Un Lionel Messi que concede un reportaje recién llegado de unas vacaciones familiares en Disneylandia. Otro que se presenta al rodaje de una publicidad de calzado en el Estadio Olímpico de Barcelona. Y un tercero que se prepara para la entrega del Balón de Oro al mejor jugador del mundo en Zurich. Tres Messi que son uno solo, el mismo, pero retratado un año tras otro. Así es como el periodista argentino Leonardo Faccio, instalado desde hace una década en Barcelona, eligió contar la vida del mejor futbolista del mundo. En tres actos, tres capítulos, cada uno de ellos con un punto de partida casi banal –un breve reportaje, una publicidad, la entrega de un premio–, el de un futbolista cumpliendo con sus compromisos, fuera de su ámbito natural. Pero alrededor de ese protagonista casi distraído, el engañosamente breve libro de Faccio –digno de la Pulga Messi– va desplegando historias, presentando personajes y compilando datos que funcionan como las inyecciones de hormonas con las que el rosarino pudo continuar con su crecimiento. Y es así como con el Messi Recargado de Faccio se descubre un personaje nuevo, que se aburre con series como Lost o Prision Break, no le gusta que confundan al futbolista genial con el chico tímido que parece frágil fuera del campo, y desprecia los lujos privados que le preparan en los rodajes: jamás usa el motorhome puesto a su disposición sino que se cambia de ropa frente a todo el mundo. Así es como su admirable libro, titulado simplemente Messi, pero subtitulado largamente como El chico que siempre llegaba tarde (y hoy es el primero), funciona como la mejor puerta de entrada a un mundo privado tan complejo y sencillo a la vez, como sólo puede serlo también ese juego llamado fútbol.
¿Por qué Messi?
–Messi afecta el estado de ánimo de mucha gente. Yo no soy futbolero, pero veo que hay ilusiones depositadas en él. Ese lugar de poder inestable de los ídolos siempre me interesó. Creo que, desde hace un tiempo, Messi trasciende lo futbolístico y acepté cuando me propusieron retratarlo. Mi editor, el director de la revista peruana Etiqueta Negra, Julio Villanueva Chang, me dijo: “De Messi se hablará mucho y sabemos muy poco”. Tres años después, la aventura periodística acabó en libro.
¿Por qué pensaste que lo que empezó siendo apenas una nota en una revista podía ser un libro?
–Hay dualidades en la personalidad de Messi que exigen espacio para ser explicadas: el Messi del Barça y de Argentina, el explosivo y el apático. El resto de los genios del fútbol se parecen a sí mismos dentro y fuera del campo –el andar con el pecho afuera de Maradona, la elegancia de Zidane, la sonrisa de Ronaldinho–; Messi desafía el paradigma de héroe que conocemos. Es una persona de rutinas, predecible lejos de la pelota y tiene una personalidad más compleja de lo que aparenta. A mí las paradojas me motivan y tuve ganas de continuar con su historia. El perfil publicado en Etiqueta Negra llamó la atención del director de la editorial Debate, Miguel Aguilar, y comencé a trabajar en el libro.
El libro está formado por tres partes, fechadas en tres años consecutivos: 2009, 2010 y 2011. ¿Por qué elegiste esa estructura?
–Es el período en que seguí su vida: tres años en los que Messi podía eclosionar o hundirse. El tiempo real tenía el dramatismo suficiente como para mantener la tensión del relato y decidí respetarlo. Otro motivo está relacionado a la forma: el fútbol es el más popular de los deportes y el libro debía ser para un público muy amplio, de modo que elegí un género con origen popular como referencia: la ópera. A cada parte-acto le corresponde un tempo diferente: Allegro, Adagio y Presto. Supongo que puede leerse como una ópera non-fiction.
