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Domingo, 24 de junio de 2012
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Música > Banga, el nuevo disco de Patti Smith

Ladrar y morder

Patti Smith pasó estos últimos años más dedicada a la escritura que a la música: editó Eramos unos niños, su memoir iniciático sobre la New York de los años ’70 y su amistad y amor con Robert Mapplethorpe, empezó a trabajar en una novela noir y a rescatar textos más viejos, que quiso revisar. Pero en 2009, cuando formó parte de la tripulación de Socialism, de Jean-Luc Godard, leyó El maestro y Margarita y ahí encontró la inspiración en Banga, el personaje perro. Dos años después, llega este extraordinario disco titulado, justamente, Banga: gran obra de madurez que rinde homenaje tanto a los Stooges como a la literatura rusa.

Por Rodrigo Fresán
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Meses atrás, un grupo de familiares, amigos y fans se reunió en un descampado en las afueras de Girona para inaugurar una calle llamada Roberto Bolaño. Nubes grises y mucho viento. Uno de esos sábados más parecidos a un domingo. Todo estaba como en el aire y a la espera de algo. No había edificios aún, alguien bromeó acerca de que, cuando los hubiera, había que comprar piso en el número 2666 y, de pronto, alguien señaló a una mujer alta y flaca acercándose desde el horizonte. Sorpresa: era Patti Smith, seguidora confesa del escritor chileno quien se enteró del asunto, decidió darse una vuelta por ahí y, agradecida con la necesidad de agradecer, hacer los honores correspondientes. Y allí, bajo un cielo gris y sobre una pequeña tarima de madera, con deficiente amplificación pero voz poderosa, Patti Smith –punk primordial y shamánica de una Nueva York que ya no existe pero permanece, mujer infiltrada en el masculino Rock Hall of Fame, comandante de la Ordre des Arts et des Lettres de Francia, autora tanto del legendario Horses como de Eramos unos niños, la memoir ganadora del National Book Award– cantó/recitó su “Wing” como homenaje al autor de Los detectives salvajes, conversó con la gente, sonrió mucho, y después se fue como había venido.

CADA PERRO CON SU HUESO

Y ahora Patti Smith –sesenta y cinco años de edad y en el año número treinta y ocho de su carrera, mientras avanza en la escritura de una novela noir y en una segunda entrega de sus recuerdos sobre la Manhattan del CBGB y aledaños– vuelve a volver con Banga. Subtitulado –en español en el original– como “Cree o Explota” y suelto en tándem con la revisión de un breve texto autobiográfico de 1992, Woolgathering, en el que recuerda su infancia casi rural en las tierras baldías de Nueva Jersey. Opus once de estudio, primer álbum con temas propios luego de una ausencia de ocho años, desde sus muy politizados y un tanto protestones Gung Ho (2000) y Trampin’ (2004). Ausencia que no fue tal, porque estuvo puntuada por recopilaciones, un disco de covers muy personales llamado Twelve, el éxito crítico y de ventas de su ya mencionada autobiografía de iniciación, y giras y conciertos por aquí y por allá. Pero aún así Banga está siendo considerado como una suerte de renacer y redescubrimiento al igual que ocurriera con aquel Time Out of Mind de Bob Dylan y, más cerca, con 50 Words for Snow de Kate Bush. Una de esas “sorpresas” –como en el caso de las de Dylan o de Kate Bush– que en verdad no sorprende a nadie de los que la siguen; porque Patti Smith no es que pierda o haya perdido gracia y potencia sino que, simplemente, sus tiempos son suyos. Y con sus tiempos hace lo que se le canta. Y lo canta. Y los canta.

