Fotocopias
John Berger
Alfaguara
150 páginas.
El autor repasa escenas de sus viajes por una Europa que ya no existe con la esperanza de encontrar el secreto. O más: con la esperanza de que algún otro sea quien lo encuentre. Porque tiene que estar allí, en el trayecto de estos 29 episodios en los que con traje de narrador, Berger flirtea con el cuento, el retrato, las memorias, las notas de viaje y el ensayo. Y justamente por eso, es posible reconocer en este cifrado legado que es Fotocopias, al teórico de arte, al crítico, al poeta y al narrador inglés que nació en 1926, deambuló tanto fuera de su país y vive alejado en los Alpes de Francia. El mismo que ahora, al pasar la frontera de sus 80 años, se dispone a recordar rostros y escenas que la memoria quiso descartar antes, y a reiterar también ciertas vehemencias que marcaron aquellos artículos suyos de la década del ’50 en los que denunciaba injusticias y avalaba causas justas.
Lo que no se termina de comprender, la zona que no se sabe bien o no se recuerda del todo, adquiere en estos textos una inusitada relevancia. Amigos artistas, compañeros de un viaje en tren, viejos conocidos y una mujer que se cruza o una mujer que aparece en una foto de un diario, arma esta serie que hasta el momento no había hallado espacio en ningún álbum. Doloroso o insoportable, el detalle que regresa, marca el circuito de los infinitos destinos que no se cumplieron. El que escribe es, después de todo, un observador.
Con la ilusión de quien muestra sus fotos de viaje, y con la prudencia del mismo que sabe que no todos serán capaces de su entusiasmo, aparenta ir de inmediato al punto; solícito, ubica a los esquivos lectores en escena, desde las primeras líneas. Incluso los títulos de cada episodio se prestan para poner el foco: “Un hombre y una mujer bajo un ciruelo”, “Hombre con una brida en la mano”, “Hombre descubriéndose el torso”, “Hojas de papel sobre la hierba”, “Motorista con traje de cuero y casco, de pie inmóvil”. Para completar su condescendencia, la brevedad: muy pocos de estos textos alcanzan a superar las tres páginas. Escoge historias que casi no recuerda, que le contó algún amigo, que debe de haber imaginado en parte. “Cuando a una pintura le falta vida es porque el pintor no ha tenido el coraje de acercarse lo suficiente para iniciar una colaboración.” Se queda a una distancia “de copia” decía el mismo Berger cuando teorizaba sobre lo visible. Deliberadamente ha elegido acercarse sin colaborar en estas escenas ya sin vida y limitarse a sacar fotocopias a las fotos de la realidad. Se saca fotocopia de algo que a uno no le pertenece, algo demasiado largo para transcribir o recordar, algo que a su vez merece ser reproducido y conservado. Sutil reflejo de una vida que avanza, compendio de lo que, como dice el mismo Berger, “seguirá siendo un secreto, porque, después de todo, no se puede traducir a palabras. Con las palabras lo único que se puede hacer es trazar, a mano, un tosco mapa para llegar al secreto”.
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