“La mejor película actual”, dice en off la voz de Jean-Luc Godard al final del trailer original de A bout de souffle. Cincuenta años después del estreno del film, la frase impacta menos por su vanidad que por su modestia. Plagada de iconos sesentistas (los cortes de pelo à la garçonne, los autos descapotables, las pin-ups en bikini, los anteojos Ray-ban, los paparazzi, el grabador, la velocidad, el voyou cínico), la opera prima del cineasta más genial e intransigente de la Nouvelle Vague no fue sólo un retrato descarnado y perspicaz de la época en que apareció. Fue una obra maestra del arte del siglo XX: uno de los films que más hicieron por poner al cine –criatura joven, siempre a mitad de camino entre la feria y la industria– en pie de igualdad con la música (según Stravinsky), la pintura (según Mondrian) o la literatura (según James Joyce). Godard, que no era modesto, se equivocaba: más que “la mejor película actual”, A bout de souffle era la mejor película de todas las actualidades posibles: la de 1960, que se indignó con su moral canallesca, y también la de 2010, que la ve cumplir medio siglo de vida y deslumbrar como si fuera la primera vez.
¿Cómo una película tan anclada en su tiempo puede tener hoy una vigencia tan extraordinaria? ¿Por qué todos los fetiches socioculturales de la Francia de los ‘60 lucen hoy frescos, tan sexies y tan dispuestos a ponerse de moda como cuando lo estaban? Una respuesta es que el film –a menudo acusado de desconcertante o de ilegible– supo valerse de sus insignias pop para abrirse paso lenta pero inexorablemente en una sociedad cada vez más dominada por la cultura de masas. Así, de los dos Godard –el Godard pop, warholiano, que hace mirar y hablar a cámara a sus actores y sólo cree en los géneros para serigrafiarlos; el Godard crítico, brechtiano, que apuesta a la discontinuidad narrativa y concibe cada plano como un campo de tensión y azar–, es al primero al que el film le debería la supervivencia de culto de la que hoy sigue gozando.
Pero lo genial de A bout de souffle –y quizá de todo Godard, o de lo que ya podríamos llamar el pensamiento de Godard, como se dice el pensamiento de Wittgenstein o de Freud– es que el Godard pop no existiría sin el Godard brechtiano. Como en Brecht, el secreto de A bout de souffle es la distancia: ese aire sutil, a la vez matemático y libre, que tiene que haber entre todos los elementos que componen una obra, vital para que los elementos respiren, se muevan, coincidan o entren en conflicto, pero también para que el espectador pueda hacerse un lugar entre ellos y pensarlos. Verdadero soplo vital de un artista que hoy, a los 80 años, está más vivo y más solo que nadie, ese aire entre las cosas –entre plano y contraplano, imágenes y palabras, causas y efectos– fue lo que muchos contemporáneos de A bout de souffle condenaron como una colección de errores: las continuidades fallidas, los sobresaltos de sonido, las repeticiones, las irrupciones intempestivas de música, la desarticulación del relato.
Inventor de errores: ¿puede haber elogio mayor para un artista? No para Godard, que sigue cultivando la pasión de cometerlos. La prueba: en Internet, junto al bello trailer de A bout de souffle, puede verse el avance de su última película, Film/Socialisme, realizado por Godard en persona para YouTube. Pensado para “espectadores actuales, con poco tiempo y poca paciencia”, no es un trailer sino la película entera pasada en fast forward.
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