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Domingo, 15 de enero de 2012
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Música > Ry Cooder, de los Stones a Woody Guthrie

Protesta social club

Desde que, cuando era adolescente, grabó con Captain Beefheart, Ry Cooder se convirtió en el gran guitarrista sin banda del rock norteamericano de los ’70. Intentó una carrera solista de la que hoy reniega, buscó una salida en el cine –nadie puede olvidar la banda de sonido de Paris, Texas– y finalmente encontró la salvación en Cuba con Buena Vista Social Club, primer paso hacia el descubrimiento de su propia voz. Desde el nuevo milenio viene sacando estupendos discos y este año finalmente editó Pull Up Some Dust And Sit Down, una colección de canciones de protesta, en la tradición de Woody Guthrie, que no sólo es uno de los álbumes del año, sino que podría ser la banda de sonido del descontento global.

Por Martín Pérez
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Las voces. La clave está en las voces. La de Jesse James desde el cielo, reconociendo que siempre fue un bandido y un ladrón de bancos pero que nunca le robó a nadie su casa, y pidiendo que le devuelvan su revólver para poner Wall Street en orden. La de los mexicanos que arriesgan sus vidas cruzando la frontera, o la del ex combatiente que le pide a Papá Noel manos para poder abrazar a sus hijos, y le escupe al presidente que se meta su guerra en “su culo texano”. O si no –a la manera de su amigo Randy Newman– la del mismísimo Dios, que asegura que pensó haber hecho un mundo duro como una roca, para descubrir que terminó siendo más bien como Hupty Dumpty, y asegura que va a renunciar. Y también está la voz del que le pide que renuncie, porque los republicanos han cambiado la cerradura del cielo, y sus llaves ya no sirven más.

Todas esas voces son las que habitan el notable Pull Up Some Dust And Sit Down (2011), el mejor disco de protesta que ha dado la música popular norteamericana en un año de protestas. Su autor es nada menos que Ry Cooder, que si bien desde los comienzos de su carrera ha cultivado un repertorio lleno de esa clase de canciones –como “Do Re Mi”, de Woody Guthrie en su debut, Ry Cooder (1970) o esa obra maestra steinbeckiana que es Into The Purple Valley (1972)–, su vocación arqueológica nunca permitió que lo exiliasen al rincón de los cantantes con el puño izquierdo en alto. Pero algo parece haber cambiado en el universo del hombre que le puso el Honky Tonk a los Rolling Stones, el guitarrista que con su slide desde el comienzo de Paris, Texas (1982) comunica todo lo que recién al final de su metraje se dicen los protagonistas de la obra maestra de Wim Wenders, y el responsable de haberle descubierto al mundo ese último acto de justicia de la industria musical llamado Buena Vista Social Club (1997). ¿Sólo algo? No, en realidad mucho ha cambiado en la última década del mundo Cooder, y alrededores. Pero el comienzo de esos cambios está en esas voces.

“Cuando estaba trabajando en Chávez Ravine, la cosa se puso difícil. Hasta que apareció la historia del extraterrestre que quiere sumarse a la fiesta pachuca, o la de ese hombre encerrado en su cuarto, que fantasea en transformarse en un vendedor de bienes raíces”, le explicó al periodista Tony Sherman, en una honesta y confesional entrevista publicada hace un par de años en la revista Stop Smiling. “Ahí fue cuando me di cuenta: esto es lo que tengo que hacer, inventar personajes. Y entonces componer con sus voces. ¡Finalmente podía escribir canciones! Porque nunca pude hacer una canción normal, ya sea de amor o del tipo ‘estoy triste’, pero puedo inventar personajes todo el tiempo”, aclaró Cooder, que a duras penas pudo disimular el pecado original de no ser un cantautor, cuando comenzó su carrera solista en la California somnolienta de los ’70. Durante los ’80 buscó refugio en el cine, del que hoy abjura (“Me aburre mucho, y además ya no hay más Walter Hills”, ha dicho), y se liberó recién en los ’90, siguiendo el camino que lo llevó hasta Cuba. Una década más tarde, por fin, llegaron las canciones. Y las historias, porque si a Chávez Ravine (2005) le siguieron My Name is Buddy (2007) y I, Flathead (2008), la sorpresa fue que con el texto que acompañaba este último disco Cooder se reveló como narrador, y continuó esa costumbre con Los Angeles Stories (2011), su primer libro de cuentos.