Al teléfono desde Barcelona, Leonardo Faccio suena relajado y preocupado a la vez. Relajado porque finalmente ha terminado de soltarle la mano al libro en el que estuvo trabajando durante los últimos años. Y preocupado porque aún tiene que presentarlo, y entonces se reconoce obsesivo a la hora de responder el cuestionario vía mail con el que se hizo la mayor parte de esta entrevista. “Olvidé mencionar algo que creo debería haber explicado, ya que está relacionado con el título del libro, y va encadenado con la idea de ruptura del paradigma de héroe que conocemos”, se preocupa por agregar. “Lo veo como una especie de elogio a la lentitud en tiempos dominados por la velocidad. Esa forma que tienen algunas personas, como Messi, siesteras, perezosas, que llegan a lo que quieren moviéndose lentamente”, subraya Faccio, quien dice que el tema principal de su libro es el trauma de crecer. “Un día, su padre me dijo: ‘A Leo le falta un eslabón’. Se refería justamente a la particular forma de crecer de su hijo: el desarraigo y las exigencias del mundo profesional lo marcaron a la edad de trece años. Messi sufrió un déficit de la hormona del crecimiento y se fue a Barcelona porque en su país ningún club quería financiar el costoso tratamiento que necesitaba para crecer. Newell’s Old Boys colaboró sólo durante unos meses, River Plate le negó el apoyo. Messi vivió ese rechazo cuando era niño. La medicina que necesitaba para alcanzar una estatura normal cuesta mil dólares por mes, y él la pagó jugando al fútbol en el Barça. Su condición de genio precoz le arrebató la despreocupación de la adolescencia, pero también le exigió conservar la energía creativa que sólo tienen los niños cuando juegan. Es la esencia de su arte. En suma, yo intento comprender el carácter de una persona con una misión de vida. Messi construyó su identidad en torno de la pelota. Llegó más lejos que ningún futbolista de su edad y todos esperan más de él: que sea el salvador de la Selección de su país, el putañero discreto, el argentino utópico. El éxito o el fracaso con el balón puede reportarle tanta felicidad como tormento.”
¿Cuál fue el primer hilo del que tiraste para ir construyendo su retrato, o el momento en que dijiste “lo tengo”?
–Nunca dije “lo tengo”. Messi se mueve, crece y yo quería retratarlo en acción. No tiene sentido fijar en bronce la vida de un chico en permanente cambio. Por eso escribí un perfil y no una biografía. Las biografías suelen subordinar los rasgos de carácter de las personas a la estática información biográfica. Yo hago el proceso inverso. Los patrones de conducta que explican a Messi tienen el mayor protagonismo y narrarlos ocupa espacio. Por ejemplo: Messi dice que le gusta dormir la siesta, su hermana me cuenta que Messi pasa horas tendido en el sofá y Juan Sebastián Verón asegura que es difícil sacar a Messi de la cama. El desafío está en diferenciar las conductas eventuales de las que marcan un patrón. Messi suele aburrirse lejos de la pelota y la siesta es clave en su rutina. El chico que entretiene a millones no encuentra por las tardes nada más entretenido que tumbarse a dormir. Nadie se aburre cuando duerme.
Cuando se le pregunta a Faccio por todo el material sobre Messi que debió investigar antes de sumergirse en su libro, confiesa que en realidad de lectura encontró poco. “Lo que encontré fue pilas de relato épico: historias de lucha, vencedores y vencidos. La prensa deportiva suele construir personajes más bien unidimensionales y lo que yo buscaba eran matices. Quería humanizar al ídolo. En ese trance creo que mi orgullo se consumió en el afán de producir y escribir lo mejor posible.”
Es la producción, por ejemplo, la que lo pone ante el carnicero que lleva los pedidos a la casa de Messi frente al Mediterráneo. O lo lleva a Las Heras, un barrio obrero del sur de Rosario, donde se encuentra la casa donde Messi nació y vivió hasta los dos años, su Rosebud particular, a la que se preocupó por reformar, pero está casi siempre deshabitada. Cada vez que regresa a su ciudad, Messi no se va sin visitar esa casa, aunque a veces su paso es tan fugaz que en Las Heras no se dan cuenta de su visita. Y es también la producción la que lleva a Faccio hasta la Masía, la fábrica de talentos del Barça, para descubrir que si Messi entraba último al comedor y se terminaba sentando en las últimas filas, era porque así quedaba cerca del metegol. Escribe Faccio: “Si hubiese una moraleja en la remolona actitud de Messi fuera de los campos de juego, sería que a veces el camino más rápido hacia lo que de verdad nos interesa se toma moviéndonos con lentitud”.
Pero la escritura es la que da vida a los mejores personajes del libro, los secundarios, como su primer representante, que confiesa: “Si me pongo a pensar que nunca más voy a descubrir a alguien como él, me tengo que matar”. O el doble de Messi, que empezó a dar demasiadas entrevistas, y ahora la familia ya no lo contrata más. O esos amigos de la infancia que aseguran que Leo, en cuestión de mujeres, “prefiere pasar por tonto que por calentón”. Y como prueba está esa anécdota del Mundial juvenil de Colombia, en 2005, cuando una periodista de televisión le dijo a su representante que quería conocer a Messi, y le pasó su número. Cuando al día siguiente se acercó a la concentración llevando el número de la chica como un regalo, Messi le dijo casi al pasar: “Ya estuve con ella”. Pero el mejor de los personajes es el hermano del medio de los Messi, Matías, el que se quedó en Las Heras y tiene problemas con la ley, que cree que le trae mala suerte a su hermano porque cuando viajó a Londres para ver un partido de la Copa de Campeones de Europa, frente al Chelsea, Lionel se lesionó. “Me senté en un lugar donde no me sentaba nunca: fue culpa mía”, le dice el increíble Matías a Faccio, que en su libro parece escaparles a los escándalos y a los titulares –no hay trascendidos de vestuario, de esos que siempre llegan a las páginas de deportes, por ejemplo–, pero al mismo tiempo profundiza tanto su relato que llega incluso a tocar temas tabú a la hora de las biografías deportivas, como el del sexo con modelos, algo habitual dentro del mundo del fútbol actual, pero de lo que no se suele hablar fuera del efímero mundo de las páginas de chimentos.
