“Estamos llegando a un punto donde ya no me divierto. Lo siento.” La frase pertenece a “Suite: Judy Blue Eyes”, el tema que inauguró el primer y decisivo álbum de Crosby, Stills & Nash, pero bien podría definir el estado de situación en la California de 1969 donde los cambios estaban a la orden del día. Faltaba todavía el ritual de Woodstock (donde Crosby, Stills & Nash, en adelante CSN, harían su segundo show con Neil Young de invitado), pero el hippismo estaba sufriendo bajas aceleradamente. Las drogas habían dejado de ser recreativas o de búsqueda (como el LSD o la marihuana), y comenzaban a ser más pesadas, tanáticas y adictivas (primero la heroína, después la cocaína). El sueño se había terminado pero la gente seguía durmiendo, creyendo que estaba despierta. La guerra de Vietnam continuaba rugiendo a todo motor, pese a los esfuerzos hippies con marchas, flores e inciensos.
David Crosby, Stephen Stills y Graham Nash se juntaron casi por accidente en el caldero de la California hippie y se cocinaron a fuego lento hasta que alcanzaron el punto justo de cocción el 3 de julio de 1968, exactamente un año antes de la muerte de Brian Jones. La cocinera de aquel puchero fue nada menos que Joni Mitchell, aunque hay gente que afirma que la que puso la olla aquel día fue Mama Cass Elliott de The Mamas & The Papas. David Crosby había volado de The Byrds y era un articulador del juego de músicos que iban y venían por doquier en Los Angeles: hablaba y se drogaba con todos. En ese remolino encontró a Stephen Stills, un tejano temperamental que conducía con energía y malos modos la banda Buffalo Springfield, maltratando a su compañero Neil Young que un día no soportó más y se fue.
Atraído por el esplendor de la psicodelia americana, el clima seco y soleado, y las promesas de paz y amor, arribó a Los Angeles procedente de Manchester, Graham Nash. Era una estrella del pop británico, miembro de The Hollies. Se trataba de un hombre sensato que encontró el amor en Joni Mitchell, pero no la paz. En cambio se halló un día en el living de la casa de Joni donde David Crosby tocaba una canción en un rito que se practicaba casi a diario: un compositor le mostraba sus canciones a los demás y recibía aliento y aportes. Crosby recibió una excelente segunda voz por parte de Stephen Stills cuando tocó “Helplessly Hoping”, pero lo inesperado sucedió cuando Graham Nash, acostumbrado a los juegos de voces con The Hollies, sumó una tercera armonía. Fue como si un sable láser atravesara la penumbra del living de Joni: todos supieron que ahí había habido magia. Lo único que pudieron hacer fue reír sin parar. Seis meses más tarde, Graham Nash dejaba Inglaterra para siempre y se sumaba a Crosby y Nash. Grabaron su primer disco, Crosby, Stills & Nash, en 1969, y el resto es historia.
Es ese primer álbum el que inicia el movimiento de cantautores californianos que sería inagotable fuente de inspiración para los rockeros por venir. De ahí salen todas las combinaciones posibles (todos juntos, de a pares, solistas) entre Crosby, Stills, Nash y Neil Young, que opera como satélite errante que a veces está y otras no. Carole King, James Taylor, Carly Simon, Judy Collins, The Eagles y la reina del género singer-songwriter californiano, Joni Mitchell, desfilaron por el cañón que abrió CSN. Todos vivían casi apelotonados en Laurel Canyon, se visitaban, armonizaban y a veces hacían el amor y no la guerra. El segundo disco Déjá-Vu, ya con Neil Young como miembro pleno del ensamble, apareció un año más tarde y los encontró a todos peleados entre sí, tras más de 800 horas de grabación. Los romances habían terminado, las drogas los atenazaron y el proyecto se fue a pique. Pero el público vivía la historia en diferido y no dudó en hacer de aquel álbum un número uno.
