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Jueves, 18 de octubre de 2007
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Perfil de la actriz Martina Juncadella

“Yo no pertenezco a nada”

Esta cara nueva del novísimo cine argentino ya protagonizó el corto Ahora todos parecen contentos (ganador en Cannes), hizo un papel en Cara de queso, de Ariel Winograd, y comparte coprotagónico con Silvia Pérez en Encarnación, de Anahí Berneri, que ganó premios en San Sebastián y Toronto. Imaginate cuando cumpla los 15.

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“¡Martina, vas a hacer tu fiesta de 15 años! No me dijiste nada”, fue el reclamo de una compañera del colegio italiano de Martina Juncadella, la joven actriz de Encarnación, casi coprotagonista del film de Anahí Berneri que sí protagoniza Silvia Pérez, ganadora del premio de la crítica en San Sebastián y el de “artistic innovation” en Toronto. Un caudal entintando los diarios de interpretaciones sobre el rol de (la ex vedette) Pérez haciendo de (la ex vedette) Pérez dejó no tan en el centro a Martina Juncadella. Tiene catorce años y va a cumplir quince dentro de un mes, pero no tiene planes para su fiesta: “Mis compañeras se confunden un poco, leyeron en una nota que la protagonista iba a festejar su cumpleaños, pero creen que soy yo”, se diferencia. Juncadella transporta algo más que su apellido a esta incipiente altura de su vida: un papel en Cara de queso –mi primer guetto– de Ariel Winograd, un protagónico en el corto Ahora todos parecen contentos que ganó en Cannes el premio de Cinèma Fondation; y habrá otro corto más que saldrá pronto. Ahora su silueta todavía puede verse en los cines con la flamante Encarnación.

Con la voz algo raposa, la postura un tanto encorvada, propia de quien no ha logrado enderezarse definitivamente (¿en la vida?), bah, Martina anda como escondiéndose en los rincones de la industria, ya definida como infanta fatal pero también algo aniñada. “El de Encarnación fue el primer papel que me plantó, fue la propuesta más redonda, más profesional; aunque en el corto era la protagonista”. La niña se subía al auto de un profesor y jugaba a ser una especie de Lolita escapándose por las estepas puntanas, hasta que la televisión los delataba y allí quedaba ella. En silencio, como quien ha sido descubierta después de una imperdonable travesura.

Por dónde empezar, si todo empezó hace tan poco. Si cuando arrancó el nuevo cine argentino “yo casi ni había nacido”, piensa y se ríe. Si hace 7 años tenía 7 años. Nació en el ‘92, con la convertibilidad, justo cuando Fito Páez acababa de estrenar El amor después del amor, por poner algún dato más o menos firme. A los 7, la mandaron a un taller de teatro, “no fue una buena experiencia, me hicieron estudiar un guión todo el año para la obrita del final. No la pasé bien, no me quedó nada”. Trabaja mejor sobre la improvisación; se presentó al casting de Ahora todos parecen contentos y “quedé”, dice, y explica: “Es como una road movie, del último día en que están juntos el profe y la alumna, como que se enfrentan a los demás. Fue una experiencia grosa, tenía sólo 13 años”. Ahora, ya con 14 (“pero por cumplir los 15, eh”) las cosas crecieron de manera vertiginosa.

Martina va al Cristoforo Colombo, un colegio italiano donde lleva buena parte de la otra parte de su doble vida. “Mis compañeros se confunden un poco, tipo, el personaje conmigo. Hoy una chica se me acercó y me dijo, “¡¿Martina, estás haciendo tu fiesta de 15?!, como diciendo ‘me invitás’, y le digo no, no pensé en hacerla, y la chica me dice, ‘yo leí en una revista que estás haciendo tu cumpleaños de 15, no, quizás alquile un minigalpón y haga algo, pero no estoy pensando en hacerla”.

