El otro día vino un tipo de la BBC. Es raro conocer a un hombre mayor que te dice: “Te he leído toda mi vida”. Te da un escalofrío.
Dios ha sido expulsado. Y creo que sabe cuándo le toca una mano perdedora.
Me metí en un oficio en el que los celos son el sentimiento principal entre colegas. Yo nunca los sentí, porque no tuve necesidad. Pero siempre fui consciente de los celos ajenos, y siempre me pareció una falla lamentable en ellos.
Antes escribía de una manera más fluida. Al quedarme sin contemporáneos, ya no puedo decir: “Bueno, a Fulano le va a gustar esto”. Ya no hay más Fulanos. Uno es su propio Fulano.
Todo el tiempo se escucha el lamento “¿Dónde están nuestros grandes escritores?”. A veces me pregunto: “¿Y dónde están los lectores?”.
Todo está mal en Wikipedia.
Mi respuesta a haber ido a un colegio de pupilos es: cualquier cosa con tal de alejarme de mi madre. Era un monstruo.
Unos viejos compañeros de mi padre en West Point, un día, le preguntaron cómo yo había salido tan bien, cuál era el secreto de su crianza. El les respondió: “Nunca le di un consejo, y nunca lo pidió”. Nunca estuvimos de acuerdo en nada, pero tampoco peleamos ni una sola vez.
Todos los idiotas que conocía habían ido a la universidad. Yo no lo consideré necesario. Había visto los resultados.
Cuando era joven, fui deseado por otros hasta el cansancio. Hoy no me miro más al espejo.
Viví con Howard cincuenta años. Pero lo que tuvimos no fue un amor romántico, ni un amor apasionado. Y ciertamente no fue asexuado. Traten de explicarles eso a los maricas.
A determinada edad, ya hay que vivir cerca de un buen centro de atención médica. Eso, claro, si uno pretende seguir. Siempre existe la opción de no seguir, y a veces es la opción más noble.
La hipocondría aguda tiene sus goces.
Cuando uno se enfrenta a una enfermedad hereditaria, toma conciencia de que es parte de algo. No importa cuánto haya intentado ser uno mismo, uno terminará siendo como sus padres.
El patriotismo es algo tan enfermizo hoy como lo fue siempre. Estaba viendo el noticiero hace un rato: cubrían los problemas en Kosovo, y mostraban a un grupo de personas quemando la bandera norteamericana. El presentador se quebró y se le llenaron los ojos de sangre: “Me hace (solloza) sentir mal, cuando veo (solloza) una bandera americana ardiendo”. Y yo pensé: “Pedazo de pelotudo. ¿En qué se convirtieron los noticieros?”.
Cuando se postuló para el Senado la primera vez, los asesores de Hillary descubrieron que el grupo electoral que realmente la odiaba era el de los hombres blancos de mediana edad y alto poder adquisitivo. Ella lo entendió enseguida: “Les recuerdo a su primera mujer”, me dijo.
“Usted que conoció a todos... Jackie Kennedy, William Burroughs.” La gente siempre me formula esa frase exactamente al revés de como debería. ¿Por qué no decir la verdad? Toda esa gente me quiso conocer a mí. Porque si no, parece que me pasé la vida tratando de conocer personas. Conocí mucha gente, pero no podría decir que los conocí realmente.
La gente en mi posición termina leyendo sobre sí misma, lo quiera o no. Y en general, lo que dicen está mal. O demasiado simplificado.
Para un escritor, la memoria es todo. Pero después hay que ponerla a prueba: ¿cuán buena es? Aunque a esta altura, me da lo mismo. Es lo que es. Como decía Norman Mailer: es existencial. Se murió sin saber lo que esa palabra significaba.
Yo era el chico más malo de la cuadra.
Somos una nación de esclavos. La timidez moral del norteamericano es notable. Todos están aterrados de que los consideren diferentes del resto.
Desháganse de la religión. No les hará ningún bien.
Como creían los griegos, si llegaras a conocerte, habrás penetrado tanto en el misterio humano como cualquiera podrá o necesitará.
Yo no fui como los demás. Lo que los demás hacían, yo estaba seguro de que no iba a hacerlo.
Estas son las respuestas que Gore Vidal dio a Mike Sager para la sección Lo que sé de la revista norteamericana Esquire. Su segundo volumen de memorias, Navegación a la vista, fue distribuido en Argentina hace poco por Mondadori.
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