Alguna noche dorada, en el centro más centrífugo de los Swinging Sixties, Raymond Douglas Davies dijo: “Yo me siento raro cuando la gente viene y me dice que salgamos y la pasemos bien. Así que les contesto que no, que yo estoy bien así. Les digo: ‘Salgan ustedes y yo escribiré sobre ello’”.
Semejante credo existencial y estético es el que ha sostenido durante décadas a The Kinks (en la actualidad en animación suspendida) como unidad disfuncional y sexualmente ambigua dedicada por siempre al comentario social a través de canciones perfectas sobre imperfecciones varias; y a su líder, Ray Davies, como el hombre de mil caras que, finalmente, no alcanzan a esconder del todo a su propio rostro. La idea de cantar las vidas de los otros para así apuntalar la propia escondiéndola; porque, como advierte en “Fancy”, “nadie puede penetrarme” o, como gritaba en esa otra canción, “Yo no soy como cualquier otro”. Y fue así como vinieron y vivieron Terry y Julie, David Watts, el Hombre Bien Respetado, Lola, Mr. Big, el dedicado Seguidor de la Moda, la Dulce Dama Genevieve, Polly, los miembros de la Village Green Preservation Society, los habitantes de la Granja de Animales, Mónica, Normal Norman, los escolares en problemas, Walter, Dandy, el vagabundo, Mr. Songbird, los amigos al otro lado del río, Mr. Flash, los Muswell Hillbillies, Mr. Black, la Malvada Annabella, Plastic Man, Powerman, Arthur, el hombre del Siglo XX, ese hombre que recoge las hojas secas de su otoñal jardín, el otro hombre que se pasea por las habitaciones vacías de una casa durante esa tarde soleada que es lo único que le queda... Todos ellos y muchos más contemplados desde las alturas por una versión personal de un dios indiferente que no responde a ninguna fe humana en particular, pero que sí contesta cuando se lo llama Big Sky.
Ahora –luego de una espera demasiado larga apenas puntuada por temas nuevos en To the Bone, Storyteller, algún Best of...–. se suman flamantes vidas a la lista con Other People’s Lives, el primer disco solista de Ray Davies...
UNO ... que en realidad no lo es tanto. Porque ahí están los soundtracks para los films Percy (de 1971, sobre un trasplante de pene) o Return to Waterloo (de 1984, dirigido en los ‘80 por el propio Davies y, por fin, reeditado por primera vez en CD meses atrás). O el álbum live del muy exitoso show conceptual y autobiográfico Storyteller (inspirado por su “autobiografía no autorizada” X-Ray). O, si hilamos fino, el legendario The Kinks Are The Village Green Preservation Society (que empezó siendo un proyecto personal y cuyo single externo “Days” marca en 1968, según Ray Davies, el verdadero final de The Kinks, que a partir de entonces y hasta 1995 no fueron otra cosa que la onda expansiva de ese Big Crash pastoral y maravilloso). O, si nos ponemos todavía más extremos e ignoramos la ocasional tensión provocada por algún tema firmado por el díscolo y volátil hermano menor Dave Davies (no olvidar que los gangsteriles y muy fashion hermanos Kray querían que los hermanos Davies protagonizaran su biopic), podemos afirmar que todos los discos de The Kinks, desde el vamos hasta el volvemos, no han sido otra cosa que íntimas instantáneas privadas del interior de un organismo extraño llamado Ray Davies. Secretos revelados por un grupo a su imagen y semejanza (peleas a puñetazos con su hermano y sobre el escenario incluidas). Emanaciones de un hombre con ojos de rayos X. Un tipo que hoy –en la nota de tapa de la última revista Mojo– confiesa que “dejé de evolucionar a los 18 años porque estaba muy ocupado escribiendo sobre los demás”. En este sentido –y ésta es una muy buena noticia–, Other People’s Lives es un puñado de canciones grabadas por un artista de 61 años de edad y 18 años de entusiasmo. El certificado y legítimo debut solista de Ray Davies que –ésta es otra muy buena noticia– podría ser otro de los varios discos imprescindibles de The Kinks. Un álbum que –como apuesta Mojo– debería hacer por Ray Davies lo que hicieron Time Out of Mind por Bob Dylan y American Recordings por Johnny Cash: confirmar la grandeza de alguien que no se achicó nunca y descubrirlo para los recién llegados a una vieja pero jamás cansada fiesta. Una fiesta que se viene festejando desde hace tanto tiempo...
