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Domingo, 11 de marzo de 2007
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Despedidas > La última entrevista con Eduardo Darnauchans

El auténtico decadente

Lo acusaban de esteta decadente, y a él le parecía un elogio. Nunca apuraba las canciones, y con frecuencia incluía la fecha de inicio y conclusión de cada una en sus discos. En los años ‘70 fue prohibido por la dictadura, lo sometieron a tratamientos de electroshock para superar una depresión y el año pasado una operación de cadera lo obligó a vivir en un asilo de ancianos aunque tenía menos de 60. Hacía mucho que se hablaba de la delicada salud de Eduardo Darnauchans, quizá el cantautor más secreto pero respetado de la última canción popular uruguaya. Lamentablemente la muerte le llegó justo cuando editaba su primer disco de canciones nuevas después de quince años de silencio. Radar estuvo con él en Montevideo hace unas semanas, después de la única presentación de su flamante disco. Esta fue la charla, que vale como homenaje.

Por Martín Pérez
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”El día que pasé los 40 años en lo único que pensé era en que le había ganado a Lennon. ‘No puede ser’, me dije. ‘Qué derecho tengo yo a tener más tiempo en este mundo que él.’ Después, a los 42, le había ganado a Presley. Yo siempre conté los años así. Por eso ahora que cumplí 53, pienso en llegar a los 55, que fue la edad que tenía mi padre cuando falleció.” Así bromeaba con respecto al tiempo y la edad Eduardo Darnauchans a fines del año pasado, sentado en el living de su casa en Montevideo, frente a un grabador encendido y flanqueado por un atado de cigarrillos y un encendedor que compartía con su mujer, Patricia.

En aquella calurosa tarde que prenunciaba el comienzo de este verano que ya termina, casi toda la escena musical uruguaya se reunía alrededor del Estadio Centenario para participar de la multitudinaria Fiesta de la X. Pero Darnauchans, cuya delicada salud apenas si le había permitido en el transcurso del año pasado presentar con un único show su flamante disco El ángel azul, estaba bebiendo tranquilamente una gaseosa light en un oscuro departamento ubicado a un par de cuadras del Teatro Solís y la Ciudad Vieja, fascinado por una completa colección de sus discos en versión compact, muchos de los cuales aseguró no haber visto jamás. Como por ejemplo Canción de muchacho, su primer disco, grabado en 1972 y con el que comenzó su carrera, que la revista uruguaya Postdata —en la que trabajó como editor de su sección de Espectáculos hacia mediados de la década del noventa— reeditó respetando su portada original. “Esa barba es la de un adolescente que recién le empieza a creer y no se la afeita nunca. Fijate que casi no hay bigote”, explicaba mirando la foto de portada, desde la que mira un adolescente de curiosa barba casi monacal, boina, traje y corbata. “La boina no es tal, sino que es una gorra de pana negra con visera, que usaba porque sufría de una erupción en la piel. Y la corbata me la puse porque me gustaba, aunque no estaba de moda usarla. Más bien eran ya épocas de camisa abierta y pecho al viento”, agregaba entre sonrisas.

Más de tres décadas y diez discos son los que separaban a aquel lejano debut del último álbum del Darno —como se lo llama cariñosamente en Uruguay—, y sin embargo una cuidadosa escucha de ambos trabajos no demostraba demasiadas diferencias estilísticas. Lo que suena moderno en Canción de muchacho también lo es en el formidable El ángel azul, y lo que estaba fuera de época entonces lo sigue estando ahora. ¿Estaría de acuerdo Darnauchans con semejante afirmación? El entrevistado fumaba y asentía, y recordaba que aunque aquel debut lo grabó con 18 años, en la foto de portada tenía 17, ya que el disco salió con un año de atraso porque el cantante no iba a las sesiones, prefiriendo perderse en un Montevideo que era nuevo para él.

Con una guitarra apoyada contra la pared (que nunca amagó agarrar) y la promesa de que jamás arreglaría —pero que tampoco iba a tirar— esa videocasetera en la que ya no podría ver Don’t look back, el mítico documental de su admirado Dylan, la charla de aquella tarde tal vez haya sido el último reportaje en el que Darnauchans se tomó un tiempo para recorrer su vida y obra. A pesar de aquel deseo de alcanzar la edad final de su padre según su curiosa forma de contar los años, los cables de noticias aseguran que en la madrugada del pasado miércoles: “el músico y compositor Eduardo Darnauchans, una de las grandes figuras de la música popular uruguaya, falleció en Montevideo a los 53 años por una insuficiencia cardíaca, en medio de una deteriorada salud y fuertes angustias económicas”. Su mujer había fallecido unas semanas antes. “Si me ves llorar no me interrumpas, voy a estar leyendo a Shakespeare”, reveló su amigo Víctor Cunha que el Darno le advirtió esa última noche a la joven que lo estaba cuidando. “Ya perdí mi compañera, desatame de este enredo”, repiten los versos finales de “El instrumento”, una de sus más memorables canciones —escrita por Washington Benavídez—, grabada en Sansueña, para muchos su mejor disco. La vida, se sabe, hay veces que suele hacerle demasiado caso al arte.

