Más allá de la trascendencia aislada –y contada con los dedos de una mano– de Patrick White, único escritor australiano en alzarse con el Premio Nobel de Literatura en 1973, y Peter Carey, que obtuvo dos veces el Booker, se conoce más bien poco en nuestro país de la literatura australiana. Por eso, vale la pena destacar la reciente publicación de Cinco campanas de Gail Jones y Rostro original de Nicholas Jose, respectivas últimas novelas de dos de los escritores actuales más importantes de ese país.
Y aunque no lo hayamos nombrado hasta ahora, J. M. Coetzee (aunque nació en Sudáfrica, desde 2006 tiene nacionalidad australiana) siempre está, y en este caso muy presente atrás de todo esto.
“Lo conozco hace más de ocho años y además de respetarlo mucho como escritor, y de compartir sus ideas políticas en lo que respecta a defender las escrituras literarias del sur, lo considero un amigo, para mí fue un verdadero honor que él me haya elegido” recuerda aun agradecida Gail Jones. Claro: Coetzee es el director de la flamante Cátedra Literaturas del Sur de la Universidad Nacional de San Martín, que contará con escritores, críticos literarios e investigadores de Africa, Oceanía y América latina
Y una de las elegidas por Coetzee fue, efectivamente, esta escritora nacida en 1955 en la ciudad de Harvey que se desempeña como docente universitaria (da clases sobre medios de comunicación y también formando escritores), ejerce además como traductora y publicó hasta el momento cinco novelas y dos libros de relatos.
En toda la literatura de Gail Jones –y también en su formación– anida una importante base filosófica, sobre todo en lo que respecta a la idea de convivencia entre mundos distintos, que llega a su punto de máxima tensión en Cinco campanas, notable novela que propone un recorrido a lo largo de los principales puntos de la pobladísima ciudad costera Sydney: la ópera construida en 1973 y que es, por lejos, el edificio más visitado de la ciudad, el inconfundible puente de la bahía, el Centennial Park, el barrio chino, los jardines botánicos reales (que además de contar con una gran cantidad de especies ofrece diversos puntos panorámicos de la ciudad) y The Rocks, el barrio más antiguo y también más europeo de la ciudad donde se emplaza también el Museo de Arte contemporáneo.
Pero el itinerario no sólo es geográfico sino también temporal, como si la novela estuviera construida con diversas capas de tiempo, con material correspondiente a varias generaciones: desde la perspectiva de sus personajes que parecen vivir en un punto intermedio entre el pasado y el futuro (“descubrió que él también era una de esas almas que tienen presente el pasado, que de algún modo comprenden la compulsión de repetir y revisitar”), en relación con el país (no faltan, por ejemplo, las menciones a los aborígenes fundacionales) e incluso desde un punto de vista literario (a pesar de ser una novela que reconoce pasado y tradiciones, Cinco campanas es absolutamente contemporánea).
La historia se concentra en un solo día (un sábado) en la vida de cuatro personajes que van teniendo extrañas y sutiles relaciones recíprocas, con el escenario natural del artificial muelle circular de Sydney.
Ellie –una joven pueblerina fascinada con la gran ciudad– está a punto de concretar una cita con James, su primer amor, a quien hace innumerables años que no ve y del que no conserva más que su distorsionado recuerdo. Gail Jones va tejiendo entre esas ganas de reencuentro una poderosa telaraña en la que cae el lector a partir del enorme contraste que crea en los momentos previos a esa cita tan urgente como postergada: mientras Ellie disfruta cada paseo por las calles de Sydney y del desfile permanente de gente, James protesta por cada codazo que recibe al caminar, desconfía de la arquitectura de la ciudad y hasta percibe la existencia de una sociedad secreta conformada por mozos que lo quieren ver derrotado.
Novela tan poética como adictiva, Cinco campanas intenta reunir los fragmentos astillados hasta la desesperación de personas desplazadas que sufren por no poder recordarlo todo, pero también por no poder olvidar. Y en el camino parecen trasladarse en círculos, trazando imposibles laberintos de los que no pueden escapar ni siquiera por arriba.
“Entre los muchos rasgos que tienen en común Australia y Argentina, uno de los principales es que ambas son naciones poscoloniales, naciones construidas por inmigrantes”, describe Jones y, de hecho, dos inmigrantes más que con mucho esfuerzo tratan de hacerse un lugar en el promisorio país, completan la trama de personajes de su novela: Catherine, una irlandesa que intenta seguir los pasos de su admirada Veronica Guerin –periodista asesinada en 1996 por narcos– pero no logra sacarse de la cabeza al fantasma de su hermano muerto en un absurdo accidente de tránsito; y Pei Xing, una mujer china a la que el régimen comunista le secuestró y mató a sus padres, y que ahora está a cargo de la que fue su propia carcelera.
Si bien la trama principal y casi excluyente pasa por el reencuentro de esos dos jóvenes amantes que, en su momento, ni siquiera tenían edad para llamarse novios y que ahora acumulan demasiada experiencia por separado como para tener algo en común, todas las vidas parecen quedar atrapadas por la red poética de Jones: ya sea porque atraviesan los mismos lugares una y otra vez, porque leen el mismo libro o piensan en algo tan personal como la nieve, o incluso porque se cruzan tangencialmente en el camino, como sucede con Pei Xing y Catherine, testigos involuntarios de un secuestro en el centro de la ciudad.
Con el título de un libro de poemas del escritor australiano Kenneth Slessor (un poeta célebre de los años veinte), una estructura con algo del Joyce y Mrs. Dalloway de Virginia Woolf, música de Coldplay, Rolling Stones y Bob Dylan (“era la maldición de su generación, tener una banda de sonido para todo” se queja uno de los personajes), Cinco campanas constituye una oferta difícil de rechazar: un paseo de veinticuatro horas ahí donde es muy fácil perder la noción del tiempo.
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