A Disorder Peculiar To The Country
Ken Kalfus
Ecco Press, 2006
237 páginas
Pasados cinco años del asunto era inevitable que alguien hubiese escrito –entre otras– la novela matrimonial-fitzgeraldiana sobre el 11-S (The Good Life, de Jay McInerney), que alguno hubiese reclamado para sĂ la novela epifánica-salingeriana sobre el 11-S (Extremely Loud & Incredible Close, de Jonathan Safran Foer), que otro se haya lanzado a la novela viajera-neoconradiana yendo a dar al 11-S (The Third Brother, de Nick McDonell) y que acabe de aparecer la novela intelligentzia–woodyallenesca (la reciente The Emperor’s Children, de Claire Messud). Pero lo que de verdad intrigaba era si alguna vez –¿cuánto tiempo tiene que transcurrir y cuál es la fecha en la que se permite reĂrse de algo por lo que todos lloraron y siguen llorando?– aparecerĂa el escritor norteamericano que se atreviera a firmar la novela de humor negro del 11–S.
La espera ha terminado y aquĂ viene Ken Kalfus y quiĂ©n iba a imaginar que serĂa Ă©l. Kalfus habĂa publicado un muy buen primer libro de relatos en 1998 (Thirst, alabado por David Foster Wallace) y una segunda recopilaciĂłn que a las excelencias del primero sumaba la originalidad del tema que los reunĂa: Pu-239 and Other Russian Fantasies: A Novella and Stories (1999) reflejaba las idas y vueltas de Kalfus por la historia del Imperio Ruso y el MoscĂş contemporáneo, ciudad en la que Kalfus viviĂł entre 1994 y 1998. Su primera novela continuĂł la racha triunfal y solidificĂł sus obsesiones: The Commisariat of Enlightenment (2003, en su momento comentada en este suplemento) arrancaba con la agonĂa de Tolstoi y –en un cocktail tan molotov como pynchoniano y/o burgessiano– seguĂa con la momia de Lenin y los usos del cine como herramienta propagandĂstica inoxidable.
De ahĂ que de entrada sorprenda pero enseguida fascine este tan diferente –-y posiblemente uno de los libros más incorrectamente polĂticos de los Ăşltimos tiempos– A Disorder Peculiar to the Country. ÂżY cĂłmo surgiĂł la idea? Fácil, y Kalfus lo explicĂł asĂ en una entrevista: “Apenas transcurridos los ataques terroristas yo sentĂ que estábamos deshumanizando a las vĂctimas, a los muertos, convirtiĂ©ndolos uniformemente en hĂ©roes y mártires. Me dije que, teniendo en cuenta lo que sabemos sobre los actuales Ăndices de divorcios y la amargura que acompaña a semejantes procesos, era un poco cĂnico y absurdo no pensar que, si murieron tres mil personas en las torres, por lo menos habrĂa tres o cuatro maridos o esposas felices de que alguien no haya vuelto a casa ese dĂa”.
Conozcan entonces a Joyce y Marshall Harriman. Se odian. Se odian mucho. Y se están divorciando. Pero sus abogados los obligan a continuar compartiendo el mismo departamento hasta que se dirima la cuestiĂłn. Y el 11 de septiembre del 2001 Marshall se va a su oficina en el World Trade Center y Joyce tiene que tomar un aviĂłn que acabará estrellándose en las afueras de Pennsylvania. Pero Marshall se salva y Joyce pierde su vuelo y, por unas horas, uno y otra son tan pero tan felices pensando en que el otro yace destrozado en un amasijo de acero. El primero y magistral y negrĂsimo capĂtulo de A Disorder trata sobre esta felicidad. El resto del libro –cuya trama se extiende hasta junio del 2002 y la “liberaciĂłn” de Irak– trata del odio de los sobrevivientes y de todo un paĂs enloqueciendo. Sin anestesia ni pruritos porque –explica Kalfus– “los artistas tienen licencia absoluta para encontrarles, como sea, cierto sentido a las peores cosas que le suceden a la gente”. De ahĂ que –cada vez más parecidos a los Itchy & Scratchy de Los Simpson– Joyce fantasee con acostarse con un bombero de la Zona Cero para recibir la dosis de Terror Sex del que ya disfrutan varias de sus amigas de la oficina y Marshall. Mientras se indigna porque no apareciĂł en ninguna de las fotos tomadas en las flamantes ruinas, se convierte en una especie de talibán domĂ©stico planeando pequeños atentados como el sabotaje de la boda de la hermana de su esposa y armando bombas que no funcionan con la ayuda de un site en Internet en árabe. Mientras tantos sus hijitos, Vic y Viola, se convierten en vĂctimas inocentes y juegan al World Trade Center arrojándose desde el porche de la casa de la abuelita. Y todo el asunto puede sonar a una versiĂłn politizada de La guerra de los Roses. Pero no. Lo que prima y se agradece aquĂ es el retorno del espĂritu y la carcajada agria de escritores como Joseph Heller, Thomas Berger y Bruce Jay Friedman. La lĂnea dura, durĂsima, del humor judĂo. Por supuesto –darse una vuelta por Internet– a muchos norteamericanos de esos que sĂłlo miran el Fox Channel, esta novela les parece fuera de lugar y de mal gusto. Que no se quejen: alguien ya está escribiendo –inverosĂmil y con lenguaje torpe– la novela patriotera-tomclancyana sobre el 11-S que más les gusta a ellos.
Su autor se llama George W. Bush.
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