NO MIRES ATRAS

“Soy una mezcla de católico-jesuita con bolchevique del ‘17, socialista del 4 y zen de acá nomás. Lo que se dice un verdadero monje”, intentaba definirse Darnauchans con mucho humor y más de un guiño en una entrevista publicada en el diario uruguayo El País a fines de 1990. “Aquella fue mi mejor época a nivel de público”, recordaba esa tarde, dieciséis años más tarde. Y explicaba: “Tenía una banda muy grande, a la que podía mantener ganando cada uno lo que tenía que ganar y sin perder plata”. Durante la segunda mitad de los ochenta, el Darno fue una leyenda rediviva, un sobreviviente rocker de los tiempos anteriores al fenómeno del rock de los ochenta en Montevideo.

Casi como un antecesor del stencil que reza Viejo choto dedicado a Cerati, el cantante uruguayo posa por aquellos años en una foto publicada en el semanario Brecha junto a una pintada que dice: Darnauchans esteta decadente. “Quisieron agredirme y para mí es un elogio”, decía entonces este extraño clásico de la canción popular uruguaya, que comenzó su carrera junto al rock del setenta y la siguió asociado al Canto Popular hasta que los militares le prohibieron actuar en vivo y le cerraron el camino en su mejor momento. “Me prohibieron en mi plenitud, el 29 de mayo de 1979”, precisaba. “Me acuerdo del día exacto que sucedió, porque fue un día antes de la muerte de mi padre.” Cuando se hizo efectiva la prohibición, Darnauchans era un artista con tres discos editados, entre ellos el iniciático Sansueña.

“Es una de las máximas figuras de la música popular uruguaya de los últimos años, y quizás la más destacada a nivel individual”, se puede leer en el libro Aquí se canta (1980), una crónica del Canto Popular entre 1977 y 1980, firmado por Juan Capagorri y Elbio Rodríguez Barilari, y que confirma el lugar que ocupaba el ascendente cantante por entonces. “Pero yo me sentía más a gusto con gente como Días de Blues que con los folkloristas de aquel entonces”, precisaba este fanático de Dylan, Los Beatles y Donovan, que creció escuchando a su madre recitar Góngora y Lope de Vega en Tacuarembó, y pidiéndole que le leyese su cuento favorito: “La gallina degollada”, de Horacio Quiroga. “Desde que escuché Beatles for sale, el primer disco que compré yo, en mi vida nunca faltó el rock. Aunque no sé si los Beatles llamarían rock lo que hacían. Porque rock es Chuck Berry y Jerry Lee Lewis. Digamos entonces que lo que nunca más me faltó fue cultura rock.”

El comienzo de su carrera como cantante fue ganando a los 16 años un festival de la canción joven en Tacuarembó, premio que le permitió viajar a grabar su primer disco. “Cuando terminé la secundaria me fui a Montevideo a seguir la carrera de medicina, la de mi padre. Pero no debo haber ido nunca a la facultad. Me perdía por ahí.” ¿Sexo, droga y rock’n’roll? “Más bien bares, muchos bares. Y sexo también. Pero era de beber hasta que cerrasen los bares. Y a veces quedaba del lado de adentro.” A mediados de los años setenta, después de haber grabado su segundo disco, Las quemas (1974), Darnauchans empezó una etapa oscura, en la que pasó por varios tratamientos psiquiátricos. “Me hicieron unos cuantos electroshocks, eso no es nada dramático”, contó en Los espejos y los mitos (1993), un libro de entrevistas junto a Tabaré Couto, donde por única vez habló del tema. “Te hace perder los recuerdos que no querés perder y no te hace olvidar esas cosas que sí querés olvidar. Sobre todo, te jode mucho, te duele hasta el apellido.” Cuando salió de ese período de depresión, llegó Sansueña. Y después la prohibición —y la confiscación de su pasaporte— por comunista (“Por un acto tan democrático como haber sido fiscal en las elecciones”, se indignaba), que duró hasta el fin de la dictadura. “Nunca me pude recuperar de eso”, aseguraba.

