Sábado, 7 de agosto de 2004
LA LOTERIA POLITICA Y LA DEMOCRACIA DEL AZAR
¡Bingo!
El azar gobierna buena parte del mundo y de nuestras vidas, incluso zonas y acciones que no sospechamos; en “La lotería en Babilonia”, Borges imaginó una sociedad totalmente movida por el azar; pero no fue el único. Philip K. Dick creó, en su Lotería solar, un mundo impredecible y errático que –y esto es lo importante– funcionaba sin problemas. Es interesante que estas hipótesis hayan pasado de la fantasía ficcional a la teoría política, y que algunos politólogos sostengan que sociedades sobre principios parecidos serían mejores que las nuestras –lo cual por cierto no es mucho–. Una azarosa nota de Pablo Capanna sobre el mundo y los caminos que se bifurcan al compás de un dado.
Por Pablo Capanna
Todo el mundo, hasta los que usan las Obras Completas de
Borges para decorar el living, conoce, o ha oído nombrar, el cuento “La
lotería
en Babilonia” y su inquietante propuesta.
“Soy de un país vertiginoso donde la lotería es parte principal
de la realidad”, proclama el narrador del cuento de Borges, hablando de
una Babilonia imaginaria que se parece extrañamente a la Argentina. ¿Quién
diría que aquí no abundan los que viven pendientes de los números,
bingos, quinielas y loterías, y ven en ellos la única esperanza
de cambiar sus vidas?
En la Babilonia borgeana, el juego ha evolucionado más allá de
la mera expectativa de ganancia, para pasar a ser una metáfora del azar
que rige al mundo. Todos saben que van a morir, pero el hecho de que nadie
sepa cuándo hace que vivir sea más fascinante de lo que sería
en el caso contrario. Mors certa, hora incerta, decían los antiguos.
Los babilonios de Borges han exacerbado esta incertidumbre al punto de introducir
el azar en todo; la riqueza, el poder, el prestigio y las profesiones se distribuyen
por sorteo. Al cabo de los años todos han sido alguna vez magnates o
mendigos e ignoran cuál será su suerte el día después.
De este modo, su vida se ha beneficiado con “aquello que ignoran los
griegos, la incertidumbre”.
Borges estaría pensando en los filósofos porque, en realidad,
el azar jugaba un gran papel en las instituciones democráticas atenienses.
Después de las reformas de Pericles, los miembros del Consejo de Estado
y los Heliastas (los 500 jueces del tribunal popular) se elegían por
sorteo. Precisamente ésa fue una de las causas de que aparecieran los
sofistas, profesores rentados que educaban a un “soberano” que
frecuentemente carecía de otra experiencia política que la que
había adquirido en las asambleas.
Aristóteles, que definía a la democracia como el régimen
donde uno gobierna y es gobernado, decía en la Política que la
elección era un procedimiento más aristocrático que el
sorteo, porque el azar no reconoce privilegios.
El reino del azar
Históricamente, hubo pueblos que recurrieron al sorteo para adjudicar
tierras o elegir a sus caudillos. En Venecia, el Dux era elegido por un colegio
electoral que se designaba mediante una lotería. Hasta hace un tiempo,
en la Argentina el sorteo decidía quién iba a ser soldado.
De más está decir que tan viejas como el sorteo son las maniobras
para violar el azar, pero también podría decirse que el fraude
electoral nació junto con las elecciones.
Acostumbrados como estamos a la democracia indirecta (y también a sus
perversiones), no nos es posible ignorar el creciente desinterés por
la política que afecta hasta los países más prósperos;
basta ver el escaso entusiasmo que despertaron las recientes elecciones del
Parlamento europeo o la práctica del “voto castigo”. En
Argentina, alcanzamos la exasperación a fines de 2001, con un brote
anárquico en el cual muchos pidieron que se fueran todos, pero acabamos
por aceptar a regañadientes la clase política que tenemos, a
la espera de que alguna vez comience a depurarse.Estas circunstancias vienen
siendo observadas durante décadas por los estudiosos
de la ciencia política, si bien no parecen preocupar demasiado a las
clases dirigentes. No resultará pues demasiado sorprendente que algunos
teóricos
vuelvan a jugar con la idea del azar, ni tampoco que alguno de ellos se inspire
en Borges. La idea es bastante audaz, si tenemos en cuenta que la democracia
moderna se ha hecho representativa precisamente por una cuestión de
escala.
