Sin duda, uno de los escenarios fundamentales de la reciente crisis económica mundial fue la crónica de la caída anunciada de Grecia, con una política gubernamental de falsificación de datos de la deuda, la necesidad de préstamos externos impagables y otras formas de desesperación que abismaron una serie de conflictos sociales para reclamar algo de justicia frente a una conducta estatal de hipocresía sustentada en años de malas praxis. Un lugar común dicta que las personas se reinventan en las crisis profundas, y ese mismo fue el caso de Costas Zapas, ateniense que empezó el nuevo milenio como escritor, publicando su primera novela en 2001, pero siguió su carrera como cineasta hasta lograr no solo que sus películas recorrieran importantes festivales de cine, sino también consiguió que la compañía de Lars von Trier decidiese producir en 2008 el cierre de su Trilogía de la familia. Para seguir su lógica de reinvención, la cuarta película de Zapas, realizada tras las crisis de los últimos dos años en Grecia, se vuelve una suerte de protesta punk, desde un microcosmos expansivo, de la situación política del país. Este cuarto opus es la veta más explosiva de la flamante Nueva Ola del cine griego, y estalla para recuperar parte del poder políticamente desestabilizador que tenía el movimiento queer que germinó en la crisis del sida del período reaganeano en Estados Unidos. Todo el amor y la furia que tuvieron lxs cineastas que salieron a filmar el lado B de la sexualidad no hegemónica a principios de los ‘90, parece resucitar de una manera paradójica en The Rebellion of Red Maria, porque la película tiene todo el aspecto de ser un delirio improvisado, un registro de un informal devenir del éxtasis físico de sus dos personajes centrales. La María Roja del título, una travesti à la Copi, con abanico, perlas y capelina, que levanta al Boy, anónimo chongo lumpen y exhibicionista, de esos reos que insistentemente escupen y se soban el paquete como gesto falocéntrico literal de teatralidad callejera. Este dúo, protagonista excluyente, es una suerte de dupla criminal que ejecuta algunos rituales erotómanos aberrantes, como una venganza serial contra toda ideología opresora, algo muy cercano del post porno del último Bruce LaBruce con su cine zombie, con la lubricación gore incluida. Por ejemplo, el dúo se carga a cuchillazos un paramilitar con una esvástica tatuada en el tobillo, que había apaleado con un garrote al Boy, pero también roban a espectadores típicos de pub gay que ejecutan su voyeurismo moral, testigos apáticos del espectáculo de lo raro, contemplando con esa distancia asquerosa para marcar su ajenidad. En una Grecia en bancarrota, la película es un viaje a las locaciones despobladas menos pintorescas de la Atenas actual: un puerto de containers monstruosos, subterráneos pasillos mugrosos, teteras anónimas, sótanos como pubs de modernidad de cartón piedra. Todo cruzado por la violencia de la desesperanza de los protagonistas, en busca de sustento, desplazados por la economía, tanto la del circuito glbt oficial como de un refugio en cualquier forma cultural asimilado al sistema de la Eurozona neoliberal. Hay bastante de grito primario ininterrumpido, subrayado con el nervio de una cámara en mano que no encuentra centro para sus desencuadres. Hay un poster de Lenin en la pared del departamento asfixiante de María Roja, donde pronto la bandera del líder ruso se homologa al color de la sangre derramada. Hay escenas de sexo bestial, de una animalidad descontrolada en clave de pornografía amateur, donde aunque la película parece patentar ansia de salvajismo errante sin rumbo, también muestra su grito desesperado de pertenecer a una cierta tradición del cine queer rupturista, donde debería incluirse al orgiástico banquete de Jack Smith, el erotismo recio de Russ Meyer, la escatología cómica y tribal del primer John Waters, la performance informalista de las superestrellas warholianas, la marginalidad aventurera de Gregg Araki, especialmente de su ópera prima, The Living End (1991), con la que comparte el espíritu subversivo, políticamente molesto del abuso de la violencia y del sexo. Puede que The Rebellion of Red Maria no tenga toda la onda de este catálogo de anarquistas queer, pero como gota de una Nueva Ola puede derivar en tsunami.
The Rebellion of Red Maria y Minor Freedoms, ambas dirigidas por Costas Zapas, se exhiben en el foco “Grecia: filmar en tiempo de crisis” del próximo Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, del 5 al 13 de noviembre. Más información: www.mardelplatafilmfest.com
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