Irrumpir en la intimidad ajena puede tener un efecto devastador; sobre todo si lo que se descubre no es otra cosa que verdades efÃmeras, deseos inconfesables y secretos que están hechos a la medida del silencio. “No me gusta la idea del amor. Necesito un rincón privado. ¿Por qué miraste mis mails? ¿Estabas buscando algo para empezar la confrontación, para finalmente cantarme tus verdades? Yo nunca te revisé los mails. Ya sé que dejabas tu casilla siempre abierta, y eso me quitaba curiosidad, pero no se me ocurrÃa ponerme a leer tus cosasâ€, escribe Lucas mientras se dispone a contarle toda la verdad a Catalina, su esposa, sobre lo que ocurrió el dÃa que viajó a Uruguay por segunda vez para cobrar un dinero. Sólo que la verdad también carga con el peso de la crueldad y la sospecha. Y muchas veces no es creÃble. “No te estoy contando para que me cuentes. Sino para explicarme a mà mismoâ€, dice el narrador como un modo de definir el tono narrativo que tiene La Uruguaya, la nueva novela de Pedro Mairal donde aborda de manera notable la crisis existencial de Lucas Pereyra, un escritor que, pasado los cuarenta años y luego de haber entablado una lucha secreta entre la vida y la literatura, siente que su vida ha tocado fondo: sin proyectos y sin plata su relación con Catalina se derrumba mientras siente desdibujarse la imagen paterna en relación a Maiko, su hijo. “Era mi actitud de desempleado, de tipo que no provee, mi impotencia de macho cazador, pidiéndote si podÃas hacerme una transferencia, pidiéndole medio en secreto diez mil pesos a mi hermano mientras él hacÃa el asado, y esas planillas Excel que tanto te gustaba hacer, mis números en rojo, mi deuda creciendoâ€. La deuda es consigo mismo, naturalmente; y Lucas Pereyra lo sabe. Por eso resulta tan notable el tratamiento que hace Pedro Mairal de su personaje al momento de ponerlo a reconstruir piedra por piedra los restos de un matrimonio ya inerte, donde la cotidianeidad y la rutina se convierten en un campo propicio para el egoÃsmo y las venganzas caseras, logrando que la falta de deseo sexual degenere en paranoias de infidelidad al punto de hacerse cada vez más fuerte la idea de que la felicidad debiera estar en otra parte. “Si vos querés reducir tu vida sexual a dos polvos por mes hacelo, yo no puedo vivir asÃ, te dije. Cuando salÃa, terminaba de leer o de hablar en alguna mesa redonda en algún centro cultural, me tomaba algo, se me acercaba una mina a hablarme, una pendeja de veinticinco,o una milf de cincuenta, me preguntaba algo, me sonreÃa, querÃa, querÃa, y yo pensaba si no serÃan dos cervezas y al telo, un poco de aventura, me salÃan los colmillos, un león atado con piolÃn de fiambrerÃa, me tengo que ir decÃa, sÃ, tengo un hijo chiquito, baldazo de agua frÃaâ€.
Mientras tanto el tiempo pasa. Un dÃa Lucas Pereyra recibe un dinero en dólares como concepto de anticipos por derechos de autor y abre una cuenta en Montevideo para cobrar en efectivo y de esa manera no sufrir la pesificación: cambiarÃa el dinero en Buenos Aires al cambio no oficial y ganarÃa el doble. El plan parecÃa perfecto. “TenÃa una idea vaga de lo que iba a hacer con la plata. Primero querÃa tenerla en la mano. Después se correrÃa la niebla para poder ver claro. Pero asà en el aire pensaba en pagarte a vos, pagar las cuentas atrasadas, hacer arreglos en casa, devolverle la plata a mi hermano, conseguir una niñera para que viniera a la tarde y después sentarme a trabajarâ€. Para entonces la trama de la novela ya se ha configurado en torno a una mujer: Magalà Guerra Zabala. Una joven uruguaya de 28 años que Lucas Pereyra habÃa conocido durante un festival literario de fin de semana en Valizas y con la que siguió manteniéndose en contacto vÃa mails una vez que regresó a Buenos Aires. La distancia es propicia para aquello que decÃa Rilke sobre aquello de que uno no se enamora de alguien sino de la idea que se hace de esa persona. Además Pereyra es un escritor que no escribe, su frustración asume la forma del hombre absurdo y de algún modo ese animal literario pugna por salir: ya que no escribe, vivirá literariamente al menos durante un dÃa. Será su propio personaje en un paÃs extranjero que no por vecino resulta menos amenazante. El encuentro con Guerra, como la suele llamar Lucas, el dÃa que llega a Montevideo para cobrar el dinero promete toda la intensidad que tienen las relaciones clandestinas cuando están atravesadas por la pasión y encerradas entre dos paréntesis: si no hay una proyección hacia el futuro, el presente resulta inmenso en unas pocas horas. Sobre todo al lado de una mujer hermosa, joven y seductora, capaz de devolverle algo de ese arrebato de locura que necesita para sentirse otra vez vivo. A partir de este momento el autor de Salavatierra despliega todo su talento en una novela inteligentemente estructurada, notable en su ritmo narrativo y en sus giros en la trama, donde el humor asoma al tiempo que la tragedia se va configurando alrededor de un enigma: ¿Quién es verdaderamente Guerra? “Por un momento pensé: ¿Quién es esta mina? Me resultaba totalmente desconocida. Me costaba hacerla coincidir con mi delirio de meses. No digo que no estuviera linda –de hecho con esos jeans y esa remera medio abierta en la espalda estaba más buena que las vacaciones– pero el fantasma de Guerra que me habÃa acompañado ese tiempo era tan poderoso que me resultaba extraño que fuera ella ahora, frente a mis ojos, la verdaderaâ€. Si el encuentro con la joven uruguaya resulta decisivo en la vida de Lucas Pereyra más lo será su regreso a Buenos Aires donde lo espera Catalina para contarle una verdad que no supo leer durante el tiempo que duró la crisis matrimonial. La Uruguaya es una historia sobre el amor y sus imponderables. Y sin dudas, luego de diez años, significa un gran regreso de Pedro Mairal a la novela.
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