¿Quiénes son esos hombres y esas mujeres que decidieron pagar el símil paraíso? Sus casas Pulte, el perro, los niñitos y una serie interminable de vecinos que sonríen como en las publicidades. Cierta garantía de la felicidad. La felicidad en su versión más remanida. O tal vez en su faceta más ilusa. ¿Quiénes son esos hombres y esas mujeres que deciden encerrarse en su clase social? Esa especie de mundo Barbie los esconde. Esconde las miserias humanas en un lindo escenario”, delimita la periodista Carla Castelo en el libro Vidas perfectas (los countries por dentro), de Editorial Sudamericana, una crónica minuciosa y atractiva de la vida adentro de un cerco que tiene como dibujo de tapa un papá, una mamá y una nenita en una bicicleta con rueditas.
La ilusión de dejar atrás de la barrera de seguridad el peligro y la ilusión de criar a niños y niñas entre el césped –que es como una alfombra de pasto– que llevó a los ganadores de la disputa por la distribución de la riqueza a formar parte de las 300.000 personas que, en el 2007 –según datos recopilados por Castelo– viven en las 60.000 casas de los 600 countries y barrios cerrados de todo el país. Sin embargo, los robos puertas adentro de las puertas de metal y credencial de pertenencia y los femicidios de María Marta García Belsunce y Nora Dalmasso desterraron la idea de paraíso con handicap.
Esta semana una noticia volvió a desterrar la idealización de la vida country. Pero, a la vez, también arrastró nuevos y viejos estereotipos. ¿Puede alguien como uno –o una– ser un abusador sexual? ¿Puede haber abuso allí donde se supone que las veredas permitían transitar en bicicleta? ¿Puede la inseguridad estar puertas para adentro y no puertas para afuera? ¿Puede una mujer, embarazada de nueve meses, mamá de una niña de cuatro, una periodista que llora con un rosario en la mano, que manda a su hija al jardín de infantes Blooming Kindergarden, de La Horqueta de San Isidro y vive en el country Isla del Sol, de Tigre, ser parte de una trama de abuso sexual?
El 15 de octubre, una mamá denunció que su hija le dijo, espontáneamente, cuando la llevaba en auto a la casa de la familia de Carolina Porto y Lucas Montero, que no quería que el papá la toqueteara. También habría dos nenas más en la misma situación, pero cuyos padres no quieren exponer a sus hijas a la Justicia. El viernes pasado se realizó un allanamiento en la casa. En las computadoras y cámaras de video y fotográficas no se detectaron pruebas del abuso, aunque, según los investigadores le relataron a la periodista Florencia Etcheves de TN, están averiguando si algún archivo pudo haber sido borrado del disco rígido. Carolina Porto habló con el noticiero de Telefé –donde su esposo es productor periodístico– y aseguró: “Se va a comprobar que somos inocentes”.
“A ese cumpleaños fuimos todos y juro que no pasó nada. Fue un asado que duró de 13 a 17. La casa de los chicos es moderna, de esas que desde adentro se ve para todos lados. Y hasta dejan la puerta abierta porque el country es seguro. Quizás estas niñas hayan sido abusadas, no lo sé. Pero nosotros no tenemos nada que ver con esto. Le están c... la vida a una familia de trabajadores”, se quejó Pablo Montero, hermano de Lucas ante La Nación, en una nota en la que no consta ninguna otra fuente ni contraprueba del expediente. Según clarín.com “los primeros exámenes no registraron lesiones, pero a los médicos les resultó llamativo que una de las chiquitas tuviera una infección vaginal”.
Más allá de la comprobación –o no– de la denuncia por abuso sexual, los prejuicios sociales que no admiten un abuso en una familia de nivel económico, cultural y social quedan a la vista en la denuncia sobre abusos sexuales tras la barrera de Isla del Sol. Por eso, Las/12 les preguntó a distintos expertos sobre verdades y mitos en abuso sexual, para que el abuso no siga metiéndose debajo de la alfombra. Tampoco de la alfombra de césped.
“Las falsas denuncias son muy poco frecuentes y, en cambio, sí es muy frecuente que se pasen por alto las sospechas de abusos sexuales. Es llamativo que eso parece no preocupar a la opinión pública y a los medios de comunicación. Se ve una tendencia a poner el acento en la idea de ‘cuidado: no acusemos a alguien falsamente’ y no en dejar de invisibilizar la cantidad de casos que no llegan ni a detectarse”, señala la psicóloga y psiquiatra infanto-juvenil Irene Intebi, autora del libro Abuso sexual infantil: en las mejores familias, también a cargo del Comité de Capacitación y Consultoría de la Sociedad Internacional para la Prevención del Maltrato Infantil (Ipscan, en inglés) y capacitadora de técnicos de protección infantil del gobierno de Cantabria, en España, y de los equipos zonales de infancia en Guipúzcoa, en el País Vasco. “Hoy existen herramientas clínicas idóneas que permiten establecer con alto grado de certeza la veracidad de los discursos infantiles”, remarca Jorge Garaventa, psicólogo especialista en abuso sexual infantil.
