Quise poner las guitarras, pero no me dio el tiempo”, confiesa Fabricio Oberto. El domingo pasado inauguró su propio museo en Carlos Paz (“por tiempo indefinido”), en la que exhibe todo lo que puede exhibir un tipo que tiene títulos con Atenas de Córdoba y varios equipos europeos, medallas con la Selección y hasta un anillo NBA, sin contar, por supuesto, toda clase de distinciones individuales. Podría haber puesto la Telecaster firmada por los tres Nirvana que tanto buscó y finalmente encontró en una galería de Phoenix, o la acústica que le regalaron Los Piojos cuando advirtieron que sólo tenía violas eléctricas. Pero no. Lo que queda, entonces, es una imponente y cuidada muestra sobre la carrera de uno de los dos (a lo sumo tres) basquetbolistas más importantes que tuvo la Argentina, a poco más de un mes de su retiro forzoso a causa de inconvenientes cardíacos.
En todo caso ya tiene palenque para rascar ese berretín en público y es De todo menos básquet, un programa de radio que comenzó en 2004 en España y que, ya en Estados Unidos, reconvirtió en fenómeno 2.0, combinando el soporte de Ustream y la difusión de Twitter. El día que pinte, a la hora que sea, Oberto tira la señal en forma de tweet para luego aparecer presentando su música favorita o entreverándose en charlas al aire de horas y horas con Manu Ginóbili o Luis Scola vía Skype, para la alegría de los miles de oyentes que han convertido el envío del pivot varillense en una de las notas destacadas que la web nos ha ofrecido en este 2010 agonizante.
El nombre surgió a miles de metros de altura, en uno de los tantos vuelos que Oberto (aún en estado pre-NBA), el correntino Federico Kammerichs y el español Asier García compartieron cuando eran compañeros en el Pamesa Valencia. “Yo venía de la Argentina muy enchufado con Mario Pergolini y la Rock & Pop, y la onda era hacer un programa alternativo y picante, con buena música”, cuenta. “Hablábamos de libros o criticábamos películas a cara de perro, y teníamos ‘Las 20 preguntas’, un cuestionario bastante áspero. Entrevistamos a Luis Scola y al Chapu Nocioni, y también se sumaron el Cuchu Cambiasso y Pablito Aimar, que en ese momento era estrella en el Valencia y lo buscaban todos los medios. Nos pusieron a un periodista deportivo de allá para que nos guiara y no hiciéramos desastres, y estuvimos un año y meses, hasta que clasificamos a una copa europea con el Pamesa y se acortaron los tiempos.”
La idea permaneció latente, hasta que Oberto la volvió a traer a cuento a fines del año pasado, cuando jugaba en los Washington Wizards de la NBA y ya había sondeado el panorama bajando programas y buscando servidores para poder transmitir por Internet. Desde aquel De todo menos básquet valenciano a la re-versión Made in USA habían pasado muchos años y muchas cosas. Una de ellas (tan sólo una) fue una frenética escalada musical que incluyó recitales de todo tipo, encuentros y amistades con músicos, aprendizaje de instrumentos y hasta algunos proyectos que no estiraron más allá de la sala de ensayos. El primero de ellos fue The Pipis, en donde Oberto tocaba la guitarra y nuevamente aparecía el Yacaré Kammerichs entre sus secuaces a cargo del bajo. “En Valencia me enseñó a tocar la guitarra Javi Vela, de Seguridad Social, y después armamos esa banda, con la que hacíamos quedar mal a todos los argentinos. Por eso sólo nos juntábamos a ensayar, aunque grabamos algunas cositas”, dice el cordobés. “Puedo aprender a tocar algo, pero siempre me va a faltar el talento innato. Ahora necesito aprender a modular cuando canto.”
—Tomé un par de clases en San Antonio, y practicaba mucho Sinatra. Cuando me hicieron los registros, llegué a tenor, aunque luego pasé a barítono cuando dejé de entrenar. Pero tengo la voz grave y eso me da.
—Cuando tenía seis años, mi papá me regaló dos casetes: veinte grandes éxitos de Los Beatles, y uno de Trulalá, con el desaparecido Gary. Los dos regalos fueron tremendos, porque a esa edad uno está acostumbrado recibir juguetes, y de repente descubrí un universo que me resultó fascinante. Eso también me permitió entender que en la variedad está el gusto, aunque suene caseteado, pero es la verdad: escucho desde Pavarotti hasta cumbia, aunque al rock le doy duro. Me gustan Foo Fighters, Them Crooked Vultures, Kings of Leon, Cage The Elefant y muchas bandas nuevas, sobre todo inglesas. Siempre trato de buscar nuevos horizontes, más allá de que me guste lo clásico, onda The Doors, Zeppelin, Floyd, Hendrix. A la hora de tocar, me gustan la distorsión y los efectos. Por eso me va Jack White, que la descose. Si pudiera tocar como él, hubiese dejado el básquet hace años.