“Son historias de gente que no son ni grandes habladores ni pensadores. Simplemente están ahí. Pero si entrás en sus casas, te cuentan historias. La gente puede contarte las cosas más sorprendentes”, reveló Cooder ante el crítico David Ulin, del diario Los Angeles Times. Pero al hablar de sus cuentos, también está hablando de los protagonistas de su flamante disco, infaltable en todas las listas de los mejores del 2011, y en el que se pone a la altura de músicos a los que veneró durante toda su carrera. “Como alguna vez dijo Albert Einstein, uno hace lo mejor que puede con lo que tiene”, asegura el guitarrista, que le ha dicho a la revista británica Uncut que los responsables del Partido Republicano y la cadena Fox News deberían ser pasados por las armas. “Siempre dije que yo era sólo un guitarrista de Santa Mónica, y lo sostengo. Pero pienso que la música puede contribuir en algo. Porque el miedo y la soledad son armas para dominar a la gente, y las canciones en cambio la reúnen y la empoderan, algo que es imposible negar si uno ha visto alguna vez a Pete Seeger hacer cantar a una audiencia hasta transformarla en una mente colectiva en apenas cuatro minutos.”

UNA MAQUINA DE VAPOR FUERA DE CONTROL

Antes de las voces, sin embargo, estuvo el sonido. Como bien señaló en su momento el norteamericano Alec Wilkinson en un recordado perfil para la revista Esquire publicado en 1999, que aún hoy es lo más cercano que hay a una biografía oficial, Ry Cooder siempre ha descripto ese filo distintivo y algo excéntrico que tuvo su música desde sus inicios como el de “una máquina de vapor que ha perdido el control”. O también como “un extraño efecto tetera, como si la tapa estuviese a punto de salir volando”. Nada raro para un joven que cortó sus dientes en el negocio dándole forma a Safe As Milk (1967), el mítico debut de Captain Beefheart. Cuenta la leyenda que el guitarrista que él reemplazaba se apareció en uno de los ensayos con una ballesta cargada. “Lo primero que pensé fue que, como estaba ocupando su lugar, me iba a apuntar con ella. Y lo segundo fue que iba a tener un ataque de hipo, y la flecha iba a salir disparada”, recordó Cooder ante Wilkinson. Al terminar el disco, y con apenas 18 años, Cooder retomó sus estudios. “Pero cuando grabaste con Captain Beefheart y te han apuntado con una ballesta, la universidad te parece algo aburrido.”

Antes de comenzar con su carrera solista propiamente dicha, otra leyenda con la que carga Cooder es la que lo vincula con los Rolling Stones, que lo invitaron a viajar a Londres para grabar en Let It Bleed (1969). En Los viejos dioses nunca mueren (2001), su biografía del grupo, Stephen Davis no se priva de citar a Cooder calificando a los Stones de “un puñado de reptiles”. Según le contó en su momento a la revista Rolling Stone norteamericana, el grupo lo invitó a grabar con ellos pero siempre desaparecían de la sala de ensayo, y él se quedaba solo tocando. Lo que no sabía, asegura, es que estaban grabándolo todo el tiempo. Cuando un día llegó al estudio y vio a Richards trabajando en una canción nueva llamada “Honky Tonk Women”, basada en las cosas que él había estado tocando, se enfureció y se volvió a casa. En su biografía, Vida (2010), Keith Richards no menciona el incidente, y sólo habla de Cooder para decir que se saca el sombrero ante él, por haberle enseñado la afinación abierta que usaba para tocar su slide. Aunque no suele hablar hoy en día de aquella experiencia, Ry recientemente aseguró que no sacó nada de aquella experiencia. “Salvo un montón de rumores que me han perseguido como unas latas atadas a la cola de un perro.”

“Cooder está siempre buscando la gran nota, el sonido que hace que todas las inhibiciones caigan a un lado”, ha dicho su luthier, Flip Scipio, y esa búsqueda es lo que, primero, lo hizo descubrir músicos como el acordeonista mexicano Flaco Jiménez o el guitarrista hawaiano Gabby Pahinui, sumándolos sin prejuicios a su música. “¿Mexicanos vestidos de cuero? ¿Con acordeones? ¡Te vas a suicidar comercialmente! No digas que no te lo advertí”, recuerda aún hoy Cooder que le dijo su amigo Randy Newman, con el que compartió un destino de músico de culto –respeto de la crítica pero fracaso comercial– durante los setenta, en Warner. “Hay que decir que los del sello fueron unos caballeros, y nunca se quejaron. Eran otros tiempos, después de todo. Y además era bueno tener nuestros discos para mostrarle a George Harrison lo que se estaba haciendo allí cuando caía de visita.” Escapando de aquella carrera solista fue que terminó componiendo música de películas. Junto con su amigo Walter Hill, hizo maravillas para Calles de fuego (1984) o Encrucijada (1986), pero también resultó ser otro camino sin salida, que lo llevó a la depresión hacia fines de los ’80. “No sé qué estaría haciendo ahora si no me hubiese encontrado con Buena Vista Social Club. Porque, para empezar, no tendría ni una moneda”, asegura Cooder, que durante su recuperación en los ’90 llegó hasta Cuba como siempre, siguiendo el camino de los músicos con los que le interesaba juntarse, ya sea formando Little Village en 1992, una suerte de supergrupo de culto, con Nick Lowe, John Hiatt y Jim Keltner, o arriesgándose con discos como A Meeting By The River (1993) con el indio Vishwa Mohan Bhatt, o Talking Timbuktú (1994), con el maliense Ali Farka Touré.