¿Hay cosas que descubriste y dejaste afuera?
–Conté todo lo que sabía. Los episodios que pueden sonar “escandalosos” sirven, como cualquier otro, para comprender a Messi. Lo explico con un ejemplo: una tarde, sus abuelos me reciben en su casa, una construcción humilde, y se quejan de la evidente postergación económica en la que viven. Lo importante no es la escena en sí misma. A la edad de 24 años, casi nadie se ocupa de sus abuelos. No hay novedad en eso. El conflicto familiar me interesa porque habla del nivel de influencia de cada miembro de la familia. A Messi lo explica su entorno. En el libro busco una dimensión humana que el relato de la prensa deportiva –por épico y vertiginoso– suele negarnos. En función de ese objetivo no me puse límites. Evité escenas coyunturales o muy conocidas porque cuento otras poco difundidas que dicen lo mismo. Los lectores completan con su memoria el relato. Más que escaparle al escándalo, creo que hice el intento de normalizar una vida íntima que podemos ver como exótica. Lo curioso es que Messi, con su carácter humilde y su regularidad en la cancha, logra que veamos lo extraordinario como si fuese normal. Con la camiseta del Barça lo raro es que no haga goles.
Al hablar de su biografía del Che, Jon Lee Anderson dijo que la única fuente a la que lamentaba no haber accedido era Fidel Castro, porque sabía cosas que nadie más podía saber... ¿Hay algún Fidel en la historia de Messi?
–Entrevisté a más de cien personas para escribir el libro, y si hay una ausencia más comprensible que lamentable es la de Celia Cuccittini, la madre de Messi. La llamé durante más de dos meses todos los días. Pero la señora estaba muy agobiada por el periodismo y decidí respetar su intimidad. Dejé su presencia en boca de otros y me alegré de que la búsqueda no haya sido en vano. En el afán de encontrar a la mamá llegué por casualidad a una de las voces más valiosas de la historia: la hermana, María Sol. En el libro abundan personajes que podemos definir como secundarios: la maestra, el carnicero, el doble, el hermano del medio, amigos, compañeros de habitación, la hermana. A diferencia de otras personas más expuestas a los medios, como el papá, a quien también entrevisté, ellos miran con perplejidad la intimidad de Messi. Esa mirada es reveladora.
Durante tu entrevista inicial con Messi, mencionás que cuando descubre en tu mochila el libro que escribió el periodista italiano Luca Caioli sobre su vida, Messi, el niño que no podía crecer, te señala que en él “salen cosas que no deberían haber salido”. Vos contás la historia del hermano del medio, de su relación con las chicas, de su problema legal con el primer representante... Recientemente, la Fundación Lionel Messi desautorizó tu libro. ¿Sabés por qué? ¿Tiene algo que ver con el libro de Caioli?
–Hay asuntos delicados que fuera del libro pueden adoptar la vulgaridad de un chisme. Hasta donde yo sé, el rechazo hacia ambos libros tiene al menos un motivo en común. Tal vez haya otros. Yo escribí la historia sin censuras y entiendo que una reacción de repudio es esperable. Primero porque nadie suele gustarse cuando acaban de retratarlo. Segundo porque los vaivenes de cualquier existencia requieren tiempo de asimilación. Alguien que cuenta su historia desde el cenit de su carrera puede ver con perspectiva su pasado. No es el caso de Messi. Con frecuencia olvidamos que apenas tiene veinticuatro años.
Aun cuando Messi aparece entrevistado en el libro –de hecho, toda la primera parte gira alrededor de esa entrevista–, no es precisamente en sus respuestas donde se pone de relieve su participación en él. De hecho, lo que dice entonces es lo menos importante de ese capítulo. El trabajo de Faccio, justamente, fue el de rodear sus respuestas aparentemente de compromiso en esa primera nota con la suficiente sustancia periodística y narrativa como para que fuese relevante. Y lo hizo tan bien, que hubo quien terminó pensando –por suerte– que esa nota bien podría crecer hasta ser un libro que es prácticamente la antítesis de Yo soy el Diego de la gente. Si aquel era el verbo hecho carne, el de Messi es puras versiones, pero que juntas permiten asomarse a un mundo en silencio. “Me gusta pensar que el libro cuenta la historia de un prodigio: la carrera desigual de Messi por empatar la madurez que tiene dentro del campo con la ternura apática que a veces muestra fuera de él”, explica. “Esa complejidad parece atractiva.”