—Vi todo lo que pude, pero no sólo de rock. En España he llegado a ir a ver a artistas finlandeses tocando cellos y violines. Me quedó la espina con Metallica, que tocó en San Antonio y en Washington en tiempos donde yo estaba jugando en equipos de esas ciudades, pero justo me engancharon en partidos de visitante. Vi a Coldplay, AC/DC, Robert Plant, Jack White, cuando estaba The Raconteurs. Con unos amigos fuimos a un show de Muse en Boston, la rompen toda esos pibes. A los Foo Fighters los vi al lado. ¡Qué energía tiene esa banda! Seguí varias veces a Kings of Leon, incluso en un show exclusivo luego de un festival. No me puedo quejar, pero quiero más. Ahora estoy tratando de ir a la segunda fecha de U2 en La Plata, porque ya me quedé afuera de la primera.
—Brent Barry, un compañero de San Antonio Spurs con el que me juntaba a zapar, me presentó a Jeff Ament, bajista de Pearl Jam, que me mandó un bajo firmado por toda la banda antes de que me operaran del corazón, el año pasado. Después, bueno, contactos o buena onda con gente de acá, como La Renga, Fito Páez o Los Enanitos Verdes, que me hicieron descubrir a Federico Peña, hermano de Fernando y tremendo músico.
La primera decisión financiera de fuste que Fabricio Oberto tomó en su vida fue la de invertir sus primeros dineros en los fichines que le comía el Rygar, un juego de arcade de los lejanos ‘80. “Lo he pasado de punta a punta sin perder una sola vida”, afirma con el orgullo de quien se tomaba la duración de la ficha como una cuestión de honor, antes de que los cybers hicieran estragos con la lógica de “tanto pagás, tanto jugás”. El hombre fue evolucionando, y con él sus ambiciones: luego llegó el Atari, más tarde la computadora con disquetera de 5¼ y así, sucesivamente, hasta volver al Rygar. “Me lo compré hace poco, para recordar esas viejas épocas en las que le ganaba a todo el mundo. Ahí pierdo la humildad, pero no hubo juego en el que haya gastado tanto dinero.”
Su avidez gamer sabe de todo tipo de consolas (lo último que lo prendió fue la Wii), en gran medida también por la condición de acérrimo geek que asume para sí mismo sin ningún prurito. Eso sí: tiene sus reglas de oro. Una de ellas: “No comprar las primeras versiones porque es fija que luego sacan otra que es un avión”. Ese comportamiento es el que, por ejemplo, le impidió salir a la caza del iPad, aun declarándose “fanático de Apple”. Su artillería tecno llega hasta límites insospechados, definidos por una remera con ecualizador que responde a los estímulos sonoros que recibe vía micrófono. Los fanáticos de los Ratones Paranoicos tal vez la tengan presente, ya que alguna vez el baterista Roy la tomó prestada para un show en el Luna Park.
También es un auténtico intérprete del integrador lenguaje 2.0, logrando articular el stream De todos menos básquet con su cuenta de Twitter (@obricio7, en la que tiene más de 300 mil seguidores) y obtener, a partir de esa combinación, un resultado explosivo. “Soy fanático de Twitter, y comencé a promocionar el programa por ahí. Así conocí a Fierita Catalano y a su productor, que me hicieron un par de pisadores; y me largué, más que nada pasando música”, cuenta. De sus cráneos salió la primera Twitterfest cordobesa, en junio pasado. “Conseguí el lugar, bebida y algo de comida. Fierita dio una mano y también vino una DJ amiga. ¡Hasta pasé música! Hicimos una entrada numerada virtual y lo manijeamos desde el stream. De golpe, teníamos más de 600 entradas bajadas y tuvimos que cortarla. Lo bueno es que se juntaron alimentos no perecederos, también para demostrar que Twitter no es sólo para joder o colgar links: si te organizás, podés reunir a un montón de gente que está dispuesta a ayudar.”
—En su momento, tweeteaba mucho, pero después tomé algunos reparos respecto de mi privacidad. Hay que saber usarlo. Me ha pasado de estar en un lugar, preguntar adónde me recomiendan ir a comer y recibir veinte mensajes casi al toque. Hay gente que piensa por vos y te resuelve situaciones como ésta, eso está bueno. A veces se cuestiona a Twitter y a las redes sociales en general, pero creo que hay que buscarles la vuelta y saber sacarles sus beneficios, que los tienen y en abundancia. Sin ir más lejos, es lo que me permite avisar que el stream está por salir al aire.
