Hay dos formas de entrar a la muestra que por estos días se está llevando adelante en el Centro Cultural Recoleta. Digamos, dos maneras diferentes de mirar el trabajo expuesto por Silvio Fabrykant bajo el título de Movida y tropical: 100 + 1 fotos de la cumbia argentina. Una puede ser la mirada pseudo-antropológica o sociológica que encuentra en las 101 fotografías de bandas y solistas de la cumbia nacional los síntomas de un fenómeno cultural, las muestras de una estética y la posible interpretación de una música que suele ser identificada como de los sectores populares, por qué no, una expresión plebeya de las “masas”. La otra mirada, la más válida, suponemos, es la que realmente prima en los retratos individuales o grupales que Fabrykant viene llevando adelante desde finales de la década de los ochenta hasta la actualidad, es la que encuentra en esa colección de rostros y miradas de alegría o de inocencia, miradas perdidas que le esquivan a la cámara o se comprometen totalmente con la pose de estrella, retratos estrictos de una época, de un trabajo –que es una manera de vivir esa época– que parece emerger de un suspiro presente en cada imagen detenida, como si Fabrykant hubiera logrado atrapar a sus retratados en plena inspiración. “El fotógrafo tiene sus cinco minutos de gloria”, afirma Fabrykant, recorriendo lentamente la sala de la muestra, rodeado por una pared de rostros multicolores, “pero en esos cinco minutos yo tengo que lograr que la gente se sienta fantástica, como en Hollywood”.
Sentirse bien. Cada foto es un testimonio de un buen momento, aun las románticas o las que pretenden cierto tono de tragedia –como la de Mario, del Grupo Green, mirando de perfil a la cámara con un gesto más bien torvo, o la parquedad de Leo Mattioli sobre un fondo blanco que contrasta con esos anillos gigantes que acompañan cada una de las imágenes que guardamos en la memoria del León Santafesino–.
Fabrykant descansa todo su método en estudio en lograr esa comodidad que se transmite perfectamente en cada imagen y que se traslada no sólo a estas fotos del mundo de la cumbia sino también a cualquier tipo de trabajo que tenga por delante: “De repente viene alguien, un presidente de la Nación o un músico de cumbia, y viene y me dice: ‘Es la primera vez que hago fotos’”. “En estas fotos de los muchachos de la cumbia hago siempre lo mismo: si es un grupo, digo: ‘Muchachos, yo necesito saber qué tipo de cumbia es’. Puede ser algo romántico, claro, no es lo mismo la foto de Los Sultanes que las de Leo Mattioli, entonces me la cantan así nomás para calentar un poquitito, y los hago hacer cosas, les doy indicaciones. Hay gente que viene decididamente a poner la cara que ellos tienen, y yo trato de llevarlos a todos a un gesto acorde. Hay algunos que deliberadamente no quieren mirar a cámara, ¿no? Eso también queda en la foto, quizá no la que sale en la tapa del disco, pero sí en las que yo elegí para la muestra.”
Como todo buen hombre de oficio, Fabrykant es muy estricto a la hora de tomar distancia con respecto a la idea de un fotógrafo con plan, con un estudio encima y una intención un poco más teórica con respecto a lo que hace. “Esto no es un estudio de la cumbia, son las fotos de la cumbia, punto. Aunque, igual, toda fotografía es un documento. Digo, qué sé yo.”
Un poco, charlar con Fabrykant es percibir eso. Así como el color y la colección de gestos diversos acompañan todo el salón como una especie de película muda de la historia de la cumbia argentina, Fabrykant enseguida se opone a la posible idea de que detrás de eso hay una intención que va más allá del puro espectáculo visual. “¿Por qué hago fotos de cumbia?”, se pregunta Fabrykant. “Porque se dio, se dio así, las fotos servían para las tapas de disco y yo necesitaba trabajar. Pero, igualmente, me siento muy bien de haber llegado a esto, es una gran satisfacción. Esto no tiene un valor monetario, es una satisfacción que no retribuye eso. ¿Cuántas veces nos pasa esto en la vida? Muy pocas veces. Me siento muy bien de haberlo hecho.”
Silvio Fabrykant, nacido en 1945 en el barrio del Abasto, parece seguir la clásica historia de todo descendiente de inmigrantes en el territorio: primero había que cumplir con el mandato familiar y tener una profesión relativamente lucrativa; después, una vez terminado eso, sí había tiempo para los gustos personales. “Yo tengo una vida anterior en la que trabajaba como arquitecto. Hice algunas cosas interesantes, como el teatro El Nacional en 1976, que volví a hacer en 1999: el teatro se incendió y yo lo volví a reconstruir. Soy uno de los pocos arquitectos que realizó la misma obra dos veces para el mismo cliente. Pero eso lo hice como para dejar tranquila a la familia, como para decir que ya había cumplido. Ya de antes tenía el gusto de la fotografía: yo empecé a hacer fotos de chiquito, no ahora que todos tienen cámara fotográfica. En un rinconcito de mi casa me había armado una especie de laboratorio para revelar. Ya de grande, en un momento determinado, me propuse vivir de la fotografía, y entonces me pregunté ‘¿qué hago para vivir de esto?’. Me metí con la fotografía publicitaria, una fotografía por encargo en donde vos no sos creativo, sino que hacés lo que te piden.”
