Un tanatólogo es alguien que se especializa en el estudio de la muerte y los muertos, sobre todo en los aspectos sociales y psicológicos del morir. Ricardo Péculo es tanatólogo con título otorgado por el Instituto Internacional de Ciencias Tanatológicas (lo recibió en diciembre de 2001), y se especializa en Ritos Funerales, Ceremonial y Pompas Fúnebres. Tiene la voz profunda que se espera de alguien que lidia con tales asuntos, pero probablemente se deba tan solo al cigarrillo. Porque, es cierto, Ricardo Péculo se parece a Narciso Ibáñez Menta y podría ser el hermano criollo de Vincent Price, pero es terriblemente afable. Gracioso. Jodón, se podría decir. Incansable, también: dice que tendría que haber nacido en la época de Güemes, tiene locura por los caballos, es paracaidista, buzo, aviador civil, y jugador de pato. Aunque vive en San Isidro y es socio de la Agrupación Tradicionalista El Lazo, del mismo partido, se le filtra el acento plebeyo de Villa Ballester, donde creció. Ricardo Péculo es el hermano de Alfredo Péculo, que murió hace muy poco y era el dueño de la Cochería Paraná, empresa que hizo historia y supo ocuparse de las exequias de Arturo Frondizi, José Luis Cabezas y Carlos Menem Jr. Los dos, junto a Daniel y Adrián Carunchio, todos como parte de la Cochería, se encargaron en 2006 del traslado de los restos de Juan Domingo Perón desde la Chacarita hasta la quinta de San Vicente. “Fue el Master de mi carrera”, dice Péculo en su oficina que queda en un alto piso del edificio inserto dentro de la galería Jardín de la calle Florida. Por todos lados tiene fotos de su familia y de él mismo, todos vestidos de paisanos. No es menor su pasión tradicionalista. Cuando muera, quiere que lo velen vestido de gaucho. A su hermano le dio honores del mismo estilo, que se vieron en De aquí a la eternidad, el programa que Ricardo Péculo conducía hasta hace poco en Utilísima Satelital y que dejó de verse no por falta de éxito, sino todo lo contrario: es que le pidieron una segunda temporada, pero debe ser con recorridos por cementerios internacionales y repaso de ritos de otros países, y eso exige un esfuerzo de producción que el original no necesitaba. Será para el año que viene, calcula. Tiene otras ideas, sin embargo, como estrella de culto en la que se está convirtiendo. Por ejemplo.
“Yo le tiraba la idea de De aquí a la eternidad a todos los periodistas que me cruzaba, pero rebotaba. Un día me llamaron de Utilísima con la idea: ellos me convocaron. Yo siempre quise hacer algo como ‘El rincón del jubilado’, una especie de micro tanatológico. Todavía tengo ganas de hacerlo. ¡Y a lo mejor lo hago! Porque hay muchas dudas con respecto a la muerte, y muchos mitos; yo creo que sería exitoso hacer un micro bajando información con lo que la gente pregunta.”
¿La gente le pregunta mucho?
–Sí, se me acercan cuando estoy comiendo, cuando me ven por la calle. Mi target es de 50 para arriba, los que están cerca, ¿no? Entonces viene la señora o el señor y quieren saber. Si pueden poner música en su funeral, por ejemplo. Si pueden poner en el ataúd algo especial. Algunos también me encaran, me dicen que no están de acuerdo con lo que yo pienso, cosas así. O me llaman por teléfono. Por ejemplo, me llama una señora de Jujuy, que tiene al marido en un cementerio y lo quiere llevar a otro. Me llama a mí porque soy un referente: hay cocherías en Jujuy, pero el tipo que habla sobre estos temas y tiene visibilidad soy yo. La gente habla más de la muerte, ya no es tan tabú. Yo creo que soy como Alessandra Rampolla.
¿En qué sentido?
–En que antes de ella decir ciertas cosas sobre sexo en la televisión era tabú. Ella salió con los juguetitos sexuales, y yo salí con que hay que ver qué vecinos va a tener uno en el cementerio y en ambos casos la gente se volvió loca. Pero es verdad, ¿no? Uno tiene que ver al lado de quién va a estar cuando se muera. Para que sea lindo después, cuando a uno lo visiten.