Sin embargo, Borges no fue el único que imaginó sociedades regidas
por la lotería.
La loteria solar
Philip K. Dick (1928-1982) admiraba a Borges. Es casi seguro que el desmesurado
escritor, hoy convertido en foco de un mito posmoderno, todavía no
había leído a Borges a los veintisiete años, cuando
publicó Lotería solar (1955), su primera novela. Era un híbrido
de ciencia ficción y policial negro con el que tentó suerte
tras renunciar a proyectos más “literarios”.
La novela ha sido traducida al español medio siglo después y
se diría que hoy resulta más inquietante que entonces. En pleno
auge del modernismo, avizoraba una sociedad más injusta, con exclusión
explícita, dominada por las supersticiones y con una política
tan feudalizada como corrupta. Imaginaba que el poder estaría en manos
de un puñado de empresas transnacionales (que entonces aún no
existían) y que habría un desplazamiento del poder hacia el Asia.
En el mundo que imaginó Dick existe una vasta masa de marginales, los “incalificados”,
que no alcanzan a reunir las condiciones mínimas para obtener un empleo
estable y vegetan en la economía informal. El poder económico
lo ejercen siete grandes empresas, con banderas y ejércitos propios,
que dominan un mercado ampliado a todo el sistema solar. Quizás lo único
en que no acertó Dick fue al usar nombres como Westinghouse o I. G.
Farben, gigantes que luego serían desplazadas por los del sector de
servicios.
Como el poder económico era dominante, el poder político había
quedado sujeto al azar. Pero por primera vez se había logrado un sistema
de sorteo insospechable.
Cuando Dick escribió su novela, se hablaba mucho de la Teoría
de Juegos de Von Neumann y de la física cuántica. Basándose
en esas ideas, Dick imaginó una suerte de Bingo que estuviera más
allá de toda interferencia humana. El dispositivo, llamado “la
Botella”, era un generador de eventos: una sustancia radioactiva capaz
de liberar en cualquier momento una partícula que accionaba su mecanismo,
sin que hubiese posibilidad de determinar cuándo. Era un dispositivo
similar al que desarrollaría unos años más tarde el físico
Helmut Schmidt, cuando intentó darle bases científicas a la parapsicología.
El cambio del poder
Entre uno y otro cambio del bolillero subatómico, que Dick imaginaba
entronizado en Ginebra, podían pasar horas, días o años.
En cualquier momento, el Maestro de Juegos (presidente) podía ser depuesto.
Todos los ciudadanos del padrón, desde el mendigo hasta el ejecutivo,
participaban del sorteo perpetuo. Los indocumentados estaban excluidos, aunque
siempre era posible obtener papeles en el mercado negro.
El sistema se completaba con un recurso más siniestro. Para compensar
los imprevistos del sorteo, que podía darle el poder a un loco o un
déspota, se había institucionalizado el crimen político.
Varios años antes del asesinato de Kennedy, Dick imaginó un Estatuto
del Asesino, donde si alguien se registraba debidamente en un padrón
oficial quedaba autorizado a eliminar físicamente al presidente. Esta
combinación del azar y la necesidad llevaba a cabo una suerte de selección
darwiniana. La lotería del poder garantizaba la supervivencia de los
líderes más aptos, lo cual no significaba precisamente ni idóneos
ni honestos. Con un toque de realismo, Dick imaginó que hasta el generador
de eventos podía llegar a ser manipulado y que los poderosos destronados
podían movilizar a sus mercenarios para asesinar a un incómodo
sucesor y volver al poder.
La loter-politica
Todo esto –se dirá– es apenas fantasía, en el caso
de Borges, o ciencia ficción, en el de Dick. Sin embargo, la idea ha
estado inquietando a los estudiosos de la ciencia política, una disciplina
que a menudo suele tener la misma relación con la política real
que la que existe entre la entomología y la conducta de los insectos.
