El presidente y el secretario general de River componen un dúo dinámico al que bien podría caberle aquel famoso slogan de la campaña electoral de 1973: “Aguilar al gobierno, Israel al poder”. Oficialistas críticos como opositores coinciden en que el segundo ejerce la verdadera autoridad en un club cuya gestión era presentada como un modelo a seguir. Hoy, esa impresión se vino a pique. Pero a Mario Ernesto Israel, nacido el 5 de abril de 1948, no parece importarle demasiado. Es un hombre afortunado. En los pasillos del estadio Monumental nadie sabe bien de qué trabaja –al margen, claro, de su actividad como dirigente– no obstante lo cual, hace unos meses adquirió un automóvil Audi último modelo. Además, no es el único miembro de su familia que cumple funciones en la institución de Núñez: su esposa, Alicia Abadí, es la coordinadora pedagógica del Instituto Secundario. La historia de este dirigente que pasó por todos los cargos posibles (vicepresidente, vocal, integrante del Consejo de Fútbol) simboliza el pasado y presente de una conducción que llegó al poder en diciembre del 2001 anunciándose como lo nuevo, pero es más de lo mismo.
La administración que derrochó su caudal electoral en apenas siete meses –Aguilar había obtenido con amplitud su reelección a fines del 2005– recibió un mazazo cuando aprobó la venta de distintos porcentajes de 16 juveniles a un ignoto empresario llamado Ricardo Martín Hardoy, procesado por quiebra fraudulenta en los tribunales de San Isidro. Esa noche, un numeroso grupo de socios, al grito de “ladrones”, la emprendió contra la dupla y el resto de sus pares que habían votado a favor.
Maltratado, Israel no pareció conmoverse. Con ese aire imperturbable que lo caracteriza, el principal hacedor de las penurias futbolísticas de River ya había sobrellevado situaciones peores. Horacio Roncagliolo, uno de los más ácidos detractores de la conducción, se sorprende cuando compara algunos antecedentes bancarios del secretario general con esta delicada actualidad: “Hace tres o cuatro años aparecía señalado en el Banco Central con varios cheques rechazados, pero en noviembre del 2005, antes de las últimas elecciones, ya no tenía ese problema”.
La realidad financiera de Israel indica que, a mayo pasado, sólo le debía 11.300 pesos a la tarjeta American Express y se encontraba en una reposada situación 1 ante las entidades de crédito. Las dificultades más grandes que atravesó datan de los ’80 y los ’90. Y tuvieron que ver con la caída del Banco San Miguel y la empresa Hípica Platense, donde había llegado a ser vicepresidente. En esta última soportó una demanda porque se habría quedado de manera indebida con retenciones a los premios de las carreras. La gobernación bonaerense le llegó a reclamar 14 millones de pesos a su compañía de apuestas. Una bicoca para alguien que en marzo del 2001 decía que gastaba más de mil pesos mensuales en teléfono celular y otros mil en gastos de representación como dirigente.
Es posterior a esas tribulaciones la relación que supo disfrutar con el controvertido empresario Gustavo Mascardi, el mismo que entre julio de 1995 y febrero de 1997 realizó 19 transferencias por 44.610.000 pesos o dólares en el fútbol argentino, ocho de las cuales se concretaron con River. “Lo considero un hombre con capacidad probada y consiguió operaciones que fueron absolutamente positivas para el club. No puedo definir que alguna de esas transferencias haya sufrido anormalidades, al menos desde que yo integro el Consejo, en enero de 1996”, decía Israel al año siguiente. Por entonces, la AFIP estaba tras los pasos del intermediario y, por añadidura, miraba con lupa las operaciones que concretaba la comisión presidida por Alfredo Davicce que el hombre de esta historia integraba.
Sin que importara el cargo ocupado, Israel se las rebuscó siempre para caer parado. Perpetuo viajero a Miami y al Uruguay, donde tendría intereses comerciales, no faltó al último Mundial de Alemania, donde lo detectaron haciendo de las suyas con la delegación de Ecuador, seguido por un ladero en quien tanto él como Aguilar confían sobremanera: AlfredoWodtke, el gerente general de River. “Es una persona que trabajó en una época en el Ministerio de Economía, tiene un currículum impecable y ha servido mucho por sus vinculaciones con distintas empresas”, lo defendió el presidente en octubre del 2005 para aventar los cuestionamientos sobre el empleado jerárquico de origen alemán. A Wodtke no lo quiere el personal del club por su carácter destemplado.
Lo que no puede defender la dupla más mentada es el déficit operativo mensual. Cuando Aguilar asumió rondaba 1.500.000 pesos; hoy está disparado a 5.600.000 pesos y el tesorero Héctor Grinberg hace malabares para que el cierre del balance, previsto el 31 de este mes, sea un poco más decoroso. Si no se generan ingresos sustanciales hasta esa fecha, la pérdida del ejercicio llegaría a alrededor de 34 millones de pesos. Un ejemplo de la desesperación que se percibe en los despachos del Monumental es que a Marcelo Gallardo no le harían el contrato hasta septiembre para evitar que influya en el ejercicio 2005-2006.
Un par de fuentes del oficialismo coinciden en que resultaría imposible ver a River precipitado hacia una convocatoria de acreedores, contra lo que sostienen sectores de la oposición. Argumentan que casi un 60 por ciento de la deuda es con el plantel profesional y varios de sus ex integrantes (Marcelo Salas y Horacio Ameli reclaman altas sumas de dinero). Además, los otros acreedores importantes son los bancos que tienen garantizados sus cobros por vía de las cuotas sociales, las publicidades o los contratos de TV.
Aguilar, Israel y sus fieles compraron mal, vendieron peor y acaban de acercarle a Daniel Passarella dos jugadores caros, que provienen de un mismo club, gracias a los buenos oficios de Julio Grondona. Los pases de Ariel Ortega y Fernando Belluschi, de Newell’s, no hubieran sido posibles sin la asistencia financiera de la AFA, cuyo aporte rondaría los tres millones de pesos por el primero y uno más por su compañero.
Cualquiera fuera el modo en que se coloquen estas y otras cifras, en River los números no cierran (su pasivo financiero supera con holgura los 100 millones de pesos). “Aguilar puede ser un buen político, pero ha sido un pésimo administrador”, le confió a Líbero un directivo de su riñón. De Israel se escuchan adjetivos mucho menos condescendientes. Aunque las voces consultadas para esta nota le atribuyen más influencia en la toma de decisiones importantes que al propio presidente. El discreto segundo plano en que se mantuvo todos estos años refuerza esa imagen.
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