“Quiero permanecer en tu cama / comiéndote a besos la vagina. Quiero ducharte la boca con mi sexo / entrar al estacionamiento privado de tu trompa de falopio / y falopearme de orgasmos inmemoriales / quiero beber el licor de todos tus agujeros / y reptar entre tus pechos hasta que mi cuerpo sobre el tuyo sea sólo un tatuaje.” Osvaldo Vigna, sociólogo amateur, dadaísta y poeta anarco-artauadiano, no tiene escrúpulos en recitar su poema erótico en un bar ultrapúblico y a las cinco de la tarde. El mozo abre los ojos como fauces, traga saliva y se esfuma después de dejarle el café. Las dos mujeres de la mesa contigua brotan en colores y se hacen las distraídas. Y Marcelo Rossi, su compañero bajista en Proyecto Ezquizodelia, evoca el momento en que lo escuchó por primera vez. “Quedé flasheado.” Vigna se ríe. Es experto en gritar poemas en lugares públicos, desde que fundó el Comando literario con Palo Pandolfo. “Irrumpíamos en bares y atacábamos a los desprevenidos —destaca—, mi idea era seguir a Artaud. El decía que el poeta no tiene que esconderse en un libro sino salir afuera para atacar al espíritu público. Si no ¿para qué sirve?”.
La continuidad del comando fue Verbonautas y después, agotado el recurso solipsista de la palabra, Vigna craneó apoyar su filosa palabra con música. Amistó con Rossi y este aportó a un amigo un tanto loco y luthier de instrumentos medievales (Diego Moller) para formar este trío raro, experimental e imprevisible, que ya va por se segundo disco: La venganza de Mao. Ezquizodelia es un neologismo inventado por Vigna, inserto en uno de los poemas de su segundo libro Los perros no sudan. “Está en un texto que se llama Curiosa dentellada Buenos Aires, donde grito “¡Buenos Aires, ezquizodelia sudaka!”. Y se corresponde con nuestro objetivo, que sigue siendo ir a buscar al receptor... lo que se llama estética de choque”.
El trío, un híbrido entre banda de rock y grupo de poesía, debutó hace seis años en Templum para 120 personas, y se metió en el barro del under multimedia con dos discos (el otro es Maniquí Tai Chi), y los libros de Vigna (Los perros... y El deseo es un tajo) cuyos poemas se transforman siempre en letras de temas. “Los primeros vivos fueron caóticos. Teníamos un solo amplificador y conectábamos todo al mismo lugar. Era una bola de ruido cruda y, como yo tengo una forma de recitar agresiva, la gente se asustaba y a nosotros nos encantaba. Era el reviente mal de los ‘80, pero no el escupitajo porque sí... había algo más pensante”, dice Osvaldo. “Nos molestan las fórmulas. Desestructuramos todo, porque nos aburre”, suma Rossi.
Los textos de Vigna, apoyados en una música indescifrable, son relecturas ásperas y desfachatadas del bronce humano. Descaretizan. En La Venganza de Mao, embisten contra Beliz y contra el turismo revolucionario inspirado en Naomi Klein. Definen a Buenos Aires como un crisol de razas agotada, al arte -–parafraseando a Tzara— como un producto farmacéutico para idiotas y se burlan de la realidad “con granitos” que trae el modernismo tecnológico. “Por más que Moria aparezca con unas lolas tremendas, le sacás el corpiño y se le caen”, ríe Vigna, ex militante trotskista expulsado por inclinaciones anarquistas. “Yo soy de izquierda, pero los que leen a Lenin se entorpecen y confunden los semáforos”, explica. Al rock también le llegan dardos. “Creemos que está el rock muy domesticado. A mí me llamaba la atención de cuando era contracultura con Frank Zappa o Iggy Pop. Lo vi el otro día y dije ‘este tipo va a matar a alguien’. Está bueno imaginar que algo de eso pueda pasar. En cambio, los grupos de hoy son muy previsibles. A nosotros nos seduce la posibilidad de error, el riesgo. Queremos que nos agarre miedo.”
—¿Pero no hay ningún referente en el que se miren?
—Siempre está presente entre nosotros el espíritu de Luca Prodan. Yo lo vi más de 15 veces. Los epistemólogos hablan de rupturas epistemológicas, y uando yo vi a Sumo por primera vez, me produjo una ruptura epistemológica vital. El primer tema que escuché en vivo fue Debede, cantado por un tipo que fumaba y tenía peluca. Y, de repente, se sacaba la peluca, los lentes, el cigarro... tuve la sensación de estar flotando.
—¿Por qué la tapa del disco es una foto de la pelea de Tyson con Holyfield y no la cara de Mao?
—Es increíble. No queríamos poner nada de Mao y se nos ocurrió poner la oreja rota de Holyfield. Pero nos pareció muy agresiva. Entonces, comenzamos a ver fotos de la pelea y descubrimos que Tyson ¡tiene un tatuaje de Mao en el brazo! Nos cayeron 200 millones de fichas. Un hallazgo celestial.
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