Todo empieza con tres veinteañeros en un país helado, y el hervor de los ejecutivos de Hollywood. El país es Suecia, donde más del 90 por ciento de la población está conectada a una de las mejores bandas anchas del mundo. Gottfried Svartholm, Fredrik Neij y Peter Sunde, que se conocieron en una sala de chat y terminaron manejando The Pirate Bay, una web que llegó a tener 36 millones de usuarios enlazados en el mismo momento. Y Warner Bros, MGM, Columbia y 20th Century Fox decididas a meterlos en la cárcel y a recuperar los 13 millones de dólares que calculan perdidos en base a la premisa de que una descarga más es lo mismo que una compra menos. Entre 2008 y principios de 2012, el cineasta sueco Simon Klose documentó las idas y venidas a los tribunales, y en febrero pasado estrenó en la Berlinale la película TPB-AKF (The Pirate Bay - Away from the Keyboard / La Bahía Pirata - Lejos del teclado) que puede verse en YouTube con subtítulos en español o descargarse del sitio www.tpbafk.tv.
Ahora mismo puede haber en The Pirate Bay (TPB) 20 millones de usuarios buscando una serie, un disco o los cables filtrados de Wikileaks. Se lo suele caracterizar como el “mayor sitio de descargas”, pero la afirmación es incorrecta: TPB no es un sitio de descargas sino un buscador de enlaces para poder realizarlas. TPB permite encontrar fácilmente un archivo que una vez abierto con un software –como Utorrent– permite ir descargando partes de, por ejemplo, una película de las computadoras de todos los otros usuarios que están conectados en ese momento (y tienen partes de esa película entre sus archivos). Lo importante es que la película en cuestión no está en un servidor central, al estilo de sitios como Megaupload, sino que está diseminada. Este tipo de tráfico de Internet se llama P2P, peer-to-peer o par-a-par: todo usuario es simultáneamente receptor y emisor de información (cliente y servidor en términos técnicos). Esta es la verdadera pesadilla de las industrias culturales preocupadas por el copyright, ya que perseguir a millones de “compartidores” de archivos es mucho más complicado que una demanda penal contra los dueños de una web. Al mismo tiempo, los dueños de webs del estilo de TPB argumentan que ellos no comparten contenidos con copyright, sólo muestran links de enlaces a esos contenidos provistos por los usuarios y que, si enlazar es un delito, la existencia misma de Internet está en riesgo.
El juicio que arma el hilo conductor del documental TPB-AFK comenzó en enero de 2008 cuando la fiscalía sueca presentó cargos contra Svartholm, Sunde y Neij por “promover que otras personas infrinjan las leyes de copyright”. Las audiencias fueron emitidas por la televisión estatal y la cobertura mediática fue enorme, tanto como la disconformidad de una parte de la opinión pública cuando se supo que el gobierno de Estados Unidos había presionado al de Suecia para que el juicio se llevara adelante. Simon Klose intenta mantener el interés colectivo en la discusión sobre los derechos de autor y propone un relato que evita, la mayor parte del tiempo, el tono pedagógico de otras producciones de tema similar como Steal this Film o Good Copy Bad Copy. Klose elige hilvanar situaciones del juicio y de las relaciones personales de los tres protagonistas. No hay aquí discursos clarificadores sobre las consecuencias del modelo vigente de propiedad intelectual, ni demasiadas entrevistas en primer plano.
Svartholm, Sunde y Neij son iconos del mundo hacker que en TPB-AKF aparecen ligeramente desteñidos. Svartholm, el más joven de los tres, es también activista de Wikileaks (“está como enamorado de Julian”, dicen de él). Tiene mucho saber técnico y especial capacidad para los comentarios lúcidos y poco diplomáticos. Tiene también algunos problemas con las drogas y es el que peor la pasa en toda la película. Neij es el del discurso menos politizado, el que dice estar en TPB por un interés únicamente técnico. Sus problemas son con el alcohol y aunque asistimos a su casamiento con un chica de Laos, la edición incluye sus comentarios en contra de los inmigrantes. Y está Peter Sunde, portavoz de TPB, vegano, políticamente correcto hasta la médula, pero indispensable para que la trama sea comprensible para un público no iniciado en el tema. Entre ellos hay desacuerdos y, por momentos, cierto desapego. El puzzle de la relación entre ellos consolida el tono sombrío de la película y la aleja de los convencionales films para activistas.