Y si su otro regreso luego de una larga ausencia elegida para dedicarse a la vida en familia, el descarnado y visceral Gone Again (1996) inmediatamente seguido de Peace and Noise (1997) –los anteriores, Wave y Dream of Life habían aparecido en 1979 y 1988 respectivamente– giraba alrededor de las muertes de seres muy queridos y admirados (esposo y hermano y Kurt Cobain) y el ya mencionado Trampin’ mostraba los dientes a la administración Bush, ahora Banga –donde se reencuentra con otros jinetes de su Horses como los guitarristas Lenny Kaye y Tom Verlaine y el baterista Jay Dee Daugherty, a los que se suman, entre otros, Jesse y Jackson, hija e hijo de Patti Smith– apuesta al movimiento perpetuo. Y se lee y se escucha como una suerte de álbum de postales de viajes mentales y físicos alrededor del mundo nuestro y del mundo suyo y estaciones intermedias. Pero, enseguida, esa tan sólo aparente deriva a merced de corrientes e itinerarios supuestamente casuales o caprichosos revela una trama secreta pero transparente: de lo que trata Banga es de la necesidad de aferrarte a las cosas que te salvan y te redimen con su belleza y genio mientras, a tu alrededor, todo se hunde y naufraga.

Y en la edición de-luxe de Banga –con forma de elegante hardcover más para biblioteca que para compacteca– Patti Smith ofrece, además de letras de las canciones y fotos alusivas, la génesis y el tránsito de todo el proyecto. Un diario de viaje arrancando en el 2009, con una travesía en un barco comandado y dirigido por un tal capitán Jean-Luc Godard pidiéndole a ella que sea parte y tripulación de un film a llamarse Socialism.

Y Patti Smith sube a bordo y, meses antes, había leído, extática, El maestro y Margarita de Mikel Bulgakov (de paso, una de las novelas favoritas de Bolaño), y en sus páginas se había encontrado con Banga, “el perro entre los perros” de Poncio Pilatos. Y ése fue el punto de partida, el Big Bark: el espectro vivísimo de un perro escrito corriendo sobre la cubierta mental de aquella que no hace mucho fue llamada “la última bohemia” o “Rimbaud con amplificadores”.

PERRO QUE ANDA,HUESO ENCUENTRA

Y Banga –como es costumbre en la obra y vida de la maníaca referencial Patti Smith, paradojal pero íntegra artista de culto dentro de la cultura mainstream, eternauta intacta más allá de modas y generaciones, con más protectores y tutores a sus espaldas que los Beatles en la tapa de Sgt. Pepper’s– está lleno de huesos y de cráneos y de correas y de cadenas de otros que la ayudan a sostener su propio esqueleto.

Así, el punto de partida de “Amerigo” es una emocionante crónica del descubrimiento de América en la mirada de un admirado Américo Vespuccio que ya sospecha que ese paraíso pronto será un infierno cortesía del “hombre civilizado”. “April Fool” –single pop que casi podría ser un tema de los primeros The Cranberries de no estar enaltecido por la inspiradísima guitarra de Tom Verlaine y la voz de una Patti Smith que nunca ha cantado mejor que aquí, que canta, como apuntó un crítico, “ya sin necesidad de gritar, como Muhammad Ali en su mejor momento”– hace guiños a Nikolai Gogol y a su Almas muertas. “Fuji-San” es un réquiem por los muertos en el terremoto de Tohoku, Japón. “María” y “This is the Girl” son sentidos responsos para la actriz Maria Schneider y la cantante Amy Winehouse. “Tarkovsky (The Second Stop is Jupiter)” es una nota de agradecimiento por los dones recibidos, con riff tomado prestado a Sun Ra, al director de Solaris y Stalker. “Séneca” es casi una canción de cuna para despertarse para su pequeño ahijado, “Nine” es un regalo de cumpleaños para “mi nuevo hermano menor” Johnny Depp, y “Banga” (con Depp tocando guitarra y batería) es, por supuesto, para Banga (con una melodía circular que se ríe, cómplice, de aquel “I Wanna Be Your Dog” de Iggy Pop y The Stooges) y es lo más punkie de trece tracks más bien delicados. “Constantine’s Dream” –pièce de résistance de todo el asunto con textura de terciopelo subterráneo– es el sermón alucinado de más de diez minutos de una Patti Smith poseída por una epifanía extended-play y por las líneas y colores de un fresco de Piero della Francesca que desemboca en una sentida versión de “After the Gold Rush” de Neil Young, con quien la poetisa eléctrica girará en las próximas semanas. La edición especial de Banga incluye –además del libro– el regalo de un extra-track indispensable: el épico y doméstico “Just Kids”, con Patti Smith musicalizando su historia junto al fotógrafo Robert Mapplethorphe. Y allí, al final y por fin, Patti Smith deja de mirar a los otros y mira atrás para mirarse a sí misma y su pasado se nos hace presente cuando rima: “La verdad era como un diccionario / Urgente y sublime / Nos sacudimos a nosotros mismos en la luz / Como ropa mojada y colgada de una soga (...) Nos aventuramos en la ciudad / Al Chelsea Hotel / Un sitio para que reposaran nuestras cabezas / Un poco de cielo y de infierno / Entremos a los pasillos de nuestra nueva universidad / A ti te dieron todas las llaves / Y tú me las ofreciste a mí”.

