El primer efecto es una suerte de viaje en el tiempo: todo parece estar ahí, en el mismo lugar en que fue dejado en 1992, o incluso casi en el mismo lugar en el que todo empezó en 1984. Casi todos los mismos autores que durante ocho años se identificaron directamente con Fierro, la última revista argentina de historietas verdaderamente masiva. Ahí están, entre otros, El Marinero Turco, Muñoz y Sampayo, Patricia Breccia, Trillo (en su primera colaboración con el dibujante argentino residente desde hace muchos años en Inglaterra, Oscar Grillo), Mandrafina y Saccomanno, Pablo de Santis, Sáenz Valiente, Nine. Y están de vuelta con el estilo que los hizo inconfundibles: las figuras geométricas de Tati, los brillos melancólicos de El Tomi, los contrastes en blanco y noir de Muñoz y Sampayo. Incluso Enrique Breccia decidió reanudar los viajes de El Sueñero, que después de todo es una especie de criatura atemporal que supo combinar sus marcas de época con sus bestias a la vez históricas y anacrónicas. En las “contraindicaciones” –así se llamaba y así se volverá a llamar el editorial que abre cada número–, Juan Sasturain –quien fue el jefe de redacción de su primera etapa, desde el primer número hasta el 47, en 1988, y ahora dirige nuevamente la revista– promete además los eventuales regresos e incorporaciones: Altuna y Rep, Juan Giménez, María Alcobre, Crist, Peiró, Flores, Birmajer, Nine (hijo); Liniers, Lucas Varela, El Niño Rodríguez; Podetti, Fayó, Quattordio y Gustavo Sala; Solano, la gente de publicaciones como La Productora y de Barcelona. Y seguirán las tiras inolvidables de Copi. Todos aquellos personajes diversos y en algunos casos aparentemente inconciliables y que convirtieron a la revista en un espacio que como le dijo Sasturain a Radar un par de años atrás, cuando se cumplieron dos décadas de su creación, “no le podía gustar entera a nadie, ni siquiera a los que la hacíamos: a los que les gustaba Juan Giménez y Moebius y por ahí para ellos era la historieta de ciencia ficción moderna, no lo podían soportar a Muñoz o puteaban contra El Marinero Turco o Max Cachimba”.
Fierro regresa dieciséis años después –el segundo sábado de cada mes, con Página/12, desde el próximo 11 de noviembre– con algunos que no estuvieron, pero que bien podrían haber estado, y principalmente con los que ya estaban.
Sasturain explica la nueva formación con un paralelo futbolero perfectamente claro: “Esta revista la hace Basile, no La Volpe: se eligen los jugadores. Es el mismo mecanismo de cuando se creó en 1984. Uno elige a los artistas y los artistas traen lo suyo, no laburan a pedido. Partimos, en esta primera etapa, de ver qué están haciendo: hace veinte años que no nos vemos”. Primero debieron salir a buscarlos, explica Lautaro Ortiz, el jefe de redacción de esta nueva etapa. “Algunos no estaban haciendo nada que tuviera que ver con la historieta. Nada. Vivían de la publicidad. Había otros casos, como El condenado, de Saccomanno y Mandrafina, que tiene muchísimos capítulos y nunca se había publicado acá.”
Una vez convocados, tuvieron lugar tres o cuatro reuniones en un restaurante cerca de Corrientes y Montevideo. Para muchos significó un extraño reencuentro, pero todos, dicen, respondieron con entusiasmo. “Nadie nos dijo que no”, cuenta Sasturain. “Muchos de ellos habían dejado de publicar acá. Eso es lo que los ha unificado en estos últimos años, y es válido para dos o tres generaciones: la de Nine, pero también la de Tati, y la de Max Cachimba, que empezó a los 15 (fue una de las revelaciones del suplemento Oxido de la revista, que tenía unas 16 páginas y era un eficaz reclutador de nuevos talentos) y tiene menos de 40 ahora. Desde los ’90, la mayoría de las revistas cerraron y muchos pasaron a publicar afuera.
Hoy la situación en términos laborales es diferente. Hay un grupo de dibujantes que ha saltado directamente al mercado externo sin publicar acá; algunos de ellos muy buenos. Y estas historietas tienen como rasgo –sin necesidad de hablar de una ‘historieta argentina’– que no se publicaron acá.” No se trata, tampoco, aclaran Ortiz y Sasturain, de que no les interese lo que se ha estado publicando en los últimos años en la Argentina en materia de comics. De hecho, antes de decidirse por rastrear al viejo batallón a pleno, rastrillaron muchas de esas publicaciones y se encontraron con una gran diversidad de material. “Es más –dice Ortiz–, se podría decir que la nueva salida de Fierro en cierta manera la posibilitaron los pibes, los que quedaron, los que hicieron barricada.” Los responsables de publicaciones como las de La Productora (para darse una idea: www.laproductora.ahiros.com.ar), Historietas Reales (historietasreales.blogspot.com); “y todos los que siguieron, a pesar de todo, después de que cerró Skorpio”. En otras palabras, los sobrevivientes.
Y precisamente, Historietas para sobrevivientes era el subtítulo o slogan de la revista. Eran otros tiempos y la revista venía con sus fuertes marcas de época. Era el retorno democrático, y no es que los dibujantes estuvieran prohibidos, aclara Sasturain: “Decir eso sería ser oportunista. Pero sí es cierto que se abrió todo un campo que había pasado por una larga temporada de quietud. La dictadura y la guerra de Malvinas se tematizaron insistentemente en aquella primera etapa; y en ese sentido puede decirse que la nueva Fierro puede ganar una gran libertad”.
Como lo explica Sasturain en las “contraindicaciones” de este primer número, no hubiera sido apropiado volver a recurrir a aquel slogan: “Sólo un poco de pudor y la resistencia al golpe bajo nos impide seguir subtitulando a Fierro como Historietas para sobrevivientes”, escribe. Pudor, dice, porque “hubiera sido demasiado obvio; y hay que tratar de no ser redundantes. En la Argentina se lo podríamos poner en cualquier momento”.
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