Sábado, 20 de julio de 2002
Sangre oligarca
Los Bioy
Jovita Iglesias y Silvia Renée Arias
Tusquets
Buenos Aires, 2002
186 págs.
Por Jonathan Rovner
“Pero qué estúpidos estos dos. ¿Por qué no se
dejarán de jorobar? Parecen dos idiotas.” Seguramente fueron pocas
las personas que, en su momento, pudieron arribar a este juicio sobre el trabajo
en colaboración de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Sin duda fue
una sola, Silvina Ocampo, la que tuvo al mismo tiempo, la oportunidad y el coraje
de pronunciarlo. Una sola fue también la persona a la que ese enunciado
estuvo destinado.
Jovita Iglesias llegó a Buenos Aires el 22 de noviembre de 1949, tenía
entonces 24 años, buena mano para la costura y un novio mexicano por correspondencia.
No había pasado un mes desde su llegada cuando su tía le pidió
que se vistiera con lo mejor que tuviese: “Vas a conocer a una de las mujeres
más importantes de Buenos Aires”, le dijo. Desde ese día y
probablemente hasta hoy, la vida de Jovita Iglesias giró en torno de los
avatares, caprichos y distracciones de esa señora que la recibió
en deshabillé y gargantillas de oro, y que al poco tiempo de conocerla
irrumpió de noche en su habitación. “Me dijo que ella y Adolfito
estaban de acuerdo en un deseo: tener una hija como yo. Y que se habían
planteado la posibilidad de adoptarme. Querían hacerlo, darme estudios,
ella contaba con una considerable fortuna, yo podría casarme y tener hijos
y serían sus nietos. Tendrían así una familia. Me pidió
que lo consultara con la almohada, que no se lo dijera a nadie. Me puse a llorar.”
Ésta y muchas otras son las desmesuras emocionales que se pueden conocer
gracias al trabajo de Silvia Renée Arias, coautora junto a Jovita Iglesias
del libro Los Bioy, recientemente editado por Tusquets.
Adolfito, el autor de El sueño de los héroes, volando con su Fairline
por las rutas de la provincia, camino a la estancia familiar. Silvina instalándose
un sofá en el recibidor para esperar, como “la guardiana detrás
de la puerta”, las noches en que Adolfito volvía después de
hora. Toda la familia olvidándose durante tres meses de pagarle a Jovita
y a su marido los sueldos. Los Bioy es un buen retrato de lo que fue una de las
últimas clases sociales conscientes de sí mismas que hubo en la
Argentina. En el mundo de los Bioy, a la manera de los dioses clásicos,
los aristócratas son crueles entre sí y despiadados con los de abajo.
En ese sentido, se puede decir que la prosa de Silvia Renée Arias es buena,
porque respeta la memoria de Jovita. A su vez, la memoria de Jovita es buena porque
nos devuelve sin el menor asomo de resentimiento, claro que desde una conciencia
social cuidadosamente guarecida de todo escándalo, una época en
que los caballeros tenían su sastre de confianza y los viajes a Europa
duraban muchos meses. Lo suficiente, por ejemplo, como para que, casi sin el menor
aviso previo, el matrimonio Bioy-Ocampo regresara con Martita en brazos.
Este libro trata, a la manera de Mr. Proust, el libro de Celeste Albaret editado
por el amigo de Bioy, Georges Belmont, sobre el mundo de los neurasténicos
decimonónicos, pero en plena década del 60. Tan hipócrita
como apasionado, pero a la vez lo suficientemente culposo como para esconder sistemáticamente
de la mirada ingenua de Jovita Iglesias toda la abyección de la que fueron
capaces.
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