Por Cynthia Kampelmacher
Me interesa especialmente seleccionar una imagen: la portada de Arte plástico y arte plástico puro de Piet Mondrian, ensayos del artista, ilustrada con una obra suya, representativa de muchas otras, pero única en mi recuerdo: resurge de aquel libro, con su papel mellado por el paso del tiempo.
Este libro perteneció a mi padre y a la biblioteca familiar que todos consultábamos hasta que comenzamos a formar nuestras propias bibliotecas y a disfrutar de las bibliotecas de los amigos. De aquella inaugural sólo quedan unos pocos ejemplares.
El de Mondrian no ha dejado de reinar en otras compañías: unos libros de arquitectura gótica que formaron parte del material de estudio de mi padre durante sus años en la Facultad de Arquitectura, unos antiguos libros de psicología de mi madre y algunos de teatro, especialmente uno de Sartre. Era una biblioteca bastante ecléctica, en la que convivieron desde textos de mecánica del automotor hasta tratados de iriología, Doña Flor y sus dos maridos, el Libro Gordo de Petete y la llamada Pinacoteca de los Genios; recetarios de cosmetología, la dieta médica Scardale y el Ulises de Joyce, cuya portada siempre me cautivó y vino a confirmar mi temprana sensibilidad a la abstracción pictórica.
Y luego, otras experiencias personales en torno de las imágenes que capturaban mi atención: los comentarios de gente que se había creado todo un imaginario en torno de un cuadro y al confrontarlo con el original de un museo advertía disimilitudes que hacía evidente cierta distorsión en mi aprendizaje, sintetizada en una frase: “Esos colores no son tan planos como en la foto, en el original se puede ver el rastro de la pincelada”.
La vivencia que provoca la obra de arte es irreemplazable. Cada oportunidad es única. Pero no “estar presente” no es “estar ausente”. Esto moldeó entre otras cosas la sensibilidad de la mirada, los modos de proceder y dar forma a la materia.
Vuelvo a la primera portada: aun antes de conocer su contenido y mi decisión de ser artista, marcó un modelo de aprendizaje si se quiere indirecto (más a través de la “idea de la imagen” que de “la imagen en sí”). En efecto, la historia del arte llegó a mí por medio de reproducciones impresas. Vicios de imprenta, reducciones, recortes, hasta la sobreimpresión de tipografías supieron seducirme y estratégicamente la vida los situó en los estantes de mi propia historia y a Mondrian, quien ha sabido soportar la compañía de tantos otros textos con sus lomos coloridos en grata composición a un mismo tiempo.
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