DOS Y han sido muchos años sin un nuevo trabajo de Ray Davies. Y una de las máximas virtudes de Other People’s Lives –agridulce, deslizándose entre la furia y la resignación– es la de no sorprender pero sí confirmar aquello de lo que jamás dudamos. Bienvenidos, una vez más, al mundo según Ray y a uno de sus temas favoritos: los nuevos comienzos que, se descubre casi enseguida, no son otra cosa que el mismo (continuará...) de siempre.
Y así tenemos –a modo de apertura– su típica canción de “mañana siguiente” bajo el título de “Things Are Gonna Change (The Morning After)”, empalmando con “After the Fall”, su continuación natural y melancólica y resacosa. “Next Door Neighbour” (con Ray Davies mirando a sus vecinos por la ventana), “Stand Up Comic” (con guiños más o menos acusatorios a todas esas bandas del renacer britpop que se enriquecieron “homenajeando” a The Kinks a mediados de los ’90) y “Tourist” son las inevitables viñetas de hombrecitos más o menos respetables y a la moda. “Is There Life After Breakfast?” es otro particular lugar común de Ray Davies: una nueva oda a las virtudes de una taza de té inglés como pócima milagrosa reparadora de todos los males. “All She Wrote” y “Creatures of Little Faith” revisitan otro territorio favorito: el de las rupturas sentimentales con formato epistolar, rimando con la autoridad de quien alguna vez declaró que “no he tenido muchas relaciones sentimentales en mi vida; pero sí puedo afirmar con autoridad que han sido todas catastróficas”; y quien lo dude, ahí tiene su romance con Chrissie “Pretenders” Hynde, madre de su hija con la que nunca se pudo casar porque, in situ, el juez de paz consideró que se peleaban demasiado frente a él, en el día de la boda, y desestimó la unión. “Other People’s Lives” es otra de sus canciones de denuncia acusando, esta vez, a los tabloides y a los sites de Internet que publican rumores sin medir sus consecuencias. “The Getaway (Lonesome Train)” y el tema escondido “Thanksgiving Day”, ambos con sonido muy american, se ocupan de las idas y vueltas del extranjero –en los últimos años, Ray Davies ha alternado sus estadías en Londres con largos períodos en Nueva Orleans– y de los suaves choques culturales entre un gentleman británico y un entorno que no entiende del todo pero, como suele ocurrir con los antihéroes de Graham Greene, le parece profunda e irresistiblemente seductor. “Over My Head” es el final feliz que –lo descubrimos casi enseguida– no es final ni feliz. Historias musicales –donde hay sitio tanto para lo isabelino como para el calypso o el extático estallido de coros gospel– que ponen en práctica la teoría de su creador, caballero del Imperio Británico desde el 2004. Un noble absolutamente convencido de que “la canción pop de tres minutos es una de las grandes formas artísticas del siglo XX. Esto se vuelve evidente en las canciones de amor. El amor se acaba, pero las canciones duran para siempre. Se las arreglan para capturar un momento y una emoción. Así descubres a dos personas, a un hombre y a una mujer, que no podrían habitar la misma casa o quizás el mismo país; pero la música te demuestra que lo suyo podría haber durado para siempre. En tres minutos no hay tiempo para reproches”.
TRES Y sin regaños: está claro que –como suele ocurrir con cualquier cosa que involucre a The Kinks y a Ray Davies– la concepción y parto de Other People’s Lives fue un proceso largo y doloroso. Ray Davies partió de su país en el 2001 en busca de su musa extraviada “porque había perdido toda confianza en mi habilidad para hacer discos”. Y recordó hace poco: “Yo había pasado buena parte de mi vida en una banda y de pronto se me hacía insostenible entrar a un estudio por las mías. Me temblaban las manos cuando afinaba mi guitarra. Me sentía obligado a justificarme desde cero, a convencerme de que tenía algún sentido volver a empezar en lugar de retirarme... Comencé a ver la luz al final del túnel durante un nuevo tramo de mi tour Storyteller justo después de lo del World Trade Center. Se habían cancelado muchos vuelos; por lo que me vi obligado a viajar a lo largo y ancho de Estados Unidos por carretera. Así que utilicé todos esos largos trayectos para reconectarme con lo que me gustaba de ese país, redescubrir toda esa música que fue la que me hizo quien soy. Y así acabé comprendiendo que tal vez los norteamericanos aprecien más y comprendan mucho mejor la sensibilidad británica que los mismos ingleses. Esa era la idea original para Other People’s Lives, que en principio iba a ser un álbum doble, con una parte dedicada a canciones sobre Inglaterra y otra a canciones sobre América. Y yo en el medio, en alguna parte, mirando”.