—No, ni tampoco lo hago con ese fin. Sólo quiero disfrutarlo. La música que paso es completamente anticomercial, aunque reconozco que alguna vez he puesto cuarteto y el stream ardió. El programa no tiene nada de producción, es pura improvisación. Manu (Ginóbili), por ejemplo, comenzó a sumarse de onda y terminó convirtiéndose en un columnista, saliendo desde donde esté a través de Skype.
—Por el momento estoy muy tranquilo, relajado de todo el vértigo del retiro. Quiero pasar el verano tranqui, aunque tengo un par de proyectos propios. Estoy con una línea de vinos desde hace un tiempo, a través de la cual me relaciono con otra gente y conozco personas, ¡como Twitter! La música me gusta mucho, aunque tenga que aprender a cantar mejor o con la guitarra apenas me dé para hacer un poco de ruido sobre las canciones. Pero son cosas que me conectan y hacer algo con ella es una cuenta pendiente.
La decisión de Fabricio Oberto tomó por sorpresa a muchos, pero no a él: el año pasado ya había sido operado de una arritmia cardíaca y el corazón comenzaba a mostrarse porfiado. El 2 de noviembre pasado, por ejemplo, comenzó a sentir mareos y vértigo en pleno partido. Todos los caminos conducían al mismo destino; entonces prefirió no dilatarla más y anunciar su retiro dos días más tarde. La noticia causó conmoción, ya que el inapelable parate lo encontraba al pivot aún en forma y con un flamante contrato con Portland Trail Blazers que le aseguraba otra temporada más en la NBA luego del paso por los Washington Wizards. A los 35 años, entonces, le puso fin a una carrera que, a nivel profesional, le ocupó la mitad de su vida.
Oriundo de Las Varillas e hijo dilecto de la Liga Nacional de Básquet, en la Argentina sólo jugó para Atenas de Córdoba, el equipo con más torneos locales. Fue entre 1993 y 1998, tiempo en el que compartió equipo con dos monstruos como Marcelo Milanesio y el Pichi Héctor Campana. Su último año fue consagratorio, convirtiéndose en el jugador más valioso (MVP) de la final en la que su equipo aplastó a Boca sin atenuantes.
En el Olympiakos griego tuvo su fogueo europeo, aunque su historia importante comenzaría a escribirse en 1999, cuando desembarca en el Tau Cerámica e inicia un exitoso proceso por el básquet español que también incluye al Pamesa Valencia. Jugó tres años para cada uno, al término de los cuales había sumado títulos locales y europeos. En 2005 se suma a San Antonio Spurs en condiciones inmejorables: el equipo atravesaba el mejor momento de su historia con dos títulos en los últimos tres campeonatos, allí se podría reencontrar con su amigo Manu Ginóbili y, por fin, se cumplía el sueño de jugar en la NBA.
Fue el sexto argentino que lo consiguió, luego de Juan Ignacio Sánchez, Rubén Wolkowyski, el propio Ginóbili, Andrés Nocioni y Carlos Delfino (el selecto grupo lo completan Walter Herrmann y Luis Scola). Con los Spurs jugó cuatro años en los que, incluso, pudo darse el lujo de ganar el preciado anillo, ofreciéndose como una pieza clave de recambio.
Por supuesto, nada tendrá sentido en este relato sin la omnipresencia de la Selección Nacional, integrante de la llamada Generación Dorada que logró imponer a la Argentina entre las cinco selecciones más competitivas del mundo. Muchos coinciden en que esa etapa inolvidable comenzó con el Mundial juvenil de Australia 1997, en el que Argentina demostró un gran nivel y terminó cuarta. Cuenta la leyenda que Oberto le prometió a su compañero Lucas Victoriano mejorar la marca tres años más tarde, cuando en el mismo país se hicieran los Juegos Olímpicos. Argentina no clasificó a la competencia y Oberto y compañía pagaron con intereses su deuda en la cita olímpica de Atenas 2006, ganando la medalla dorada y mejorando, a la vez, el subcampeonato mundial conseguido dos años antes en Estados Unidos. El último compromiso de Oberto con la Selección fue en el reciente Mundial de Turquía, donde no pudo aportar su mejor versión, ya que diversos problemas estomacales lo marginaron de la mitad de los juegos. No obstante, su presencia le sirvió a la Argentina para cerrar un honroso quinto puesto, y a él para convertirse en el basquetbolista nacional con más participaciones mundialistas.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.