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Domingo, 17 de junio de 2007
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Muestras > Grandes afiches y recuerdos de grandes magos

Las grandes ilusiones

Desde hace quince años, Martín Pacheco, el dueño de Bazar de Magia, el local más importante de Latinoamérica, viene coleccionando afiches, objetos y memorabilia de los magos más célebres de la historia. Hasta principios de agosto ha decidido mostrar lo mejor de su colección (incluidos trajes de Fu Manchú, libros de oscura procedencia y un baúl para escapismo usado en el Río de la Plata) en el Museo de Arte Decorativo.

Por Mariana Enriquez
Cartel ilustrado por Geo Condé para el mago Solanis de 1945, que celebraba el triunfo aliado en la Segunda Guerra Mundial. “Dedos de fuego” del diseñador argentino Alfredo Salazar, para el experto en cartomagia italiano Notis.

Se dice que los cincuenta años que van desde 1880 hasta 1930 fueron la era dorada de la magia: los ilusionistas nunca tuvieron tanta popularidad ni cautivaron más a su público; viajaban de pueblo en pueblo y de país en país con sus compañías, y para promocionarse apelaban a los servicios de los ilustradores y diseñadores de carteles, cuyo arte también vivía un apogeo. Ese gran momento captura La magia: 400 años de ilusión, la muestra de carteles, afiches y objetos (además de una sala dedicada al gran Fu Manchú) de la colección Martín Pacheco que se puede ver en el Museo de Arte Decorativo: una exposición de apenas 300 carteles de una colección de más de 3500, a la que se suman más de 100 programas de funciones de Fu Manchú, fotografías, libros antiguos, cajas de magia para principiantes de las décadas del ’20 y el ’40, y hasta el baúl que usó Pipo Mancera para reproducir el acto escapista de Harry Houdini, pero en el Río de la Plata, en 1971.

Afiche para el show del mago Harrington en el teatro Houdin, el mismo donde Georges Mélies mostró sus primeros films. Uno de los cuatro carteles del gran diseñador francés Jacques Chéret que se exhiben en la muestra.

En la primera sala, la de los pioneros, ya comienzan las sorpresas y maravillas. Aparece, por ejemplo, el primer grabado de un mago en la Argentina, en la portada del Correo del Domingo de 1880: Carl Herrmann, con su barba puntiaguda, integrante de una larga y renombrada dinastía de magos. Cerca están los cuatro afiches de quien muchos consideran el más importante artista, diseñador de carteles y litógrafo color de todos los tiempos: Jules Chéret, francés, que vivió entre 1836 y 1933. “No existen otros carteles de magia, ni en esta colección ni en el mundo, que estén firmados por diseñadores de renombre comparable al de Chéret”, cuenta orgulloso Martín Pacheco, el coleccionista, un aficionado al ilusionismo dueño del Bazar de Magia (la tienda porteña más importante en el rubro de América latina) que viene guardando tesoros desde hace quince años. Y no sólo tesoros sino secretos: en la tradición esotérica muy real de la comunidad mágica, es generoso con la información hasta que se rozan los misterios del arte. Por ejemplo, cuando se le pregunta cómo y dónde obtuvo Discovery of Witchcraft del juez escocés Reginald Scot, un libro sobre ilusionismo publicado en 1584 y destinado a proteger a los magos (para que la Inquisición no los confundiera con brujos) dirá: “Bueno, llegó a la Argentina... viene pasando de mago en mago... digamos que lo estoy ‘custodiando’”. Más tarde, ante el baúl en que se sumergió Pipo Mancera para emular a Houdini, responderá así a la inquietud sobre si el conductor de Sábados Circulares corrió peligro: “Bueno, no tendría por qué pasarle nada si el truco está bien hecho. Siempre hay riesgo, pero...”. En el “pero” se queda, porque decir más quizá signifique explicar el truco. Sin embargo, parece divertido cuando cuenta la historia del pobre Chung Ling Soo (nacido William Ellsworth Robinson, otro de los tantos magos que echaban mano de exóticas y falsas identidades orientales para trabajar), que cuenta con un hermoso y gran afiche-retrato: “El era especialista en atrapar balas con los dientes. Las disparaba su mujer. El truco falló y así murió Ling Soo. Pero no hubo mala intención, se comprobó que fue un accidente”.

“Walk the Woods”, afiche de 1900 para Harry Kellar, el primer mago en usar diablosen sus ilustraciones. Afiche del mago Chung Ling Soo que murió en 1918 cuando no pudo atrapar una bala con los dientes.

En la sala donde se encuentra el malogrado Ling Soo se muestran afiches de principios del siglo XX, y los magos suelen aparecer o bien vestidos como grandes señores de vaga nobleza (condes, duques) o como ilusionistas orientales, tanto chinos como indios. Pero en muchos casos los acompañan diablejos rojos, que les hablan al oído: el primero en usar estos amiguitos infernales fue Harry Kellar (la muestra incluye dos afiches de este maestro), luego largamente imitado. “Era puro marketing”, explica Pacheco. “Todavía se jugaba muchísimo con la magia en relación con lo sobrenatural.” Los carteles son simpáticos, pero también inquietantes; y como toda la publicidad del mago entonces debía sintetizarse en el afiche, se anuncian trucos que, de seguro, no se llevaban a cabo, o al menos no tal como se presentan: las decapitaciones de señoritas, por ejemplo, con varios verdugos en ominosas capuchas rojas. Otros afiches son de una belleza impactante, como el enorme The Witches Cauldron del mago Germain, una litografía impresa en Cleveland y ejemplo de art nouveau; y algunos impactan por lo kitsch y absurdo, como el que representa al mago Notis, especialista en cartomagia, realizado por el argentino Alfredo Salazar: una mano que sale de una especie de Aqueronte con dedos que terminan en caritas en llamas y el rostro del mago sobre la palma.

Fu Manchú en un afiche circa 1930. ”The Witches Cauldron”, estilo art nouveau para el mago Germain, 1908.

La última sala está dedicada al gran héroe de la muestra, Fu Manchú, nacido David Bamberg, hijo de una dinastía de magos holandesa. Como el gran maestro triunfó en América latina y especialmente en la Argentina, se conservan sus kimonos, caretas, cartas, fotos y hasta se puede ver un afiche de cuando no era Fu Manchú sino Syko, su primer nombre artístico; existen sólo dos de estas piezas, una aquí y otra en el American Museum of Magic, de Estados Unidos. Lo que más entusiasma de la sala Fu Manchú, sin embargo, son sus ilusiones: se encuentran expuestas El Ladrón de Bagdad (diseñada por el padre de Fu Manchú, Okito), el escarabajo Isis, que adivinaba números, y el Libro de la Vida, un gran volumen de madera con páginas del que surgía el maestro sobre el escenario. Eso sí: cómo funcionan exactamente no se sabrá nunca. “Eso no se puede decir”, dice Pacheco mudo ante la insistencia, y suspira, como si no se deleitara en el placer del secreto.

Historia gráfica y visual de la magia:
4 siglos de ilusión estará en el Museo Nacional de Arte Decorativo (Libertador al 1900) hasta el domingo 5 de agosto. De lunes a viernes de 14 a 19 y los sábados, domingos y feriados de 12 a 20. Además, rutinas de magia a las 15.10 y 17.10 los sábados y domingos, y visitas guiadas todos los días –salvo los lunes– a las 17.30. Entrada: $ 8.

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