Tanatoestrella de TV
En De aquí a la eternidad Ricardo Péculo mostró el funeral de su hermano, que llegó al cementerio tirado por bueyes. Contó que en Chile se vela en las iglesias (no hay salas velatorias) y que en Brasil están dentro de los cementerios. Presentó imágenes de los imaginativos y coloridos ataúdes de Ghana (en forma de loro, de banana, de lo que el cliente quiera). Explicó que el humor en los velorios es normal. Comparó tipos de ataúdes. Recomendó elegir la locación de la tumba dentro de lo posible. Apareció en otros programas y le contó a Ricardo Ragendorfer que, una vez, una mujer mayor le pidió ser enterrada con su traje de novia, y que fue “shockeante”. Habló del miedo de la gente a ser enterrada viva.
¿Todavía cunde el mito del entierro prematuro?
–Mucho. Es un miedo atávico. La gente pide que se la entierre con el celular. Todavía nadie me llamó desde el ataúd y no sé si hay señal abajo. Y me asustaría si me llega un mensaje de texto, la verdad. Hay una tapa de nicho que es una alarma y se alquila. Y sale mucho. En tierra se usaba un cable desde las manos del fallecido hacia una campanita. En Chile venden sepultura con alarma.
Pero uno podría pensar que incluso si suena, en un cementerio, a las tres de la mañana, no va a ser muy efectivo, digamos.
–Y bueno... Pero es una tranquilidad para el muerto y para los deudos.
Otra sección de De aquí a la eternidad consistía en breves entrevistas a personas de todas las edades que hablaban sobre qué les gustaría que los demás hicieran con su cuerpo muerto. Las caras de los entrevistados aparecían rodeadas por un marco muy similar al que se usa en las fotografías de muertos de las tumbas. Sólo que en este caso se movían y decían, como Horacio de 57 años: “No quiero que me velen, es un gasto terrible que no se justifica. Que me cremen, a otra cosa, no me interesa”.
Ricardo Péculo no les cree mucho a las personas que tienen un discurso como el de Horacio. Es un obsesivo de la preparación, de la anticipación y de la contención. “La gente toma la cremación como un ‘me saco el problema de encima’. En realidad la cremación es un destino final igual que ir a nicho o a tierra, siempre que se sepa qué hacer con las cenizas. Los crematorios están llenos de ceniza de gente que no las va a buscar. ¿Por qué? Porque la gente toma decisiones erróneas. Dice ‘crememos’ y después no sabe qué hacer con las cenizas. Esto de tirar las cenizas al río o cosas que la gente hace... Después se quedan sin el contacto para el Día del Padre, por ejemplo. ¿Dónde van el Día del Padre? ¿A la Costanera? La gente no toma esa decisión consciente, muchas veces. Si la toma consciente, no tengo problema, por supuesto. Pero la gente crema sin hablarlo y después no encuentra un cierre, un final.
¿Hay que hablar sobre qué se quiere para después de la muerte?
–Claro. La gente debe hablar en el seno familiar, debe organizar las honras fúnebres como se organizan los casamientos, las fiestas, los cumpleaños de 15. Hablar y organizar no es anticipar. Aunque, en realidad, ¿cuándo es temprano en este tema?
El profesor de la muerte
Ricardo Péculo dirige el Instituto Argentino de Tanatología Exequial, da cursos de Ritos Funerales, Ceremonial y Pompas Fúnebres, de Tanatopraxia, asesora a directores de cementerios municipales y privados, participa en foros internacionales. Ahora mismo, la semana que viene (la noticia lo tiene de lo más contento), da una charla en una escuela de ceremonial y protocolo que quiere incorporar el ceremonial fúnebre. Viaja todo el tiempo. Está entregado a la formación de profesionales. “En la Argentina no hay dónde estudiar esta carrera. Es un oficio que viene de generación en generación, y se hacen las cosas como se van aprendiendo, como en cualquier oficio. Cuando se vende la empresa de mi hermano, Cocherías Paraná, a un grupo extranjero, yo me volqué a la docencia y a la capacitación: mi especialidad son los ritos funerarios. Creé un instituto donde se pueda estudiar la carrera como en otros países: en Estados Unidos, para poder poner una empresa de servicios fúnebres tenés que ir a la Universidad. Mi idea final es poder matricular, que el encargado de servicios fúnebres esté matriculado. Hoy no hay una matrícula, no hay un colegio y nuestro trabajo es más profundo de lo que la gente cree. No es velar a una persona sino más bien contener a una familia. Tiene más de psicología que de agarrar la pala, aunque la gente piense que nuestro trabajo es enterrar a una persona. En realidad de enterrar se ocupa el cementerio. Lo que quiero desde el instituto es formar profesionales.”