¿Cuál fue tu relación con Messi durante la construcción del libro?
–Partí con una idea más o menos clara: no quería que a Messi lo limitasen sus pocas palabras. John Carlin, el periodista inglés, publicó un perfil de Messi unos días antes de que yo empezara con el mío, y decía: “He entrevistado a Messi en dos ocasiones, y si me ofreciera una tercera posibilidad de hacerlo, respondería cortésmente que no; no, gracias. Tiene poco sentido sentarse a hablar con él y exigirle palabras de autorreflexión”. Carlin, igual que otros reporteros, se había frustrado ante el silencio de Messi. Yo lo entrevisté una vez y luego construí un relato coral con su entorno cercano. Esto hubiese sido imposible sin su consentimiento. Messi seguía mis pasos desde su teléfono móvil. Incluso participaba con mensajes de texto. Los códigos del chat electrónico son un recurso ideal para los tímidos. Fue más expresivo vía SMS que en persona.
A comienzos de este mes, la revista norteamericana Time puso a Messi en su tapa, pero no se privaron de señalar que su entrevistado no contestaba prácticamente nada que esté fuera del fútbol, y se quejaron de que fue imposible sacarle algún dato de color. A esta altura vos ya debés saber mucho de Messi... ¿hay algún secreto para hacer que hable?
–Si hay un secreto para que Messi hable, no lo conozco. Cuando lo entrevisté, él recién llegaba de sus vacaciones y yo intenté seguir el sentido de su estado de ánimo. Digamos que apelé al sentido común. Messi había estado en Disneyworld y se mostró entusiasmado al hablar de momentos divertidos. A mí me interesaba su vida fuera del fútbol y hablamos de su novia, los amigos, Rosario, la familia. No me acerqué buscando sentencias sino gestos, reacciones.
La misma nota de Time se centra –de hecho lo expresan en la tapa misma– en la paradoja de que Messi tal vez sea el mejor futbolista del mundo, pero aún le cuesta ser aceptado en su país. ¿Es una cuenta pendiente para él? ¿Tiene algún sentido insistir con ese tema?
–Martín Caparrós dice: “La mayoría de los argentinos universales tuvieron que dejar de ser argentinos para serlo”. Es la historia del Che, Piazzolla y también de Messi. Se fue de la Argentina a los trece años y hasta hace muy poco era un ilustre desconocido en su propio país. ¿Cómo querer a alguien que no conocés? Hace falta algo más que goles. En la Argentina a Messi se le exige ser un caudillo expansivo al estilo Maradona, y Maradona fue un icono en la euforia de los ’80: representó la recuperación de la democracia, la revancha futbolera de la derrota en Malvinas y encarna el ascenso social de las clases más postergadas. ¿Qué representará Messi? Messi no tiene un pasado público en su tierra y su destino lo forzó la mayor crisis económica que sufrió el país en la historia reciente. Cuando partió al Barça, la Argentina estaba a punto de caer en la crisis financiera más prolongada de los últimos cien años: la paridad cambiaria con el dólar desapareció, el Gobierno restringió la salida de dinero privado de los bancos y el país tuvo cinco presidentes en un mes. La obra social y la mutual que financiaban las dosis de somatotropina sintética que Messi necesitaba para crecer dejaron de pagar el remedio. Su única salida fue la fuga, el autoexilio. La historia de Latinoamérica está hecha por líderes caudillos –también en el fútbol– y Messi se formó en un club que, además de pagar su tratamiento hormonal, apostó por la democratización de la pelota. Messi en el Barça ejerce de líder silencioso. Con la camiseta celeste y blanca se vio obligado a pensar en lo que debía ser, mientras que su talento exige no pensar para anticiparse. Si piensa, no fluye. Messi en la Selección de su país propone otra distribución del poder y vive cada derrota como un duelo. Su hermana lo retrata como un chico triste tumbado en un sofá. El reconocimiento público de su argentinidad sigue siendo una cuenta pendiente para Messi. ¿Tiene sentido hablar de esto? Yo creo que sí, mientras pensemos que el fútbol es un acto religioso –por su tendencia a religar– que trasciende al deporte. En la Argentina a Messi le negaron un sitio donde depositar su lealtad y hoy se lo espera como un Mesías.
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