Y ahora ella nos las ofrece a nosotros.

Gracias.

VIVO EL PERRO,LA RABIA NO SE ACABA

Y detalle interesante: en las portadas de los mensuarios musicales ingleses Uncut y Mojo –esos virtuales remedios para melancólicos en base a papel y tinta y nostalgia por los buenos tiempos– los ídolos de la Edad Dorada suelen aparecer jóvenes. Fotos viejas para anunciar discos nuevos –no hace mucho ocurrió con Paul Simon y Leonard Cohen– que son muy buenos, que pueden llamarse So Beautiful, So What u Old Ideas, pero cuyo sonido actual, pareciera, sólo puede venderse periodísticamente apoyándose en el look sin arrugas y con pelo de espectros de Navidades Pasadas.

Sépanlo: Patti Smith aparece en la tapa de la última edición de Uncut. Y no es la icónica Patti Smith en blanco y negro de Horses by Mapplethorpe sino una sexagenaria y en colores Patti Smith. Esto debe significar algo, pienso.

Y ahí dentro, en doce páginas, Patti Smith haciendo comulgar su generosa leyenda rebajándola a eslabón de una larga cadena (“Escribí Horses para Michael Stipe. Escribí Horses para Morrissey. Y ellos lo encontraron”) y, de nuevo, El Tema apenas escondido de Banga y su más que descubierta preocupación ante la degradación del rango de la Naturaleza por el hombre: “Es de lo que estoy más asustada. No le temo al terrorismo. No le temo a la bomba. Lo que me aterroriza es el apocalipsis ecológico, el castigo que recibiremos por destruir la Tierra. La muerte de la abeja mielera es más importante para mí que la Homeland Security”.

Días después de que Roberto Bolaño se reencarnara en calle, almorcé con Patti Smith en Barcelona, en un absurdo restaurante de barrio disfrazado de saloon western con fotos de forajidos y alguaciles en las paredes.

Allí, de nuevo, volvía a comprobar lo inquietante que resulta que los grandes de verdad sean tan sencillos y relajados y los microbios de mentira siempre se paren en puntas de pie para salir más altos de lo que son en la foto, en cualquier foto.

Allí, hablé de muchas cosas con Patti Smith (de, por ejemplo, su paso como empleada/esclava en la mítica librería The Strand) y de una cosa en particular (“Rodrigo, piénsatela bien porque te advierto que la próxima será tu última pregunta sobre Bob Dylan”, me dijo mientras mordisqueaba una ensalada).

Y allí me contó que ya tenía ganas de volver a casa para terminar un disco que estaba grabando.

Ese disco era éste. Ese disco es Banga.

Escúchenlo ahora, sentados en el suelo, con la lengua afuera, aullando de felicidad. “¡Guau!”, piensen, rascándose para ver si es cierto.

Y es cierto, nomás.

Cada perro tiene su día.

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