¿Qué tipo de gente asiste?
–Yo puse el instituto para profesionalizar a un gremio, no porque no conozcan el oficio, sino porque hay que actualizarse. En el primer curso, el 60% de los asistentes no tenía empresa de servicio fúnebre. Había otras profesiones. Muchos evisceradores: son los asistentes del forense, que hacen la autopsia, hay muchos y pocas morgues, entonces no tienen trabajo. La gente viene a estudiar esto porque ve una salida laboral. Otros quieren ayudar a la gente en un momento difícil. Otros porque quieren aprender la tanatopraxia, un proceso para mejorar el cuerpo que recién se está conociendo. Y también hay gente, entre comillas rara, que vienen porque quieren vencer el miedo a la muerte. Es como hacer paracaidismo para los que le tienen miedo a la altura.
¿El gremio está estancado?
–Es que es un oficio familiar. Lo vienen aprendiendo desde el abuelo y lo siguen haciendo así. Pero nosotros desarrollamos técnicas nuevas. Yo no quiero funebreros. Quiero cambiar la mentalidad del gremio y de la gente. Siempre digo que así como la gente tiene un médico de cabecera, debería tener un tanatólogo de cabecera.
La familia Péculo no es una familia de funebreros. Su padre era electricista, su madre tenía un bazar. El hermano Alfredo empezó con la idea de la cochería cuando Ricardo tenía unos 16 años y estudiaba la secundaria en Villa Ballester. Nunca le dio impresión el oficio. “Terminé de estudiar y me aboqué a esto. A esa edad, salir a trabajar a las 4 de la mañana era una aventura. Cuando hice mi primer traslado de ambulancia, de acá a Santa Fe, hace más de 30 años, fue como ir a Estados Unidos en auto.”
¿Y con qué tarea empezó en la cochería?
–Atendía a la gente y me gustaba ver qué necesitaba. Cocherías Paraná fue una empresa innovadora. Una de las cosas que hicimos fue atención en velatorio con sandwiches, con café. Cuando yo llevaba sandwiches de miga al velatorio... 30 años atrás el sandwich de miga era sinónimo de fiesta. Yo tenía 18 años y los deudos me cagaban a pedos. “Cómo va a traer migas acá, se cree que es una fiesta.” “Está bien –les decía–. Le pido mil disculpas. Voy a hacer un trámite. Los dejo ahora, vuelvo a buscarlos.” Iba a los dos horas y el tipo no sabía cómo explicarme que no quedaban más sandwiches. ¿Qué vimos nosotros en la empresa? Que la gente está de duelo, pero no todos. A mí se me muere mi mamá y yo estoy de duelo, pero mi señora tiene hambre. Yo por ahí no tengo ganas de comer, pero mi nuera sí. Mi hermano, con mucha visión, quiso poner sandwiches, y después arreglamos café y cigarrillos y un encargado para que la gente le pidiera lo que necesitara. Eso fue innovador. Antiguamente las cocherías ponían lacayo en la puerta; pero esta persona no atendía a la gente. El lacayo es un portero. Nosotros pusimos una persona que atendía. Hoy todo el mundo pone azafata. Le pusimos de nombre “azafata” para que la gente entendiera el concepto. Ahora lo llamo “asistente al deudo”.
