Por León Ferrari
Entre los cuadros y objetos que estoy haciendo desde años atrás algunos se refieren al cristianismo y a las intolerancias que origina, aspectos de la religión que pienso son causa, o parte de las causas, de los crímenes cometidos durante la Conquista, la Inquisición, las Cruzadas, la caza de brujas, nuestro llamado Proceso y de las actuales agresiones norteamericanas contra Afganistán e Irak. Es decir, las crueldades de la religión alimentan la crueldad de los creyentes en el poder o influyendo sobre el poder. Expuestas en el Centro Recoleta, esas obras despertaron opiniones en contra (entre ellas las inesperadas censuras de Elisa Carrió y Alicia Pierini) y numerosas adhesiones.
Por otra parte, desde tiempo atrás, señalo que un sector de nuestra cultura ilustra, exalta y justifica las intolerancias cristianas, y cito como ejemplos extremos los juicios finales e infiernos de Miguel Angel, El Giotto, Fra Angélico, Luca Signorelli, etc. Pienso que estas y otras obras, sin cuestionar sus valores estéticos, funcionan, junto con las ceremonias, misas, tedéums, procesiones, confesiones, libros, catedrales, como una campaña publicitaria de la iglesia y de sus discriminaciones. Estas opiniones no despertaron en el pasado mayores respuestas.
A principios de agosto publiqué en Radar un texto en el que señalaba la diferencia entre el Guernica de Picasso y los infiernos de aquellos artistas: mientras Picasso muestra en Guernica los crímenes nazis para condenarlos, los pintores cristianos ilustran la crueldad en episodios bíblicos para justificarla.
Esta nota originó una apasionada respuesta del artista Germán Gargano fundada en parte en un malentendido: opinar que algunas obras religiosas son ilustraciones de episodios bíblicos que la iglesia aprovecha en su catequesis, no implica ni cuestionar los valores estéticos de aquellas obras, ni enjuiciar a sus autores.
Si bien casi toda la nota mencionada se dedica a señalar aspectos positivos de las obras o de sus autores, aspectos que no tienen que ver con su posible uso por la iglesia, una de ellas dice: “Plantear que una obra de arte tuerce las mentes humanas, las aliena, las mete a engaño y falsedad... esa segunda mirada que nos propone como más profunda y verdadera es en verdad una mirada moralizante, teológica y propagandística. Es ver bastante retorcidamente la cuestión”. Aparte de afirmar algo que yo no dije ni pienso (que propongo “una mirada más profunda y verdadera”), se desprende de ese texto, algo confuso, que la iglesia no usa el arte porque es imposible que el arte tenga esos usos. De esta afirmación sospecho que su autor es de los que piensan que el arte es casi como una divinidad que no puede equivocarse y que los artistas son, como dijo Pound, la antena sensible de la humanidad, opinión que no comparto.
Si bien Gargano niega esa posible función del arte, los posibles usuarios afirman lo contrario. Al arte como auxiliar en la transmisión de ideas se refirió el papa Paulo VI durante “La Misa de los Artistas” realizada en la Capilla Sixtina el 7/5/64 cuando les dijo a los concurrentes: “Nuestro ministerio es el de predicar y hacer accesible y comprensible el mundo del espíritu, de lo invisible, de lo inefable, de Dios. Y en esta operación que traspasa el mundo del invisible, en fórmulas accesibles, inteligibles, vosotros sois maestros. Es vuestra tarea, vuestra misión: vuestro arte consiste precisamente en recoger del cielo, del espíritu sus tesoros y revestirlos de palabras, de colores, de formas, de accesibilidad, (...) la capacidad de advertir por medio del sentimiento lo que a través del pensamiento no se podría comprender ni expresar, lo hacéis vosotros”. Y agregó: “Y si nos faltara vuestra ayuda, el ministerio sería balbuceante e incierto y tendría que hacer un esfuerzo, diríamos, para hacerse artístico, o mejor para hacerse profético”. (L’Osserv. Rom., 10/5/64.) Treinta años después, también en la Sixtina, Juan Pablo II puso en práctica la idea de revestir de “accesibilidad”, con el fresco de Miguel Angel, la amenaza del Juicio Final: mientras señalaba el cuadro dijo que ilustra “la desesperación de quien rechazó” a Jesucristo y que representa “existencias logradas y existencias fallidas (...) que al desobedecer al Señor se dirigen a la condenación eterna”. La Nación del 8/1/95 publicó la noticia con una foto del cuadro, y del Papa al pie, bajo el título “El Papa recomendó meditar en el tema del Juicio Final”*.