Inspirándose explícitamente en Borges, Barbara Goodwin, profesora
de ciencia política en la Universidad de East Anglia (Norwich), escribió un
curioso libro titulado Justicia por Lotería (1992). Allí sostiene
que elegir a nuestros representantes por medio de una lotería sería
un sistema más justo que los que actualmente están en uso.
En esto, la teórica inglesa no está sola. Dos expertos norteamericanos
en teoría política, E. Callenbach y M. Phillips, propusieron
en 1985 elegir por sorteo a los miembros de ambas cámaras del Congreso,
argumentando que de este modo estarían mejor representadas las mujeres,
los negros, los latinos y los asiáticos, al tiempo que los actuales
factores de poder perderían su peso. Por lo menos, no ocurrirían
papelones electorales como el que llevó al poder a George W. Bush.
Aleatoria, Lotteria y luckylandia
La doctora Goodwin dio a conocer su trabajo en 1992, cuando comenzaba a colapsar
la Unión Soviética, pero no atinó a excluirla de su
esquema. En su libro, trazaba la historia de las loterías políticas
en el reparto de tierras y otros privilegios, desde los tiempos bíblicos
hasta la actualidad.
Lo más curioso es que el primer capítulo tomó la forma
de una utopía clásica (para algunos, una distopía) en
la cual presentaba un mundo donde todo acaba por ser regido por el azar, para
compensar algunos desaguisados del siglo XX; por ejemplo, la elección
de personajes como Hitler.
Las viejas utopías solían presentarse como relatos de viajeros
extraviados. Esta, en cambio, es apenas el resumen de un video preparado para
los turistas que visitan Aleatoria, la Gran Bretaña del futuro, procedentes
de Luckylandia (Estados Unidos), Lotteria y otras potencias mundiales.
Quien nos cuenta la historia es Fortunata Smith, flamante agente de relaciones
públicas del gobierno. Aún es muy joven, pero ya ha trabajado
como plomera y psicóloga social. Es que en Aleatoria los empleos son
transitorios y se asignan por sorteo, del mismo modo que los salarios. En esto
de la flexibilización, Aleatoria se parece bastante al mundo real.
Sólo en el caso de ciertas profesiones como la medicina se permite seguir
toda la vida capacitándose, aunque su ejercicio está mechado
por pasantías en los más variados oficios; la autora no se olvida
de rendir homenaje a Mao Zedong.
El sistema de la “neodemocracia” fue instaurado al cierre del ciclo
de dictaduras y oligarquías del siglo XX. Fue entonces cuando la Junta
(sic) que gobernaba las islas británicas se vio obligada a renunciar
frente a una ola de cacerolazos y tumultos callejeros, llamó a referéndum
y logró imponer la Lotería Social Total. Como cabe suponer, el
sistema se basaba en el libro de Barbara Goodwin, quien a su vez reconocía
haberse inspirado en Borges.Los representantes del pueblo ahora son elegidos
cada dos años en un sorteo donde participan todos los ciudadanos. Con
esto se evita la formación de partidos, grupos de presión, corporaciones,
contubernios, alianzas tácticas, etc. Además, ahora las leyes
resultan más comprensibles y están redactadas sin tecnicismos,
porque la abogacía y el derecho se han desprofesionalizado. Los más
engorrosos debates parlamentarios y las cuestiones más complejas suelen
resolverse arrojando los dados. En cuanto a la Justicia, se permite que el
condenado elija entre la pena que le asigna el código o se someta al
azar: la posibilidad de que la lotería impusiera penas absurdas, similares
a las que imaginó Borges, tendría un efecto intimidatorio.
Pero si se permitía que médicos, arquitectos o ingenieros se
formaran durante toda la vida, no ocurría lo mismo con las fuerzas armadas,
basadas en el modelo suizo del servicio público universal. Se sorteaba
a quienes iban a ser soldados, pero el sorteo no se limitaba a los jóvenes,
de manera que era posible ver desfilar a gallardos octogenarios. Ellos elegían
a sus oficiales, que no llegaban a desarrollar privilegios elitistas porque
a los dos años podían volver a ser soldados rasos. En nuestro
sistema, votar cada dos años paralizaría al país, pero
hay que pensar que un sorteo bianual no requiere campañas, pintadas
ni debates televisivos, con lo cual cada ciudadano aleatorio seguía
entregado a la tarea que el bolillero le había asignado.
