Para el que mira con atención, los grandes géneros nacionales no mueren, sino que se transforman. Eso cree Andrés Binetti, actor, director y dramaturgo bahiense –pampeano de nacimiento, bahiense por adopción– que acaba de estrenar La patria fría, una aggiornada versión del grotesco criollo. Claro que no se trata de buscar los géneros tal cual fueron concebidos hace cien años, sino de encontrarlos como una especie de yuyo que crece igual, pese a todo, por más que se le planten otras nuevas y perfumadas plantas por encima. La patria... fue seleccionada por el FIBA, hizo funciones en ese marco, con producción del Festival. Y ahora se estrena formalmente para el público. La obra cuenta la historia de un circo, más bien su trastienda, donde una serie de personajes ridículos y torturados, seres muy menores y por eso mismo poéticos, se debaten en la previa y las bambalinas del show. Mientras tanto, por el desolado pueblo que los cobija, opacando cualquier otro intento de tener alguna clase de convocatoria, pasa el tren solidario de Eva Perón.
Binetti es actor, dramaturgo y director de teatro. A pesar de que tiene treinta y pocos años, ya lleva estrenadas dieciocho obras teatrales como director, muchas de las cuales también escribió, como por ejemplo Llanto de perro (2005), por la que recibió el premio Trinidad Guevara en el rubro Revelación. Frente a ese nada desdeñable currículum, Binetti tiene el tupé de decir: “Empecé a estudiar teatro de grande, a los veinticuatro”. Pero después aclara: “En realidad no es que empecé siendo mayor, sino que la gente de mi generación arrancó muy joven. Gente que hoy tiene treinta, a los dieciocho ya dirigía cosas. Yo a esa edad estudiaba Comunicación en la UBA y escribía poesía. Un poco de casualidad caí en un taller que daban Tantanián y Veronese, me entusiasmó y me empecé a formar en dramaturgia, en dirección y me puse a hacer obras”. Así se sucedieron Leve contraste por saturación (2003), La piojera o un procedimiento justicialista (2007) y El peor de los públicos (2009) entre otras muchas otras.
En el último tiempo, Binetti se sintió atraído por esto de retomar géneros de la tradición teatral argentina, y además –dice– está convencido de que nunca dejaron de funcionar. Una yerba que nunca muere. “Es interesante para pensar la TV de hoy –reflexiona– que Tinelli y Pol-ka, que son los dos grandes productores de contenidos actuales, representan el circo criollo y el sainete. Tinelli es la efectividad pura del circo, mete todo en la arena, lo que funciona se queda, lo que no, se va. Y las telecomedias de éxitos de Pol-ka, tipo El sodero de mi vida, estaban muy vinculados al sainete, mucho más que a la sitcom americana, por ejemplo. Ese humor chabacano, personajes poco profundos, estereotipados por sus oficios, pero muy seductores.”
Para situar al grotesco en la historia del teatro argentino, hay que trazar una línea ascendente que une los orígenes del teatro con el circo criollo y los hermanos Podestá, sigue en el sainete multicolor y finaliza en el ya más asentado y melancólico grotesco. Es este último género es el que Binetti retoma en su dualidad esencial: la de lo trágico fundido con lo cómico, en un mundo en descomposición. Así lo pintó el héroe del grotesco, el gran autor teatral nacional Armando Discépolo, en obras como Stéfano en las primeras décadas del siglo XX. Binetti le rinde culto, puede hablar horas de él, pero dice que si tiene que encontrar un referente interesante y más actual, hablaría de la serie de TV Okupas: “Hubo mucho grotesco ahí, pensando al grotesco como transgénero, como algo que se filtra, que aparece por lugares diversos. Me acuerdo del capítulo llamado ‘El más capito’, donde el protagonista va a buscar a un amigo adonde paran sus enemigos. Están los tipos ahí gastándolo casi todo el capítulo. Pero está la abuela sentada atrás, hasta que un momento se va a dormir y ahí sabés que se va a poner todo oscuro en serio”.
Algo de ese inminente peligro hay en La patria fría. A pesar de que ocurre en un circo, un espacio de cierta ingenuidad, lo que allí sucede no es ingenuo. Como temática, el circo es un clásico, no sólo del teatro, sino también en la poesía argentina. Binetti dice que el disparador de la obra fue un poema de Jorge Boccanera –poeta también bahiense– que con sus preguntas lo inquietó: “El domador que mete su cabeza dentro de la boca del león, ¿qué busca?/ ¿La lástima del público?/ ¿Qué tenga lástima el león?/ ¿Busca su propia lástima?/ Y el público, ¿está loco? ¿Por qué aplaude?”
Ese espíritu se traslada a La patria fría: hay un enano que creció y quieren echarlo, una contorsionista que está embarazada de toda la troupe, un funambulista que se emborracha antes de cada función porque quiere morir, un payaso cooperativista a quien, obviamente, nadie toma en serio. Cosas duras, tristes, que tiñen la atmósfera colorida de la carpa. Y además hay una discusión interna que muestra como en un plano detalle, la que está sucediendo en ese momento –podríamos agregar: y también en éste– en todo el país: el peronismo. La obra transcurre en pleno “evitismo”. El dueño del circo se toma la convocatoria de público como algo personal, porque justamente disputa el poder de “la perona”. Dentro de la carpa también está quien quiere escaparse para verla. Y hay odio. Y hay amor. Y miniluchas de clases.
Esta no es la primera obra de Binetti que toca el tema del peronismo. En La piojera... aparecía en escena cierta perversión y decadencia propia de los ‘90. Aquí, en cambio, lo que se ve es la división de agua que provoca históricamente el movimiento. Frente a esa dicotomía clásica La patria fría no toma partido, sino que muestra los motivos fundamentales del conflicto. Binetti dice: “La mitografía del siglo XX en la Argentina está fundada en el peronismo. No descubro nada con esto, ya lo había demostrado Copi en 1970. El peronismo te permite recortar un imaginario condensado, potente y muy argentino. Siempre quise hacer un teatro político, sin estar en el lugar del enunciador que educa, sino para ponerles el cuerpo a algunas preguntas.”
Las respuestas no necesariamente están en la obra, sino en lo que queda resonando cuando uno sale. Que la política y el espectáculo se disputen un mismo público, ya es bastante inquietante. Tanto la política como el espectáculo están corridos de lugar. Ponerlos en una misma serie es, como mínimo, desafiante. Pero para eso sirvió siempre el grotesco, su ridiculez, su humor, en última instancia, su autenticidad: para incomodar, mostrar los aspectos menos amables de una época.
La patria fría
Sábados, a las 19 hs. y domingos, a las 20.30 hs.
Teatro Anfitrión, Venezuela 3340.
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