En la trama también aparecen Julian Assange, Carl Lundström –también procesado por aportar fondos a TPB y vinculado, al parecer, con grupos de extrema derecha–, una red de asociaciones antipiratería cuyos cuadros permean la burocracia sueca y funcionarios judiciales que aparecen como ignorantes de las cuestiones técnicas más básicas e influenciados por los intereses de la industria. De todos los protagonistas, incluidos los tres gestores de TPB, Klose decidió mostrar la faceta menos límpida y desarmar así tanto la imagen de un Estado equitativo y ecuánime como la del hacker todopoderoso y comprometido.
Durante la producción de TPB-AKF, los servidores de www.thepiratebay.se estaban escondidos y el ordenador túnel para acceder a ellos estaba en Pionen White Mountains, un lugar que no suele mostrarse mucho y al que la película le dedica unos planos memorables para los interesados en la tecnología digital. Pionen es un centro de datos construido en un bunker literalmente cavado en las montañas del sur de Estocolmo. Cien metros bajo tierra. Paredes de roca. Capaz de mantenerse intacto después de la explosión de una bomba de hidrógeno. Y lleno de plantas, frondosas, verdísimas, que lo emparientan con la película ecofuturista Silent Running, dirigida por Douglas Trumbull en 1972. El 26 de febrero pasado, TPB tuvo que sacar sus servidores de Suecia y mudarlos a España y Noruega. El Partido Pirata les estaba dando conectividad, pero no soportó más la presión de la organización antipiratería Alliance Rights y la amenaza de una demanda penal millonaria.
Cuando en el desarrollo del juicio ya todo se vuelve desesperante, Peter Sunde dice: “La gente no tiene idea de lo pequeños que somos. Sólo tres tipos en una sala de chat”. Todos saben que eso es mentira. The Pirate Bay es enorme. Millones de archivos y millones de personas que no están dispuestas a pagar por aquello que puede conseguirse gratis (y sin quitárselo a otro, sólo copiándolo). Menos de veinte días después de que se estrenara TPB-AFK comenzó en regir en Estados Unidos el Six Strikes, un sistema de control de la piratería que confirma que en este terreno las fantasías más paranoicas suelen hacerse realidad. Las personas que usen su ancho de banda para intercambiar contenido P2P protegido por copyright –especialmente series, películas y discos– recibirán advertencias de las empresas proveedoras de Internet. Después de la sexta advertencia, las empresas tomarán medidas que van desde la reducción de la velocidad de la conexión a 256 kpbs –equivalente a la velocidad de las antiguas conexiones telefónicas– hasta el corte temporal del servicio que será restaurado una vez que el usuario asista a un curso de capacitación en el que le enseñarán que la descarga de contenidos protegidos está mal.
Cuando el documental termina, queda claro que la trama para preservar el modelo de negocio basado en el copyright trasciende las fronteras y tiene a Estados Unidos como su principal litigante. Peter Sunde: “Saben cómo se hacía dinero y no quieren cambiar. Son como los amish. No quieren electricidad. Saben cómo hacerlo sin electricidad”. Al final, la cámara recorre cuevas y túneles y pasillos para llegar a mostrar cientos de cables violetas y lucecitas verdes y rojas que todavía titilan. Para no arruinar el espíritu de thriller que le imprime Klose a la historia, sólo diremos que después de ver la película hay que googlear para enterarse dónde están ahora Svartholm, Neij y Sunde. “¿Qué pasará con The Pirate Bay si se los encuentra culpables?”, pregunta un periodista al principio de la película. “Nada”, responde Peter Sunde. Hasta ahora, la historia le da la razón.
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