Algo parecido ocurría con la Loter-policía, cuyos agentes y oficiales
eran sorteados entre los vecinos. Ahora sabían que su suerte podía
cambiar, pasando de consumidores a proveedores de pizza.
En Aleatoria la adjudicación de las viviendas también rotaba
en base al azar, de manera que uno podía ir a parar tanto a una villa
miseria como a un country. Esto desalentaba la construcción de mansiones,
tan cara a los corruptos, y supuestamente fomentaba el hábito de mejorar
el hábitat que a uno le había tocado.
Por supuesto, la educación había tenido que flexibilizarse al
máximo, porque uno podía empezar en un colegio de excelencia
y terminar en una escuela rancho, y nadie sabía con certeza qué tenía
que aprender. En lugar de universidades había poliversidades, pero la
capacitación laboral era intensiva y se hacía en el mismo lugar
de trabajo.
La autora reconoce que el sistema es perfectible y, entre sus fracasos, menciona
la lotería sexual, que quiso adjudicar las parejas por sorteo. El procedimiento
fue abandonado cuando hubo masivas protestas callejeras de los disconformes
con su suerte, que quemaban sus tarjetas de sorteo como en tiempos de Vietnam,
y también de los que preferían una relación duradera.
¿Un delirio academico?
La propuesta de la doctora Goodwin sería apenas una humorada, de no
ser porque después de esta parodia utópica pasa a analizar en
detalle las ventajas comparativas que ofrece respecto a los sistemas vigentes,
crónicamente corroídos por las tendencias oligárquicas.
Opina que el procedimiento aleatorio tiende a desarticular el elitismo y los
privilegios corporativos, siguiendo una lógica igualitaria. Por supuesto,
de ese modo se cometerían tantos o más errores que en nuestro
sistema, pero el azar ayudaría a provocar su dispersión, de manera
que unos neutralizarían a los otros.
La elección de representantes del pueblo por la vía aleatoria,
según la ley de los grandes números, acabaría seguramente
en una curva gaussiana, una campana donde habría tan pocos Menem como
Gandhi, un puñado de incapaces y otro de eficaces, pero la gran mayoría
resultaría por lo menos aceptable.En un Parlamento elegido al azar,
habría cartoneros (los hay con calificaciones profesionales) tanto como
intelectuales, que quizás así tendrían una mejor visión
de la realidad.
La mayor dificultad que plantea la hipótesis está en combinar
la capacidad de decisión del ciudadano común con la idoneidad
técnica necesaria, tal como enseña la experiencia histórica,
desde los soviets hasta los jurados de las películas de Hollywood. El
sistema necesitaría de una excelente educación universal, lo
cual hoy en día suena a utópico en cualquier parte.
Pero antes de descartar de plano la idea como un ejercicio utópico académico,
veamos qué tenemos para oponerle. Pensemos en las listas-sábana,
donde nadie sabe a quién vota; en la política mediática,
donde se elige la mejor sonrisa; en las clases dirigentes endogámicas,
donde todos son parientes de algún otro, desde los políticos
hasta los actores y cantantes; o en el clientelismo, que lleva a trocar un
subsidio económico por un voto cautivo. Recordemos el fraude, la manipulación
de las encuestas, los sponsors de campaña o la formación de cuadros
sin otra capacitación que su habilidad para sobrevivir en las internas
partidarias.
El viejo Aristóteles no habría vacilado en calificar este sistema
como oligárquico y no habría dejado de considerar seriamente
la idea del azar. Pero si algo está claro es que en Atenas la democracia
directa era más fácil.
Quizás haya que recordar también que los viejos utopistas nos
dejaron ideas como el urbanismo y la educación popular, que fueron consideradas
absurdas en su tiempo.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.