programa estético que proponía “engendrar” la forma mediante una secuencia de desplazamiento. Vidal realizó este tipo de obras junto a su amigo Eduardo Mac Entyre y, a fines de 1960, ambos presentaron una exposición en la Galería Peuser, con los auspicios del Museo de Arte Moderno. En el catálogo escribieron casi a modo de manifiesto que el arte generativo –término sugerido por Ignacio Pirovano– partía de un pequeño punto o una recta para generar el movimiento. En ese memorable catálogo –que estaba acompañado por dos pequeñas obras grabadas– los artistas explicaban que en sus trabajos hacían girar y vibrar al punto, desplazaban a las rectas para que las formas no sólo se movieran en el plano de izquierda a derecha, sino para producir, también, la sensación de que esas formas podían penetrar o salir del plano. Varias obras en papel presentan este tipo de desarrollo generativo; muy logrado, por cierto, en las dos telas pintadas con acrílico: Estructura en desarrollo (pieza elegida para la tapa del catálogo) y Espacio ambiguo. Esta última presenta un juego entre el desarrollo de una esfera “engendrada” a partir de un apretado entramado de líneas, que sugiere un volumen desprendido del plano, mientras que tres gruesas bandas planas se adhieren al fondo para producir el efecto de ambigüedad. Pero, sin duda, la obra más destacada en esta línea de trabajos es Pintura generativa, un friso de casi dos metros de ancho, pintado con una sutileza cromática que hace perder la mirada en el juego de vibraciones que provoca.
Estos espacios virtuales, donde prevalecen el juego óptico y el interés cada vez mayor por los efectos cinéticos, van mudando progresivamente hacia el volumen real. Por otra parte, en los artistas que, como Vidal, se interesaban por los desarrollos tecnológicos, ya en los años ’60 habían impactado las experiencias realizadas con las primeras computadoras. Invitado por la ORT había realizado algunos trabajos que participaron en Arte y cibernética, exposición organizada en agosto de 1969 por el flamante CAyC en el espacio de la Galería Bonino. La galería promovió una itinerancia que logró repercusión, y hoy alguno de esos trabajos se encuentra en la Colección del Victoria & Albert Museum de Londres.
Esta línea de investigaciones lo condujo hacia el estudio de la topología, rama de las matemáticas que intenta detectar la unidad esencial de las formas, dentro de la heterogeneidad de las apariencias. En el marco de su aproximación intuitiva a estos postulados científicos, Vidal realizó Mural topológico, compuesto por veinte módulos que sumaban cuatro metros de ancho (lamentablemente hoy perdido) y continuó trabajando durante algunos años en esa línea con sumo interés. En 1977 realizó en la Galería Palatina una exposición de su serie de “laberinto topológicos”. Algunos habían nacido a partir de un tema, como Laberinto del viento o Laberinto del amor y otros eran homenajes como Laberinto circular, en el que aparece la historia del arte a través de Gaudí y Albers. La otra línea de trabajo en la que volcó estas experiencias lo condujo al espacio real mediante la construcción de cajas cinéticas de acrílico y aluminio, materiales que le permitieron aprovechar las superficies reflejantes para trasmitir y descomponer la luz. La muestra incluye variantes de cajas topológicas reversibles, torres y módulos de diferentes coloraciones.
Del período 1979/1988 se presentan obras que juegan, casi obsesivamente, con la luz. Al pasar de los laberintos a las obras que llamó “generación topológica de la luz”, Vidal creó una serie de pinturas con bandas ondulantes que reciben fuertes choques de luz y producen efectos de encandilamiento. Son obras planas con bandas horizontales o verticales, cuyos esfumados modelan la forma mediante el trabajo con aerógrafo. Toda la serie Luxest Umbra Dei es de real interés, pero Centro de voluntad presenta un particular atractivo por su estructura: es una obra en la que restringió las direcciones y el color, porque sólo trabajó con la horizontal y el banco y negro; sin embargo, alcanzó un nivel de expresividad que atrapa la mirada.
En la última sala –que cubre el período 1988/1999– se presentan obras de gran formato. Salvo en el caso de Columna de luz, prevalece una paleta transparente, donde el color tenue hace vibrar la forma, tal como reflejan algunos títulos: El sonido de la luz, Recóndito silencio o Luz otoñal. En una de las paredes de esta sala se emplazó una gran fotografía del artista en el taller, para darle el marco a la reconstrucción de su espacio de trabajo.
Para apoyar este relato visual, cada etapa está precedida por textos de sala que orientan desde los grandes títulos y ofrecen una explicación detallada para quien desee detenerse. Si bien se han cuidado los detalles en la presentación –especialmente las zonas que requieren oscuridad para lograr los efectos lumínicos–, la cantidad de obras seleccionadas (más de cien) hubiera merecido un espacio más generoso.
Sin duda ésta es una muestra para disfrutar que, además, rinde un merecido homenaje a un querido artista y maestro, ya que la docencia fue un capítulo central en su vida, porque formó varias camadas de discípulos en su cátedra de Pintura en la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova. Si bien sus últimas pinturas son de 1999, Vidal prolongó su labor docente casi hasta el final de su trayectoria. También fue rector de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón entre 1989 a 1991. Para el momento de su fallecimiento, ocurrido en el año 2009, ya había recibido importantes reconocimientos, entre ellos, en el año 2000, un jurado en el que se encontraban Julio Le Parc y Antonio Seguí le había otorgado el Gran Premio de Honor de Pintura del Salón Nacional.
La retrospectiva está acompañada por un catálogo-libro que contiene un estudio a cargo de Bellucci sobre las seis etapas que recorren el itinerario de la vida de este artista, titulado Un viaje de la geometría al espíritu, así como un texto de Pontoriero sobre la relación del artista con Ignacio Pirovano, figura central no solo como mecenas e impulsor del arte generativo, sino también por lo que significa para el Museo Nacional de Arte Decorativo, ya que ha sido su primer director y hoy le da su nombre a la sala que alberga la muestra. (Hasta el 6 de septiembre, en el Museo Nacional de Arte Decorativo, Avenida del Libertador 1902.)
* Doctora en Historia y Teoría del Arte (UBA), profesora e investigadora de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional de Tres de Febrero; curadora independiente.
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