Aclaradas las diferencias de opinión sobre el uso del arte, me parece oportuno contestar o comentar algunos puntos del texto de Gargano.
No creo que sea un “pensamiento antediluviano” pensar que la religión influye en todos nosotros, incluidos los ateos.
No pretendí hacerlo “caer en la volteada” a Picasso cuando cuestiono la elección de la paloma de la paz de Noé, que dicen voló sobre todos los muertos, como símbolo de la paz en la campaña contra la atómica de los años ‘50. Me parece que en Hiroshima y Nagasaki se mató a gente con la misma idea sobre la paz que en el diluvio: la paz de los muertos.
No dije que Picasso estaba “infiltrado por el Occidente cristiano y capitalista”, ni mencioné al capitalismo.
No pretendo hacer una “revolución verbal”, no reclamo una “pintura de denuncia” y no pretendo competir en valentía con El Bosco, Grunewald y Bruegel.
Estoy de acuerdo en eso de “opresivo es el poder” pero extiendo esa opresión a la iglesia que la cultura ilustró.
No me parece bien que se aplauda al Dante por haber metido en el infierno a tres pontífices: los Derechos Humanos valen para todos, también para los que no nos gustan, mejor hubiera sido que se lamentara la multitud de sufrientes que albergan sus infiernos y que ilustraron Doré y Botticelli entre otros.
Se suele argumentar que se trata sólo de ilustraciones de lo que alguien llamó “desatinos bíblicos” inexistentes, pero los pintores cristianos también adornaron iglesias, “metieron la pala hasta lo más hondo”, para ilustrar y recordar las matanzas de herejes. El triunfo sobre los herejes de Giovanni Domenico Cerrini en la bóveda de Santa Maria della Vittoria, en Roma, muestra a la Virgen, espada en mano, rodeada de ángeles atacando a los herejes que caen con sus libros y bestias apocalípticas sobre los fieles que asisten a misa o que están comulgando. Andrea del Pozzo pintó en la bóveda de San Ignacio, Roma, un grupo de herejes vencidos que parecen también caer sobre los feligreses. Paul Rubens tiene en el Museo del Prado un cuadro, El triunfo de la Eucaristía, que muestra una carroza con la Virgen que avanza aplastando herejes.
A fines del siglo XV, mientras se quemaba a mujeres acusadas de brujería y de copular con el diablo, El Bosco, Tiziano, Miguel Angel en la Sixtina, Rafael, Julio Romano, van der Goes y las biblias luteranas de Grüninger, Koberger y Lübecker demonizaban a la mujer, ilustrando la acusación bíblica que culpa a Eva, y a la mujer en general, de los males que sufre la humanidad, agregándole al diablo-serpiente del “Pecado Original” un busto de mujer.
Me pregunto si esas obras magistrales habrán servido para ayudar a inquisidores, verdugos y creyentes, a comprender “lo que a través del pensamiento no se podría comprender”: que a las mujeres poseídas por el diablo había que quemarlas.
* A raíz de esta recomendación, se constituyó el Cihabapai (Club de impíos, herejes, apóstatas, blasfemos, ateos, paganos, agnósticos e infieles, en formación) para meditar sobre la posible llegada del Apocalipsis en el fin del milenio, como parecía sugerir el Sumo Pontífice. Resultado de las meditaciones fue una carta enviada al Papa donde se le solicitaba gestionara la cancelación del Juicio Final. No obtuvimos respuesta, no llegó el Apocalipsis.
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