Desde entonces hasta la actualidad, cuando CSN pisa por primera vez suelo argentino hoy en el Luna Park, poco ha cambiado y en realidad todo ha variado. Estos tres hombres continúan peleándose y sacando esporádicos discos donde la armonía vocal es el ingrediente principal, aunque lo principal continúa siendo sus actuaciones en vivo por todo el planeta. En esas eventuales reuniones, Neil Young los acompañó algunas veces, pero siempre prefirió quedarse poco tiempo. David Crosby pasó de competir con Keith Richards por el título del drogón más grande de la historia (lo que le valió una temporada en prisión durante los años ’80), a convertirse un hombre sano, mayor y relativamente feliz, que donó su esperma para que Melissa Etheridge pudiera ser mamá. Stephen Stills dominó su alcoholismo, pero cada tanto se le afloja la cadena del temperamento, que dota de vitalidad a su extraordinaria guitarra eléctrica (alabada alguna vez por Jimi Hendrix, que los consideraba “un grupo celestial”). Y Graham Nash sigue siendo ese hombre sensato que los mantiene a todos unidos con esa tercera voz que es en realidad la que lleva la armonía a su nirvana.
Hoy, Crosby, Stills & Nash representan la historia de la California post-hippie; tienen más de 70 años (salvo Stills), una obra que es redescubierta cada tanto y un estilo que hizo academia. Sin ir muy lejos, Fleet Foxes y Wilco son dos grupos relativamente actuales que se referencian en ellos. Así como The Beach Boys fue el gran grupo vocal californiano de los ’60, CSN los relevó en la década siguiente. Conocidos en la Argentina por el hit “Teach Your Children”, una suerte de manual de la buena crianza al modo hippie que sonaba durante los títulos finales de la película Melody, la canción más importante en la historia del grupo fue una que escribió Neil Young durante su intermitente estadía con el trío residente: “Ohio”. Fue una respuesta inmediata a un hecho que consternó a la opinión pública estadounidense cuando, el 4 de mayo de 1970, la guardia nacional de Ohio reprimió una manifestación de estudiantes por la invasión americana a Camboya. Fue una ráfaga criminal que dejó cuatro muertos y decenas de heridos. Neil Young la compuso y la integró de inmediato al repertorio del por ese entonces cuarteto, que la editó como simple, y que permaneció como memoria viva de aquella matanza, cuyo eco profundizó el rechazo a la guerra de Vietnam que Richard Nixon prometió finalizar.
A lo largo de los años, juntos o separados, estos tres hombres intentaron mantener encendida la llama del antibelicismo con canciones como “Military Madness” de Graham Nash o “Find The Cost Of Freedom” de Stephen Stills, y la antorcha de la solidaridad ayudándose los unos a los otros, en estudio, en el escenario y presentándose en todo evento benéfico que requiriese su presencia. Fueron pioneros en la defensa de la ecología y el centro de la acción del recordado evento “No Nukes”, un show de 1979 en el Madison Square Garden, donde ellos sumados a Jackson Browne, Bruce Springsteen, Bonnie Raitt, James Taylor, Ry Cooder y Doobie Brothers, enarbolaron la bandera de la “energía segura”, oponiéndose al desarrollo de la tecnología nuclear. Ese compromiso con las causas justas lo extendieron también a toda la comunidad musical; cada vez que hizo falta una buena segunda voz, Crosby, Stills & Nash cantaron el presente. Phil Collins tuvo a David Crosby haciendo armonías en “Another Day In Paradise”, y David Gilmour contó con Crosby y Nash en su más reciente “On An Island”, por citar conocidos ejemplos.
Curiosamente, o no tanto, estos tres mosqueteros nunca pudieron desplegar su afán solidario en torno de constituir una entidad grupal que permaneciera unida. Se separaron agriamente en 1971, volvieron en 1974, 1977, 1982, 1988, 1994, 1999 y 2008, pero ninguna de todas esas reuniones se pudo sostener en el tiempo. Su historia estaba destinada a ser la más tumultuosa, promiscua y confusa de todas, pero en cada una de ellas hubo algo en el aire parecido al amor entre hermanos que no pueden soportarse. Pero en ese torbellino de alianzas efímeras y enojos permanentes, Crosby, Stills & Nash (a veces con Neil Young), fundaron una escuela musical riquísima en lo musical y a veces aleccionadora en lo personal (la autobiografía de David Crosby es de lectura obligatoria). Son una auténtica familia disfuncional que a veces canta maravillosamente a coro, y que siempre termina tirándose las cosas por la cabeza. Es de esperar que en Buenos Aires encuentren cierta paz: la armonía, al menos la vocal, es su razón de ser.
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