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Domingo, 15 de enero de 2006
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Una artista plástica elige su obra favorita: Cynthia Kampelmacher y la tapa de Piet Mondrian de Arte plástico y arte plástico puro

La pinacoteca de los genios

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La ilustración de la tapa de Arte plástico y arte plástico puro (Editorial Víctor Lerú, Buenos Aires, 1957) corresponde, según consigna la edición, a un cuadro pintado por Mondrian en 1937.
Mondrian nació el 7 de marzo de 1872 en Amersfoot, Holanda, estudió en Amsterdam y, antes de dedicarse a las obras abstractas por las que es conocido, pasó la primera década del siglo XX pintando cuadros naturalistas bajo la influencia del paisajismo impresionista académico. Fue durante los años de la Primera Guerra que forjó –previas experimentaciones con el puntillismo y el cubismo– su estilo “neoplástico”, esas obras en las que buscó el equilibrio geométrico, de formas, colores y superficies y en las que se especializó entre 1917 (año en que fundó junto a Theo van Doesburg De Stijl, el grupo que extendió la abstracción a la arquitectura y el diseño gráfico e industrial) y 1944.
De su obra, el propio Mondrian escribió: “Construyo líneas y combinaciones de color para expresar la belleza general con absoluta conciencia. La naturaleza (o lo que veo) me inspira, me pone, como a cualquier pintor, en un estado emocional tal que me urge hacer algo, pero quiero aproximarme tanto como me sea posible a la verdad y abstraer todo de ello, hasta encontrar la raíz de las cosas. Creo que es posible, a través de líneas horizontales construidas a conciencia, pero no calculadamente, guiado por una alta intuición y llevadas a la armonía y al ritmo, que estas formas básicas de belleza puedan convertirse en una obra de arte tan fuerte como verdadera”.

Por Cynthia Kampelmacher

Me interesa especialmente seleccionar una imagen: la portada de Arte plástico y arte plástico puro de Piet Mondrian, ensayos del artista, ilustrada con una obra suya, representativa de muchas otras, pero única en mi recuerdo: resurge de aquel libro, con su papel mellado por el paso del tiempo.

Este libro perteneció a mi padre y a la biblioteca familiar que todos consultábamos hasta que comenzamos a formar nuestras propias bibliotecas y a disfrutar de las bibliotecas de los amigos. De aquella inaugural sólo quedan unos pocos ejemplares.

El de Mondrian no ha dejado de reinar en otras compañías: unos libros de arquitectura gótica que formaron parte del material de estudio de mi padre durante sus años en la Facultad de Arquitectura, unos antiguos libros de psicología de mi madre y algunos de teatro, especialmente uno de Sartre. Era una biblioteca bastante ecléctica, en la que convivieron desde textos de mecánica del automotor hasta tratados de iriología, Doña Flor y sus dos maridos, el Libro Gordo de Petete y la llamada Pinacoteca de los Genios; recetarios de cosmetología, la dieta médica Scardale y el Ulises de Joyce, cuya portada siempre me cautivó y vino a confirmar mi temprana sensibilidad a la abstracción pictórica.

Y luego, otras experiencias personales en torno de las imágenes que capturaban mi atención: los comentarios de gente que se había creado todo un imaginario en torno de un cuadro y al confrontarlo con el original de un museo advertía disimilitudes que hacía evidente cierta distorsión en mi aprendizaje, sintetizada en una frase: “Esos colores no son tan planos como en la foto, en el original se puede ver el rastro de la pincelada”.

La vivencia que provoca la obra de arte es irreemplazable. Cada oportunidad es única. Pero no “estar presente” no es “estar ausente”. Esto moldeó entre otras cosas la sensibilidad de la mirada, los modos de proceder y dar forma a la materia.

Vuelvo a la primera portada: aun antes de conocer su contenido y mi decisión de ser artista, marcó un modelo de aprendizaje si se quiere indirecto (más a través de la “idea de la imagen” que de “la imagen en sí”). En efecto, la historia del arte llegó a mí por medio de reproducciones impresas. Vicios de imprenta, reducciones, recortes, hasta la sobreimpresión de tipografías supieron seducirme y estratégicamente la vida los situó en los estantes de mi propia historia y a Mondrian, quien ha sabido soportar la compañía de tantos otros textos con sus lomos coloridos en grata composición a un mismo tiempo.

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