Antes del corto sucedió el rodaje de Cara de queso, de Ariel Winograd, “una superexperiencia estar con esos actores, éramos generaciones muy diferentes, con Nahuel Pérez Biscayart, Mercedes Morán, Federico Luppi... Yo no pertenezco a nada, pero aprendí mucho”. Este cronista intenta discutirle que igual pertenece a una generación, aunque no quiera... “Bueno –cambia de tema, no le importa–, en Cara de queso me ponía muy nerviosa, ahora aprendí a relajarme.” Y sí, la experiencia. Mercedes “la otra generación” Morán (“es cálida, me desenvolvía al toque”). Con Luppi no habló mucho, pero recuerda la vez que le pidió que le firmara un autógrafo (“imaginate, yo, a mí”), aunque no se identifica con nada (ya lo dijo) admite que “la cosa más cuadrada me aburre un poco”.

Cuando llegó su lugar en Encarnación no sabía que las cosas podían ir tan rápido (“sobre todo afuera”). “Con Silvia Pérez, digo, siempre hubo buena onda, más allá del rodaje, hubo muy buena química, muy buen clima de trabajo, fue más agradable filmar con ella. Ana (ella) la tiene a Encarnación (Pérez) como el modelo de mujer que quiere ser, ama su vida, por eso es actriz. Para Ana, Encarnación no es una mina que está tratando de sobrevivir en el medio, es lo que ella quiere ser. Con la llegada de la tía, Ana se despierta, no deja el personaje cerrado, sino que hay para descubrir. Es una mínima etapa del personaje, muy cortita, el click que hacés cuando crecés, que no tiene el ideal de mujer que vos creías que ibas a tener. Pero Ana se da cuenta de que Encarnación tiene sus bajones”.

Martina se siente identificada, un poco, con su personaje, aunque “soy totalmente diferente: no nací en el caaampo, mis papás no tienen un caaampo (lo dice estirando la “a” como quien dice, por ejemplo, Victoria Ocaaampo). No sé, vengo de cosas diferentes. Mi mamá es música, mi papá es más de ciudad, trabaja en un banco, ella toca el piano y es profesora en el IUNA”. Mientras rodaba en San Antonio de Giles, Martina viajaba a la ciudad para cursar. ¿Dónde estaba la cabeza? “En el taxi que me estaba tomando, para ir de un lugar a otro”.

¿Qué hacer con los padres de uno, cuando uno ya no es sólo uno? Los papás de Martina la cuidan, dice, la ven laburar desde chica, dice, y “está bueno que tus viejos estén atrás tuyo, por más que digas, bueno, te cueste aceptarlo. Están ahí. No podés decirles ‘salí de acá’. ¿Qué cosas no me dejan hacer? No sé, discutimos por los horarios de las salidas. Hay veces en que se ponen hinchapelotas, que con quién voy, que con quién vuelvo. Forma parte de la vida, pero ahora... si me voy al Festival de San Sebastián, ¿que con quién voy, que con quién vuelvo...?”

Martina se subió al avión para ir a San Sebastián y todavía se acuerda de que le encantó el “lugar divino, sentí que yo ya no era la que manejaba todo. Sino que como que ya está, es algo que se está moviendo solo. Me hizo emocionarme mucho. La primera vez que vi Encarnación no estaba terminada y no me gustó, no me gusté. Pero en San Sebastián me gustó mucho, la disfruté, era muy emocionante”. Martina se dio cuenta de que para ser actriz (pretendiente de estrella) había que poner el cuerpo y responder casi siempre lo mismo: “No eran preguntas complicadas, era ‘¿cómo viste el personaje de Ana, qué significa?’, era muy siempre lo mismo. Y a la directora le preguntaban cómo veía el cine argentino, la crisis y qué sé yo”. Y qué sé yo, claro, si total la vida sigue, y Martina tiene casi todo el futuro por delante: “¿Qué voy a hacer de grande? Lo que quiera, no sé. Lo que quiera en ese momento, no tengo planes. ¿Para la universidad? Tranqui, no sé, quizás voy”.

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