“Los chicos mienten si rompieron algo y te dicen que no fueron o en temas que corresponden a lo evolutivo. Pero si un chico describe escenas sexuales que corresponden a la sexualidad adulta, lo mínimo que hay que hacer es investigar en dónde pueden haber obtenido esa información”, señala Intebi. La psicóloga Patricia Gordon que trabaja con niños abusados y es integrante del Centro Psicológico Asistencia de Mar del Plata descarta: “Los niños no tienen fantasías con escenas sexuales ni con situaciones que no hayan vivido o presenciado. Ellos tienen fantasías como conocer un superhéroe, volar, etcétera, pero ningún niño fantasea con la posibilidad de ser penetrado por un adulto. Y tampoco puede dar detalles precisos de situaciones que si no las hubiese vivido no las podría transmitir”.
Por su parte, María Inés Re, trabajadora social, magíster en Ciencias Sociales y Salud y autora del libro Educación sexual en la niñez (un desafío posible), de Editorial Ediba destaca: “Cuando el niño/a usa palabras sexuales sin saber a qué se refiere es muy posible que las haya aprendido de hermanos, primos o vecinos mayores y disfruta de la situación de escandalizar a sus padres, cuidadores o docentes. Pero cuando usa lenguaje sexual y sabe de qué está hablando, es posible que esté presenciando o participando de escenas sexuales. Por lo tanto, es prácticamente imposible que sean parte de una fabulación”. ¿Y la inducción a que acuse falsamente sí es posible? “No es fácil decirle a un chico “anda y decí tal cosa” para eso hay que ver el interrogatorio y las hipótesis que impone el adulto que pregunta”, puntualiza Intebi.
“Si se emborracha un hombre de clase baja es un borracho y si se emborracha uno de clase alta está alegre”, diferencia Intebi. La psiquiatra continúa: “Hay tendencias a identificarnos y si hay alguien que tiene una educación parecida a la mía, un trabajo parecido y una clase social parecida pensamos que no puede ser abusadora. El abuso siempre tiene que ver con un tabú que se transgrede y que a todos nos resulta doloroso. Por eso, aceptar que alguien de tu mismo nivel socioeconómico y cultural puede cometer un abuso genera miedo. Aceptar que alguien de tu clase social o nivel cultural lo puede hacer te enfrenta con tu vulnerabilidad”. “No hay una prueba que pueda refutar la posibilidad de que alguien agreda sexualmente a chicos y ese es uno de los problemas en la confirmación de los abusos sexuales”, delinea Intebi.
Gordon también subraya: “En la mayoría de los casos los abusadores son personas con buena vinculación en el ámbito social, aceptadas y respetadas”. “Aun cuando en la Argentina haya aumentado la población que vive en villas parece que vivieran en otro país, y por ende, no pertenecen a nuestra misma sociedad –desnuda María Inés Re–. Resulta muy simbólico que las palabras ‘bien’ o ‘buena’ unidas a la palabra ‘familia’ signifiquen que estamos hablando de una familia de un sector socioeconómico alto: ‘buena familia’, ‘familia bien’. Es paradójico asociar el poder económico con la bondad, especialmente cuando hablamos de abuso sexual infantil porque finalmente muchos terminan creyendo que el abuso sexual infantil es un problema derivado de la pobreza y la falta de educación.”
El psicólogo especialista en abuso sexual infantil Jorge Garaventa recalca: “Hay una similitud entre lo que ocurría con los torturadores del proceso y los abusadores de niños: frecuentemente nos encontramos con buenos padres, mejores jefes de familia y superiores vecinos, toda una escena de bondad que los hace aún mas creíbles ante las acusaciones. Con estas características no es difícil convencer, al menos a la opinión pública que de lo que se trata es de fábulas infantiles o conculcaciones maliciosas de otros adultos”.
“Si bien el abusador sufre de un tipo de perversión sexual, en la mayoría de los casos sus facultades mentales no están alteradas como para no percibir que lo que hace ‘está mal’. Entonces tratará de mostrar una buena imagen de sí mismo: padre ejemplar, abuelo amoroso, padrastro dedicado a los hijos de su pareja”, destaca María Inés Re.
“Si hubiera una reclusión penal diferenciada de las cárceles comunes y con tratamientos específicos seguramente más gente asumiría su problema. Pero ahora es muy difícil que alguien que cometió un abuso sexual lo admita –plantea Intebi–. Hoy existe una demonización del agresor sexual pero cuando una se pregunta por qué lo hacen, generalmente hay algún tipo de responsabilidad familiar de otros adultos en esta problemática. Yo no creo que esta característica viene en los cromosomas y no hay manera de arreglarlo sino que tiene que ver con vínculos con otras personas. Por eso, tendríamos que pensar en distintos recursos de intervención. No todos, pero hay gente que sí se puede recuperar.”
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.