El cuerpo de la nacion
El prestigio de Cocherías Paraná llevó a que la empresa se encargara de varios servicios de personalidades. Pero Péculo asegura que ninguna tarea exequial puede compararse con el traslado de los restos de Juan Domingo Perón. Pronto, incluso, puede ser que ese traslado aparezca en un documental, cuyo trailer el tanatólogo más famoso del país le muestra en exclusiva a Radar –probablemente se llame Perón-El último viaje, cuando esté listo–. Allí se ve la estrecha cripta de la Chacarita, donde tuvieron que moverse “en el espacio de un ascensor”. Se ve a Alfredo Péculo visiblemente emocionado. A Hugo Moyano. A otros sindicalistas peronistas famosos. A camionetas que acompañan el traslado con personas sacando las cabezas por la ventanilla y gritando “¡Viva Perón!”. Algunas impresiones extraídas del texto que Péculo colgó en su sitio: “Su cara específicamente mantenía rasgos que permitían reconocer que se trataba de los restos del Teniente General... El cuerpo está sin rigidez, muy frágil, por lo que debíamos en todo momento mantener la posición horizontal, sin golpes ni movimientos bruscos... Para poder retirar y subir a la superficie los restos mortales hubo que hacer una abertura en el piso de la bóveda, lo que demandó más de dos horas... En el traslado, desde lo alto de los edificios llovían claveles... Recuerdo a una chica de unos 20 años, la ayudé a tocar el ataúd y después no la pude ver más, la multitud se la llevó como si fuera una marea. Una señora mayor estaba llorando y después de lograr tocar el ataúd se aferró a la manija y no la quería soltar...”
Alfredo y Ricardo Péculo estuvieron casi un año reunidos todos los viernes organizando el traslado de Perón. No fue algo repentino. Pero a pesar de la preparación, el impacto fue grande. “Cuando abrimos el ataúd de Perón, si bien sabía por experiencia con qué me iba a encontrar, la sensación de con quién me iba a encontrar fue fortísima. Para mí no fue una sorpresa lo que iba a ver porque lo había visto muchas veces. Si hay algo que me dolió fue ver el uniforme presidencial, la banda presidencial, y no ver las manos. La terrible mutilación. No puedo olvidarme de eso.”
¿Está conforme con el traslado al nivel profesional?
–Sí, salvo con algunos detalles. Uno de los errores fue llevar una cureña.
¿Por qué?
–Porque estaba muy a mano de la gente. Hablo profesionalmente, eh, ojo. No hablo criticando lo que la gente hizo. Yo creo que si hay que llevar a una personalidad de ese tamaño, con esa multitud, hay que ponerla en algo alto para que la gente se aleje a mirar, no algo bajo para que se acerque a tocar.
¿Tenía miedo de que se cayera?
–No se podía caer porque estaba muy bien agarrada. Pero no pude cumplir con las honras fúnebres que le corresponden a un ex presidente. Se había preparado la banda de los granaderos a caballo, los granaderos que tenían que ir al costado como fue cuando él murió... y después, con la multitud de gente, nada de ir custodiando al lado. Me acuerdo que estábamos para salir, dentro de la CGT, se levantaba la persiana y salíamos. Estaba mi hermano, yo, mi sobrino, se suponía que sería todo solemne, salimos a la vereda y era un griterío. Ningún homenaje solemne. Aunque quizás eso fue más homenaje que lo nuestro, pensándolo bien. Cuando llegué a la quinta, salí del mausoleo y la gente se sacaba fotos conmigo, me tocaba la mano y me decía “Vos estuviste con Perón”. Ahí me cayó la ficha de que había hecho un traslado histórico. Hasta ese momento lo pensaba profesionalmente. Pero yo fui el último hombre que estuvo con Perón, eso es cierto.
¿Y qué le pareció el funeral de Alfonsín?
–Profesionalmente muy bien. Yo hubiese hecho otras cosas, aunque no me hubieran llamado porque cuando son ex presidentes se ocupa el Departamento de Ceremonial de las Fuerzas Armadas en conjunto. No hubo nada mal. Yo le hubiese agregado algún detalle. Soy muy detallista, es por la experiencia.
¿Qué detalle?
–Sacar el ataúd al hombro. Un ex presidente se lo merecía.
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