La sentencia, como figura poética, es una frase que expresa en pocas palabras un sentimiento profundo, una visión de las cosas bastante radical, generalmente con una fuerte impronta moral. En un pasaje de Apocalipsis de Stephen King, el narrador sentencia que las estructuras de las novelas sólo les interesan a los escritores. De alguna manera, hay preguntas que sólo pueden interesarles a quienes las formulan. Es decir, las novelas generan –entre todas las cosas que generan, parecen generar, o no generan en absoluto– preguntas. Algunas de ellas son disparadas al azar, y otras son conscientes de su propio peso como interrogante incómodo. La pregunta que se desprende de El pozo y las ruinas, primera novela de la argentina Jimena Néspolo, involucra, nada más y nada menos, a la novela en sÃ; ¿qué es entonces una novela?
La historia de El pozo y las ruinas apenas atraviesa el umbral del disparador. Segismundo Cabrera, fotógrafo estable de un diario de renombre, vuelve de un viaje de trabajo y su realidad sufre un cambio radical: su novia lo deja y, como consecuencia, pierde su trabajo. Si bien la historia es mÃnima, el disparador hace que el tiro salga por la culata: el relato se repliega hacia adentro y, al narrarlo, Néspolo fuerza la forma hacia lo experimental. La sombra de Manuel Puig se erige detrás de su voluntad, y no deja de ser una sombra densa como el petróleo porque, a diferencia de otros escritores que crean escuela y su estilo se propaga como organismos multicelulares (Faulkner, por nombrar uno), el estilo de Puig es un tanto reacio a los precursores y poco amigable con quienes buscan una inspiración. Puig creó un estilo tan radical, tan personal, que se cerró en sà mismo: cualquier cosa parecida que vino después tiene un olor a reciclado. Aun asÃ, Néspolo se hace cargo de su influencia, e indaga en aspectos formales que para otro escritor harÃan ruido; el recurso de su método hace mezclar fotos ilustrativas que funcionan como montajes intelectuales einsensteinianos, mensajes de texto, mails, cuentos dentro del cuento, diálogos entrecruzados, manuales de cámaras réflex, titulares de noticias, cartas a la policÃa; Néspolo usa estos elementos como lo que son: despojos que hacen ruido en el mundo de su protagonista, las ruinas que se interponen entre su accionar y la realidad, entre la solidez de los hechos vividos y la fugacidad de su entorno, entre su pasado imperfecto y el presente continuo.
La segunda parte del libro usa la estrategia del diario Ãntimo. Segismundo encuentra por casualidad un viejo diario de un ya clásico viaje de iniciación escrito durante un periplo obligado por Perú, Chile y Bolivia. Su visión sobre ese viaje es distinta, desencantada. Ante la fascinación por otros modos de vida impregnada en el alma joven de Segismundo, se impone una mirada adulta sobre la imposibilidad de asimilar el mundo que lo rodea. Segismundo concluye que poco y nada se puede hacer para cerrar la escisión histórica existente entre lo que ve y lo que fija, porque entre una cosa y la otra hay una distancia abismal, imposible de abarcar con un mero click, o bien con una oración bimembre.
La pregunta ontológica sobre la novela deriva hacia cómo narrar las consecuencias de la última dictadura en nuestro presente. ¿Cuál es la forma más, llamémosle, adecuada? ¿Qué es, entonces, una vez más, la novela? ¿Un hÃbrido de texturas? ¿Una historia lineal sin ton ni son? ¿Un capricho en tiempos de Internet? ¿Un modo de vida? ¿Un gesto de resistencia? ¿Un alegato contra la amnesia polÃtica?
El pozo y las ruinas se toma el arduo trabajo de no responder estas preguntas (¿qué es, si no, la literatura?) sino que las describe en el aire para arrojar una novela cuya parábola dibuja un paréntesis sin cerrar. La descripción es por antonomasia un recurso funcional a la trama que no genera acción; para Néspolo, en cambio, la descripción es aquello que acciona sobre su personaje y su propia imposibilidad, volviéndolo siempre hacia su pasado, hacia el terror del origen personal e histórico de nuestro paÃs; y una vez ahÃ, remover el pozo para rearmar a duras penas sus ruinas.
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