LA CAVERNA LUNAR

Culto, erudito y casi un dandy, Darnauchans fue un fantasma en los últimos años. Sin embargo, cuando un lustro atrás Jorge Drexler finalmente logró triunfar en Buenos Aires, lo primero que hizo fue mencionarlo junto a Fernando Cabrera en cada uno de los reportajes que dio en aquella época. Porque, de la misma manera en que Jaime Roos honra a Eduardo Mateo, la generación de Drexler no existiría sin Cabrera y Darnauchans, esos cantautores sin generación, fuera de su sitio entre el rock de los ochenta pero más rockeros que el resto de la escena. “Soy un hombre sin memoria”, le gustaba decir al Darno. “No tengo derecho a acordarme cómo era la calle Mercedes en los años ‘50, porque no lo viví. Cabrera o Roos son músicos con memoria urbana y pueden recordarlo, porque son de aquí. Pero yo soy un hombre de ninguna parte.” Durante aquella prohibición de tocar en vivo, Darnauchans editó los dos discos que definen su mito: el tan mencionado Sansueña (1979) y Zurcidor (1982). Allí está encerrado todo su mito, su estilo y su melancolía, y también los primeros clásicos de su repertorio: “Cápsulas”, “Final”, “Balada para una mujer flaca” y otros. “Desde mi primer disco y hasta Zurcidor grabé en el sello Sondor, que por entonces tenía los derechos de la CBS. Así que puedo asegurar, ya que lo sé de primera mano, que toda la música uruguaya de aquellos años estuvo subsidiada por Roberto Carlos”, bromeaba. “Yo le decía al dueño que había un pibe que pintaba bien en el catálogo, llamado Bob Dylan. Pero el tipo no quería saber nada.”

Durante lo que Darnauchans llama su mejor época, grabó varios discos para Orfeo, sus clásicos de los ochenta: Nieblas & neblinas (1985), El trigo de la luna (1989) y el álbum en vivo Noches blancas (1991), cuyo título honra a otro de sus ídolos, Dostoievski. Son discos que casi no han sido reeditados en compact: todo el catálogo de Orfeo fue comprado por la subsidiaria argentina de EMI, y el Darno se quejaba de que estaban de rehenes en Buenos Aires. Pero es a partir de entonces, a comienzos de los noventa, que —aunque cumplió con su sueño de tocar como telonero de Dylan, en septiembre del ‘91 en el Cilindro Municipal— prácticamente dejó de grabar discos. “Me agarró una especie de terror al estudio de grabación, al que me gusta llamar la caverna lunar. Porque no es como el escenario: no estás rodeado de gente y no hay luces. No es que hayan sido muy importantes al comienzo de mi carrera, pero después de la prohibición se me hizo cada vez más difícil entrar al estudio, me agarró una especie de rechazo.”

Pero después de casi una década sin noticias discográficas, en el 2001 llegó un disco con canciones nuevas, pero en vivo y editado, como todos los que vinieron después, por el sello Ayuí: Entre el micrófono y la penumbra, con producción de Fernando Cabrera. Después fue el turno de una colección de grabaciones encontradas, Raras & casuales (2002). Luego llegó Canciones sefaradíes (2004), un álbum de versiones en vivo de temas tradicionales sefaradíes, casi un homenaje a un disco similar de Dina Rot. “Me enamoré cuando escuché ese disco, y tenía que pagar esa deuda.” Pero junto con los nuevos discos, llegaban siempre comentarios sobre su inestable estado de salud. Por eso, cuando se anunció la edición de su primer disco de estudios y canciones nuevas en quince años, El ángel azul (2005), cualquier fan no esperaba más que apenas los últimos destellos de su ídolo, esos que sólo disfrutan los conocedores, pero no sirven jamás como presentación del artista a los neófitos. Pero el resultado fue formidable: El ángel azul funciona muy bien tanto como presentación así como despedida. “Pude grabarlo gracias a las buenas artes de Alejandro Ferradás, que desde hace muchos años es mi primera guitarra, mi hombre de confianza”, explicaba. “Soy de una generación hambrienta, desprovista”, canta Darnauchans en el tema que abre el disco, “Mis hermanos”, y el tono épico se continúa durante casi toda la placa.

En aquella última charla contaba que el disco había salido justo cuando estaba en el hospital, a causa de una fractura de cadera. Unos meses antes se había suicidado su única hermana. Y después supo pasarse el resto del año recuperándose en un asilo de ancianos. “Yo era el único allí con menos de ochenta años”, explicaba. Pero a pesar de tener que ayudarse con un bastón para acompañar al cronista hasta la puerta a la hora de las despedidas, a fin del año pasado un Darnauchans que no aparentaba menos de 60 años ya estaba hablando de su próximo disco. “Tengo tres canciones que podrían haber entrado en éste, pero a mí me gusta ponerlas un poco en el congelador”, explicaba. Nunca le gustó apurarse con las canciones al Darno. Le gustaba trabajarlas durante años, como consta en las fechas que solía poner en sus discos, señalando cuándo había empezado y cuándo había terminado cada una. En las entrevistas realizadas por la televisión uruguaya en el velatorio, Ferradás contaba que la última vez que había hablado con Darnauchans le dijo que tenía un nuevo repertorio listo para empezar a trabajarlo. Pero parece que, como siempre fue su costumbre, no habrá mucho apuro. La caverna lunar deberá seguir esperando.

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