El gnosticismo
Esencia, origen y trayectoria
Francisco García Bazán
Guadalquivir
235 páginas
Dos milenios atrás, la función hoy presa de los massmedia estaba a cargo de un generoso panteón que prestaba sus multifacéticas deidades a abundantes sistemas de creencias distribuidos en grupos, sectas, corporaciones y hasta oficios. Convivían más o menos mansamente orando cada uno a sus dioses y, cuando alguno de éstos le hablaba al mortal, en lugar de administrarle haloperidol, lo uncía con un cargo religioso y el tipo quedaba controlado e incluido en la sociedad. No todos tuvieron buena prensa, aunque en su mayoría compartían un código que hoy se conoce como neoplatonismo: un reciclaje de la filosofía griega que procuraba adaptarse a los renovados vientos que soplaban desde la poderosa Roma. Hasta que un grupo se apoderó del poder, instauró una dinastía monárquica en las colinas vaticanas y reemplazó el simpático símbolo naïf del pez por un instrumento de escarnio, tortura y asesinato consistente en dos tablones atravesados. A partir de ahí se estableció el unicato en forma excluyente: un libro, un dios, una iglesia. Nada ni nadie más. Por el camino quedaron archipiélagos de creyentes que opinaban distinto.
Entre esos grupos divergentes, los gnósticos eran la rama culta de un helenismo que se acoplaba al monoteísmo a partir de la más primitiva experiencia cristiana. De origen judío, basaban su fe en la libertad movida por el Espíritu. Escuela o corriente esotérica más que religión, el gnosticismo se expandió hasta el siglo VI por Palestina, Siria, Asia Menor, Arabia, Egipto, Italia y la Galia. Se trataba de diferentes grupos con varias denominaciones: lo de gnosticismo es una generalidad implantada en el siglo XVII, como en estas pampas se les dice tehuelches a una multitud de etnias de otro nombre.
El rasgo gnóstico más urticante para el monarca vaticano residía en que postulaban la salvación a partir del conocimiento como sendero para saber “qué éramos y qué hemos llegado a ser, de dónde éramos y en dónde hemos sido arrojados, hacia dónde nos apresuramos; de dónde somos redimidos, qué es la generación y qué, la regeneración”. Preguntas que, desenvueltas de modo intensivo, abrieron el camino a una filosofía contraria el protocatolicismo dominante. Una teoría platónico-pitagórica ligada a la promoción teórico-práctica comunitaria, la proposición de conocer desconociendo y la oposición entre la gnosis y lo apocalíptico eran factores suficientes para ser perseguidos.
La figura de Judas calzaba de maravillas tanto para la identificación como para el estigma. Mientras unos sostenían que en realidad al tal Iscariote el mismísimo jefe le había pedido la gauchada (ayudarlo a desprenderse de su carnaza mortal de una vez por todas para elevarse nuevamente), los historiadores oficiales sentenciaban que era un mero traidor.
Sostenido en una rigurosa fenomenología e historia de las religiones, Francisco García Bazán (académico y erudito de vigencia internacional, posiblemente el investigador argentino más importante en la especialidad) despliega en El gnosticismo: esencia, origen y trayectoria un panorama intensivo que hará las delicias de los iniciados, al tiempo que demandará la atención de los neófitos.
El prolijo volumen con el que la porteña librería Guadalquivir debuta como editorial despliega un poderoso aparato argumentativo que desemboca en el apéndice que contiene versiones actualizadas de El Evangelio de Judas y el Apocalipsis de Santiago. Encontrados hace tres décadas en Egipto, estos papiros traducidos del griego al copto deambularon entre mercachifles hasta 2006, cuando fueron adquiridos por National Geographic. Documentos irrebatibles de esa otra historia, llegan ahora traducidos y comentados por el propio García Bazán para poner al alcance del lector de habla hispana fuentes irrefutables que testimonian una diversidad por fuera del canon vigente y, por lo tanto, que los buenos buenísimos no lo son tanto ni los malos malísimos, tampoco. Más bien todo lo contrario.
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