“Para cada hombre hay una mujer, para cada mujer hay un hombre. Si no no estaría el famoso mandamiento creced y multiplicaos”, dice el hombre, crecientemente exaltado, y aclara: “Estudié, tengo cuatro años de Teología, 14 años de investigación en las Antiguas Escrituras”. El hombre, que es quien más tiempo acapara la pantalla en el documental Parador Retiro, del director Jorge Leandro Colás, se llama Díaz y ofrece algunos de los momentos más notables de la película. Como cuando habla de sus largos años de drogadicción: “Yo no escogí lo que soy. Me formaron, me predestinaron y me mandaron. Pero conforme a lo que dice la palabra de Él, yo soy sacerdote, y un sacerdote tiene que cuidar de las almas, más aquellas que están en camino de muerte. Como lo quieran disfrazar, porque el enemigo es muy sutil, es astuto como una serpiente.” Su discurso por momentos deriva por carriles difíciles de seguir y de pronto se encuentra hablando de las Sagradas Escrituras, y de su deseo de conocer a Dios, “saber cómo es, a pesar de que Él define su amor como inescrutable, insondeable; su presencia inmarcesible, su poder omnipotente, sempiterno su reinado, palabras que no se pueden usar con ningún humano en el planeta”. Y agrega y aclara, abriendo nuevos caminos: “En este planeta”.
El hombre que habla mucho y se llena de palabras altisonantes a las que subraya sin pudor, era uno de los habitantes del refugio para los sin techo que Colás y su colaboradora e investigadora Cristina Marrón Mantiñán visitaron durante más de un año antes de empezar a filmar, para conocer el lugar y ganarse la confianza de la gente a la que buscarían registrar. El tal Díaz, está claro, es todo un personaje, pero la intención de Colás y su equipo no era centrarse nada más que en las historias y los estilos más coloridos, sino que apuntaron a un retrato integral del lugar, que diera cuenta de cómo funciona, cómo se accede a él; cómo funciona el ingreso, qué tipo de asistencia tienen quienes encuentran un lugar allí (y también el duro momento en que alguien llega fuera del horario o cuando todos los lugares ya han sido tomados y, entonces, a la calle). “Se trata de una población transitoria”, explica Colás. “Seguíamos a ciertas personas durante el rodaje, y por ahí de un día para el otro desaparecían y no sabíamos nada más de ellos. Esta situación de inestabilidad que tienen los habitantes del parador en sus vidas la teníamos nosotros en la relación con nuestros personajes. Pero la idea central era que hubiera una variedad de historias y de gente a la que pudiéramos representar, de entre la que va al parador. No hicimos una selección buscando qué es lo más bizarro o divertido o tremendista, sino con una idea más amplia. En algunos casos, gente de clase media que un día empezó a caer y se quedó sin dónde dormir. Gente que decía: a mí me dejó mi mujer, me deprimí, perdí el trabajo, me tuve que quedar acá. Gente de clase media que había caído, y gente que había estado en la calle algún tiempo pero que por cuestiones de deterioro físico, de la edad, ya no podían pasar en la calle un invierno más. Y gente joven sin laburo, gente del interior”.
¿Tuvieron que dejar afuera algo que les pareciera particularmente interesante?
–Grabamos unas cien horas a lo largo de un año, y a la hora de montar la película tuvimos que seleccionar muchas situaciones. Llegamos a tener un armado de cinco horas, y a la hora de cortar y cortar hubo que sacar historias enteras. Una de las que dejamos afuera es la de un luchador de Titanes en el ring que había terminado en el parador. Para muchos en el equipo de rodaje era un personaje que había sido parte de nuestra infancia, ahora lo veíamos en este lugar. El hombre además tenía una historia particular: había sido vidriero, y unos años atrás había estado en el parador poniendo vidrios y diciéndose: la pucha; qué feo tener que venir a terminar en una situación así.
¿Se mantuvieron en contacto con la gente a la que conocieron en la película?
–La idea inicial era hacer un preestreno dentro del parador, pero la gestión Macri nos había prohibido la entrada ya unos meses atrás, así que no fue posible. Por lo tanto, lo que intentamos fue rastrear a varios de los habitantes del parador, que ya se habían ido hacía tiempo, para el estreno capitalino, en el Malba. Pudimos encontrar a Díaz, y a la pareja gay conformada por Juan Carlos y Gustavo, el hombre mayor y el chico. Sólo ellos tres, y los psicólogos y los profesionales del parador. Fue bastante fuerte ver la película, Gustavo era la primera vez en su vida que iba al cine, y era en el Malba, con todas las connotaciones que tiene ese lugar, y viéndose a sí mismo en un momento bastante crítico de su vida.
¿Hoy cuál es la situación del parador? ¿Siguen teniendo prohibida la entrada?
–Hace un tiempo recibimos una especie de pedido de disculpas y explicaciones por parte del gobierno de la ciudad, un poco por la repercusión que viene teniendo la película y por algunas cosas que estuvimos diciendo en la prensa. Así que nos abrieron las puertas para volver a entrar. Sabemos que han mejorado algunas condiciones sanitarias; que hay sábanas. Eso se debe a una influyente intervención que hizo el juez Gallardo. Pero las repercusiones de la película para nosotros siguen: sabemos por conocidos, por amigos que han ido a ver la película en sus primeras semanas al cine Tita Merello, que iban muchos sin techo, algunos del parador, a verla. Algo que quisimos hacer para el preestreno y sólo conseguimos con unos pocos, se dio espontáneamente.
Parador Retiro se puede ver los sábados a las 18.30 en el Malba, Figueroa Alcorta 3415. Entrada $ 10, estudiantes y jubilados $ 5.
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