Finalmente, Ray Davies hizo base en Nueva Orleans y allí encontró ganas e inspiración y hasta un nuevo amor. Pero –nada es perfecto y todo es tan kinky– también encontró otras cosas: una noche calurosa le robaron el bolso a una amiga. Ray Davies salió corriendo tras el ladrón y recibió un balazo en una pierna que, en principio, parecía que no traería consecuencias, pero que derivó en una infección y, casi, en un boleto de ida al otro lado. Sumar problemas con su discográfica, batallas legales y postergaciones varias. Y, entonces, el Katrina. Y, después, el descubrimiento de Max, su alter ego oscuro, su sombra que sólo él puede ver. Alguien a quien echarle todas las culpas de malos momentos y peores decisiones. Ray Davies cuenta una y otra vez –para desconcierto de los muchos periodistas que lo entrevistan por estos días– que Max lo iba a visitar todas las noches al hospital y le decía cosas como “se acabó la joda, tienes que terminar el disco”. Ray Davies cuenta que Max es, para él, “el equivalente a esa persona que llevaban junto a ellos, siempre, los césares triunfantes cuando regresaban a Roma y eran ovacionados en las calles de camino al Senado. Alguien cuya función era, cada tanto, darles una palmadita en la espalda y decirles al oído: ‘Tú no eres un dios; tú eres apenas un hombre’. Max empezó funcionando de ese modo; pero en los últimos tiempos se ha vuelto un tanto pesado, abusivo. Tal vez debería ordenar que lo deporten. Pero Max es muy importante en mi vida porque, siendo irreal, me ayuda a no perder contacto con mi realidad”.
CUATRO Ray Davies –quien en un principio soñaba con ser pintor o cineasta– no es un dios, pero nadie discute la textura divina en la realidad de su obra. The Kinks –que siempre aparecen como un objeto volador más o menos identificado, lateral a las trayectorias de Beatles y Rolling Stones y The Who– no sólo han sido y son tan grandes como ellos sino que, además, Ray Davies es mucho mejor escritor que Lennon & McCartney, Jagger & Richards y Townshend juntos. Su lugar preferencial en el canon está más que asegurado y su influencia es clara en –por citar a unos pocos– gente como The Go-Betweens, Ron Sexsmith, The Decemberists, Paul Westerberg, Blur, Belle and Sebastian, Pulp, Paul Weller y, horror de horrores, Oasis, cuyo reciente hit “The Importance of Being Iddle” no sólo es un vulgar calco del sonido kink; su video también plagia descaradamente de aquel primitivo y funerario clip de “Dead End Street”. Y todos felices menos Ray Davies. Y el single en cuestión fue número 1 de ventas. Cosa que no será Other People’s Lives. Porque parte del éxito de Ray Davies y los suyos siempre pasó por ser un tanto losers.
Está claro que The Kinks siempre fue una banda clásicamente rara que siempre atrajo a raros (basta mencionar que uno de sus promotores en alguna gira norteamericana no fue otro que el asesino serial John Wayne “Payasito” Gacy, quien los invitó a su casa pero, recuerda Ray Davies, “nos fuimos rápido porque había un olor espantoso”) y es su rareza la que la separa del resto. The Kinks pudieron ser los más grandes, pero optaron por ser los más diferentes: un grupo que no conforme con inventar el heavy-pop con “You Really Got Me” y “All Day and All of the Night” mutaba al poco tiempo –cuando todo era psicodelia lisérgica– en defensora de valores tradicionales mientras lloraba nostálgica y melodiosamente la decadencia del Imperio para, en los ’80, convertirse en estrellas del hard-rock de estadio made in USA.
Aquí y ahora, Ray Davies no se arrepiente de nada y si de algo se arrepiente, bueno, la culpa es de Max. Y, quién sabe, tal vez falta poco para el gran duelo final entre uno y otro, ahí adentro de ese hombre que posa con cierta incomodidad para el fotógrafo frente a un atardecer de Waterloo. Alguien que confiesa sus ganas de estrenar un “porno musical” en Broadway a titularse Lola y anuncia que en su próximo disco se permitirá, por fin, “enfrentarme al mundo como yo mismo. Mi vida y no las de otros. Canciones sobre lo que yo pienso y lo que yo soy”.
Mientras tanto y hasta entonces –esperemos que no pase demasiado tiempo–, en un reciente episodio de Lost, Charlie –rocker ex heroinómano– canta en la playa una canción de The Kinks y le pregunta al oriental Jin si los conoce. Jin, desconcertado, le comunica con palabras sueltas y gestos torpes que no, que nunca oyó hablar de ellos.
Jin se lo pierde, Jin está perdido.
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