Tres cuerpos y una sola protagonista, Janet Leigh. Las otras dos Marion Crante de Psicosis fueron dos extras, dos personajes secundarios en el mundo de los secundarios, dos nombres perdidos en la tardanza de créditos que nunca se leen completos. Myra Jones cobraba monedas y era la suplente que posaba sin tiempo (sobre ella se ensayaban luces, tomas y mejores cuadros) y Marli Renfro, la modelo de Las Vegas que sabÃa desnudarse en público. SÃ, en la escena de la ducha de sangre en blanco y negro Janet Leigh sólo se mojó la cabeza capitaneada por el primer plano de su ojo –insecto inerte– abierto.
Las cortesanas de Leigh no compartieron suerte. La nudista doble de cuerpo que entrega como sortijas sus piernas atravesadas por el agua en la escena emblema, el figurÃn de las revistas Adam, Dude y Beau, la pelirroja Marli que cobró quinientos dólares por morir acuchillada y desnuda frente a Alfred Hitchcock tuvo sus segundos de fama, incluidas una pelÃcula de Francis Ford Coppola (Tonight for Sure, 1962) y una tapa de espalda y perfil inspirador en un número de Playboy; en cambio, nadie nunca supo quién era Myra Jones, la chica de Kansas que se llamaba Davis y no Jones y que buscaba un lugar entre las largas filas de extras –fue una de ellos en Los peligros de Paulina (1947) y en La vuelta al mundo en ochenta dÃas (1957)–. Destinada al olvido de la industria cinematográfica, Myra sólo fue noticia cuando la asesinaron en su casa californiana a fines de los años ochenta. Pero ni muerta supieron su nombre. Los diarios aseguraban que un fanático de Psicosis habÃa violado y estrangulado a Marli Renfro, la chica pin up de la ducha y afirmaban que la vÃctima, una abuela de setenta y un años, no sólo habÃa sido aquella joven del desnudo aterrador, y que era su mano la que habÃa arrancado la cortina húmeda del barral, sino que además habÃa sido la voz de Norman Bates. Otra vez el equÃvoco como razón infalible para una construir una biografÃa sin escenas propias. Para qué sirve el olvido si después viene la muerte quizá pensó Jones si supo mal citar a Brodsky. En ausencia de buenas citas, Myra tuvo un obituario falso que Renfro –que aún vive en el desierto de Mojave y es la única sobreviviente del trÃo, Leigh murió en 2004– no leyó. Supo que la daban por muerta después de una temporada de pesca en Utah cuando volvió al ruedo para ir a una fiesta anual de Playboy.
Kenneth Dean Hunt, un electricista de treinta y cuatro años vecino de Myra, fue quien se metió en su casa y la mató. Según un cronista fanático del género, nadie podÃa reconocer a Myra Jones, ni siquiera su asesino, que la mató por error. Diez años después de aquel crimen en la zona oeste de Los Angeles, Hunt volvió a matar a una mujer. Recién en el 2001 fue condenado.
Antes de que otra vez la sombra de Norman Bates (Anthony Perkins) llegara y corriera la cortina de baño apenas traslúcida, las falsas trillizas cruzan el imaginario de un cuerpo hecho de a tres. Trabadas en su rol, empeñadas en traducir escenas cotidianas y maniobras sin excusas, arman otro cuerpo, uno que sostienen en intrincadas conductas casuales destinadas a demostrar que sólo juntas pudieron reducirle centÃmetros a lo aparente.
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