Pero Cooder no sólo habla de su seguridad económica cuando se refiere a su mágico encuentro cubano. “Porque ese disco me cambió la vida”, asegura. “Nunca me gustó tener una carrera solista, no estoy hecho para eso. Pero en ese proyecto encontré la respuesta: trabajá con otros, hacé algo para ellos, y estarás haciendo algo para vos.” Con ocho millones de copias vendidas en todo el mundo, Buena Vista también significó apenas el comienzo de una experiencia que se completó con otros discos solistas, como el de Ibrahim Ferrer o el mágico Mambo sinuendo (2002), con el guitarrista Manuel Galván, el Duane Eddy de Cuba. “Tocar con esos músicos es como hacer un master. Y tenés que aprender rápido. Cuando entendí que el clave permitía dejar de lado la horrible pesadez de contar cuatro en el piso, fue como recibir una inyección, como cuando Keith Richards se cambia la sangre. Desde entonces toco mucho mejor, puedo sentir el espacio en el que toco”, asegura Cooder, que destaca su solo en la canción “Monte adentro”, de Mambo sinuendo. “Ese soy yo, egresando de la master class”, sonrió para Tony Scherman. Y aún tuvo tiempo para emocionarse recordando el final del show del Buena Vista en el Carnegie Hall de Nueva York, inmortalizado en el documental de Wim Wenders. “Cuando ese público ovacionó a los músicos, fue como si por una vez hubiesen entendido. ¡Por fin! Porque hago esto desde hace mucho tiempo, pero ver al público, o sea al mundo, entusiasmarse por algo por las razones correctas en vez de las equivocadas de siempre, es algo muy gratificante.”

HISTORIAS DE LOS ANGELES

Alguna vez Walter Hill definió a Cooder como “una de las personas más talentosas que he conocido”. Alguien que no era simplemente “un cantante o guitarrista o folklorista o un coleccionista de música indígena o un rocker o un blusero, sino un artista verdaderamente grande que utiliza todos esos elementos para crear el material de su propia música”. Seguro que Hill no se sorprendería al descubrir que Cooder, además de seguir sacando discos, ha empezado a sacar libros con sus historias. “Con una canción uno puede hacer que una atmósfera se desarrolle. Eso es una canción, un lugar donde estar. Con las historias intento algo parecido, llevar al lector a lugares donde nunca ha estado, que sean familiares y al mismo tiempo misteriosos.” Habitadas por personajes cortados con el mismo molde de sus últimas canciones, los cuentos de Los Angeles stories revelan, por ejemplo, que a los mexicanos se les diagnosticaba tuberculosis para poder deportarlos (y que por eso existía un hospital secreto en Los Angeles, sólo para mexicanos). O se detienen en la historia de Billy Tipton, un músico de jazz que era una mujer disfrazada de hombre.

“Me encanta cuando los velos se corren, y se puede ver eso que siempre estuvo ahí pero nadie se había dado cuenta”, anunció Cooder recientemente en el Book Soup del Sunset Street de Los Angeles, presentando al mismo tiempo libro y disco. Después de todo, Chávez Ravine –donde él asegura que comenzó su última etapa– contaba la historia olvidada del barrio mexicano que se demolió para construir un estadio de béisbol. Después vino su verdadero primer álbum de canciones de protesta, My Name Is Buddy, protagonizado por un gato rojo de los años ’30. Y casi inmediatamente después I, Flathead, con un librito de casi 100 páginas contando una historia que reúne extraterrestres y autos de carrera.

Por más que tanta producción parezca hablar de una época feliz en el mundo Cooder, nada más lejos de eso. Por un lado, para cuando I, Flathead vio la luz, Ry aseguró a diestra y siniestra que había llegado la hora de dejar de hacer discos. Y ahora explica que sus nuevas canciones terminaron siendo, como el gato Buddy, más optimistas que él, que no lo es para nada. “Creo en Obama, y me gustaría que sea como Roosevelt. Pero, ¿qué puede hacer ante el poder de los republicanos? Sólo queda esperar que se destruyan a sí mismos”, asegura el hombre que canta sobre cómo “Ningún banquero será dejado atrás”, ironizando sobre el rescate entregado a los bancos, condenando al mismo tiempo a los ahorristas. Y que, en una de las mejores voces que se escuchan en un disco que podrá ser de protesta pero es acompañado por todos los sonidos y el groove al que tiene acostumbrados a sus fans, encarna a un John Lee Hooker que se candidatea a presidente. “Siempre me gustó cómo hablaban esos viejos bluseros, así que cuando lo conocí sólo escuchaba. Siempre me emocionaron esos personajes, porque nunca eran tan duros como decían que eran. Y además, cuando en la canción le hago decir que en la Corte Suprema debería haber nueve señoritas con buenas piernas, aun así esa Corte sería mejor que la que tenemos ahora.”

Palabra de Hooker, y palabra de Cooder, el hombre del sonido y las voces.

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