La pregunta era obvia: ¿qué hace una persona que declara que no entiende nada de la cumbia en este trabajo? Y con tranquilidad, como masticando un chiste, Fabrykant responde, siempre con una media sonrisa: “En un momento dado viene Jorge Guinzburg, que era amigo, y me pide una foto para Las Primas, en 1989. La foto llegó al tipo que producía a las bandas, le gustó y pidió los datos para contactarme. Me llamó por teléfono, vino a mi estudio, que está en Recoleta, y dijo que este flaco, con pinta de finoli, con los muchachos no va a andar. Y me mandó uno para probar. Y de ahí en más, hasta hace tres semanas por lo menos, que las fotos de los muchachos de la cumbia las viene sacando el flaco finoli”.
Liderada por la foto de Gilda hacia el final de la sala, las imágenes de la muestra van desde las bandas más conocidas hasta algunas que apenas habrán durado meses. “En realidad todo es una sola foto, tiene que servir para que alguien sonría mirando todo eso. Tiene que servir para que alguien del planeta Venus vea y también sonría. Hago siempre algunas fotos para mí o algunas que no entrego a la discográfica, Leader Music. De esas fotos hice la selección que está acá”, sigue comentando Fabrykant, ahora más metido en el proceso de construcción de esta especie de archivo involuntario. “Yo tampoco tengo muy claro el concepto de la muestra, pero sé que todo esto que ves acá es una foto. Tiene que tener un impacto de color importante, y ellos colaboran, en algunos casos, por el tipo de atuendo con el que se presentan, y otra cosa que tiene que tener la foto es poder mostrar una expresión. Si pudiera expresarlo en palabras sería escritor, como mi mujer, Ana María Shua, pero soy fotógrafo, qué sé yo.”
Una gran foto, entonces, que varía en expresiones y en colores, en atuendos y en miradas, armada desde la profesión y no desde la investigación: “Hace dos años, yo dije ¿qué pasaría si junto el material a ver qué sale? Ahora, tengo un lío con las fechas. Estas fotos no son las tapas de los discos, pero fueron hechas en ocasión de las tapas de los discos. Tendría que investigar, ver cuándo salió cada placa, para poder colocar la fecha, pero no me pareció relevante poner como se pone ahora que esto es una fotografía impresa en papel tal o cual con una impresora de 32 cabezales con tanto de color magenta. Esto es película fotográfica impresa en papel fotográfico. Digamos, lo que se llama científica y vulgarmente, una foto”.
Hay algo que flota en la muestra, no correspondería llamarlo un espíritu (por más que varios de los fotografiados tengan esa cosa espiritual del ídolo que ya no está entre nosotros), pero casi: todas las miradas de los retratados tienen ese relente de melancolía que parece tan propio de la fotografía, como si hubieran sido testigos de una época que se cerró, o como si hubiera algo en el futuro que los perturba, los intimida. Esas miradas están tan cual, sacadas en el mismo momento, guardadas en esas fotos que no fueron tapa y que se perdieron de entrar al mundo del mito popular. Y, un poco, Fabrykant se permite la melancolía al hablar de cómo el mundo de la fotografía manual que él aprendió a amar de chiquito está un poco desarmado, lejos de esa intención amateur que aún conserva como lo que es, un amor llano por la profesión. Ese carácter rústico tiene también su espacio: “En las fotos que están acá está el fotograma entero, no limpié nada. A mí no me costaba nada agarrar y ‘mulear’ esto, cortar acá, cortar allí... La foto estaba perfecta. Y es que también trabajaba así. En esa época yo no hacía retoques. Ahora trabajo más sobre un fondo neutro porque sé que todo va a recorte, como esta foto que ves allá de Amar Azul, que es digital, ya no es fotografía mecánica”.
Silvio Fabrykant es naturalmente de bajo perfil: cada sesión de fotos, para él, no ha tenido nada de glamour, nada de particular, pero sin embargo se le nota en la cara el buen momento que pasó en cada fotografía y declara con orgullo que el resultado, esa inmensa imagen de cientos de retratos, está lejos de convertirse en un objeto de exhibición para el amante de lo bizarro. Poder mirar todo eso desde la distancia, con la primera foto de Las Primas perdida entre ídolos como el Grupo Volcán, legendarios como Los Pasteles Verdes o trágicamente idos como Gilda, es hacer el collage de una vida que, circunstancialmente, es también la vida de muchos de los asistentes a la muestra, que parecen tararear por lo bajo al ver a tal o cual cantante o reclama, en el cuaderno de notas, la presencia de referentes que corresponden a otros géneros (como Rodrigo, ídolo del cuarteto, otro icónico).
Fabrykant se arregla la corbata, se cierra la campera y sigue mirando de costado, con la misma media sonrisa, apuntando a alguna foto que circunstancialmente le habrá llamado la atención por un gesto o algún detalle que reconoció o redescubrió en ese instante. “Todos quieren salir bien, lindos”, aclara como si se tratara de una máxima ética, de un principio laboral que lo acompaña aún hoy en cada sesión de fotos de alguna prometedora banda de cumbia que está a punto de tomar el cielo por asalto. “Todos queremos eso, y se hace lo que se puede. Y si no se puede, está el Photoshop.”
La muestra Movida y tropical: 100 + 1 fotos de la cumbia argentina se exhibe desde el 10 de julio hasta el 3 de agosto en la sala 6 del Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, con entrada libre y gratuita.
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