‘‘Internet cósmica”, le dijo una vez un amigo a Mercedes Villar por la forma en la que ella va accediendo a la información y el modo en que relaciona esos elementos para hacerlos convivir. Y hay mucho de eso en los 37 cuadros que está exponiendo en Caleidoscopio, a partir de un origen caótico de imágenes encontradas (hay bastante de ilustración francesa, pero no sólo eso) y frases escuchadas o concluidas –utilizadas en los títulos– que se terminan combinando hasta llegar a la paz turbia de un collage, para después ser fotografiadas y expuestas como un todo.
Parece más o menos natural entonces que antes de abocarse de lleno a esta veta, Villar haya estado metida en el mundo del periodismo free lance: antes que como productora gráfica, como ilustradora (en collage) de la revista Mujer: “Me llamaban y me daban las consignas: ‘Tengo fantasías con mi ex marido’, para mañana, o ‘Me caso y no soy creyente’; y yo trabajaba toda la noche, fumando, con los tres chicos, arriba del caballete, con mil revistas, y al día siguiente les entregaba la ilustración. Nunca guardé un original.”
En Caleidoscopio, la velocidad y la narración condensada parecen ser las características que más se mantuvieron de aquella época de vértigo editorial. Pero ahora, el tinte surrealista –onírico y fantasioso– le agrega un costado de ilustración de una noticia imposible. Villar enfatiza además su capacidad de mezclar las imágenes con las palabras, y delega en los títulos una interpretación posible o una ayudita para encontrarles más humor y pimienta a las imágenes. Es así como sella con el título de Y a mí qué a un hombre indolente que se acomoda el pañuelo mientras, detrás, el mundo explota y se hunde. De la misma forma, verbaliza el Homenaje a Virginia Woolf que dialoga con la imagen de un cuerpo partido en dos, hundido en un lago y con una flor en la cabeza. Sucede también con Relaciones peligrosas: una pareja traída de comienzos de siglo (la magia del fotomontaje) flirteando entre las hojas silvestres, sin darse cuenta de que esconden un tigre de tamaño desproporcionado (la magia del fotomontaje parte II). Cada elemento se ha desprendido de su contexto original para empezar a funcionar en el conjunto de la historia, y lo hacen con naturalidad, una vez que se acepta el juego de convivencias oníricas. Pero de vez en cuando la realidad golpea la puerta y ocurren cosas curiosas, como en La casa de Madonna, que se iba a llamar primer El gran dandy pero que cambió su nombre cuando el fotógrafo Manuel Navarro de la Fuente, el director de la fotogalería de la UP que la convocó, le contó a Mercedes que esa casa que se ve de fondo en el collage, propiedad del gran fotógrafo inglés Cecil Beaton –en primer plano–, había sido comprada por Madonna.
Mercedes Villar se reconoce como una persona intuitiva y fue llegando a algunas conclusiones más teóricas que recién ahora le dio por leer mediante ese mismo olfato de difícil dirección. Ya de chica se recuerda escribiendo y dibujando vedettes con estrellitas y medias de red. De hecho, una amiga suele decirle: “Vos inventaste el pop”, por esos temas tan novedosos que dibujaba. A los 12 años, optó por el secundario en la escuela especializada Fernando Fader –no la dejaron ir al Bellas Artes “por el mal ambiente”–, en donde para los desnudos se traía una modelo con una malla color carne. Ahí se hizo un grupo de amigas: eran cuatro chicas, igual que ahora, que Mercedes también se rodea de otras tres que se ofrecen contención y mucho humor unas a otras (incluso tienen su propio nombre, Mouton Doré, puesto por Alicia Sherman, miembro y mujer de León Gieco, en honor a unos saconcitos de piel tipo terciopelo que les regalaban cuando eran adolescentes). Mercedes decidió dedicarle no oficialmente la muestra a una de sus amigas de la infancia, Mirtha Simonetti, desaparecida en 1980: “Hace unos años tuve un sueño en el que ella estaba trabajando en una ciudad intraterrenal, como una ciudad del futuro. Ahí Mirtha trabajaba con máquinas. La sentí muy viva. Esta es la muestra más grande y más organizada que hice; considero estar cerrando un círculo, haciendo balance, finalmente encontrando mi identidad”.
Quizás en un momento como éste, el pasado se hace presente como reelaboración, y entonces también aparece Villa Gesell, lugar donde veraneó toda su infancia porque sus abuelos fueron pioneros ahí. Ella recuerda irse por un molino para mirar los paisajes de médanos y mar (algo de eso está presente en su obra: los fondos naturales, la vegetación). Pero también fue en una galería de Gesell donde conoció a Pipo Lernoud, con quien entabló conversación gracias al referente común de Los seres queridos, película y libro. Pipo le hizo conocer a Miguel Abuelo, Tanguito y Moris. Ella estaba decidida a entrar al Bellas Artes una vez que volviera a Buenos Aires, pero duró tres meses: “Venían mis amigos hippies y me decían: ‘¿Para qué vas a estudiar?’. Ellos eran poetas, maravillosos, y yo soy muy influenciable... recién ahora puedo decir que comando mi vida”. Así, en 1970 terminó viviendo un año en Brasil, donde se fue como artesana con un grupo de orfebres en el que ella era la única mujer y desde ahí, recuerda, mandó como postal su primer collage.
Para ella, el collage es “revolucionario y anárquico: armar a partir del caos. Estudiando un poco, uno se da cuenta de que el fotomontaje fue muy fuerte en el dadaísmo y en el surrealismo. Si me tengo que definir, yo estaría más en la línea de Max Ernst, que es poético. En general mis obras tienen eso onírico y mucho humor e ironía. Yo armo escenas”.
Acorde con su naturaleza movediza, mientras se desenvolvía como productora gráfica (también armando escenas, en definitiva), Mercedes hizo la carrera de astrología, y la búsqueda espiritual también intenta interactuar con su obra: “En algunos libros del siglo XIX se habla de experimentos y divertimentos fotográficos: incluso, cuando muestran algunas fotos retocadas o de doble exposición, que a veces se hacía a propósito o porque resultaba mal lavada ¿cómo las llamaban? Fotografías de espíritus”. Ella asume y celebra esta multiplicidad de facetas que convergen en ella y no puede dar una definición más atinada: “Yo hago muchas cosas al mismo tiempo, fui viviendo distintas cosas y limpiando situaciones. Mi vida es un collage”.
Caleidoscopio se exhibe hasta el 28 de septiembre en la Fotogalería UP, Jean Jaures 932.
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