Cansadas de ver que la bisexualidad en el cine suele relacionarse con el carácter perverso de un personaje (recordemos a Sharon Stone en Bajos instintos, el malísimo remake hollywoodense Juegos sexuales o, incluso, esa saga taquillera que fue Criaturas salvajes), hartas de que nos digan que los triángulos amorosos vehiculizan lo peor del heterosexismo (no recomendamos ver Los 3 ni Castillos de cartón), indignadas al saber que los personajes bisexuales deben morir para que su “secreto” salga a la luz (dos películas, a pesar de todo, interesantes: El hada ignorante y Días de pasión) o, peor aún, que si su secreto sale a luz será castigado con la muerte de alguien querido (El cumpleaños es un ejemplo. En Chloe y Contracorriente quien muere es el tercero en discordia, por supuesto), agotadas de saber que para ser bisexual no sólo no hay que parar de coger sino que tampoco hay que repetir compañerx de cama (y si no vean Shortbus o La memoria de los peces), buceamos en un océano de películas de las últimas dos décadas para ver si encontrábamos algún espejo que no deformase tanto y que representase la bisexualidad en su diversidad. Les presentamos, entonces, seis películas elegidas para respirar el bi-erotismo más intrépido –aunque nos gustaría que lo fuera todavía más– de la pantalla grande. Seis maneras diversas de pensar las bisexualidades: ni perversas, ni heteromachistas, ni morbosas, ni indignas, ni máquinas sexuales. Más bien cartografías que exceden el acto sexual para devenir bi-potencias desestabilizadoras de sentidos hegemónicos y de prácticas preestablecidas.
Daniela es una chica bisexual de 17 años con dos problemitas con los que lidiar: tiene el “choro” en llamas y es miembro de una conservadora familia evangelista. El único escape posible es una bitácora 2.0 en la que relata la vida que realmente elige a cambio de la que le imponen sus padres. A pesar de todo no logran doblegar a esta valiente joven que entre zarpes varios declara: “La virginidad se pierde por partes y debe ser difícil perderla del todo”. Sin embargo, no dejará de intentarlo. Con chico y con chica a la vez, pero no mezclados. Daniela es una tímida audaz que evade el control materno para revolcarse alternadamente con amante hombre y amante mujer y contarlo a sus seguidores, ávidos de relatos desprejuiciados frente al dogmatismo rancio de los adultos. Atípica por donde se la mire, Joven y alocada viene siendo un fenómeno que atravesó Internet, llenó salas y arrasó con premios en festivales. La ópera prima de la chilena Marialy Rivas, basada en un blog, es una joyita para los sentidos que se hace cargo del lenguaje de las tecnologías digitales en lo narrativo y en la factura visual, que ya fuera definida en este suplemento como “un collage organizado desde la lógica del pensamiento en hipervínculos”.
Pese a que no fue muy bien recibida por la crítica a nosotras nos gusta. Es un poco pochoclera, sí, y sencilla, también. Pero lo cierto es que recrea una trama que devela la complejidad de las relaciones sexoafectivas en el marco de una juventud occidental que lucha por desprenderse de los mandatos de las hétero y las mononormas. La película del español Xavier Villaverde cuenta la historia de una pareja de estudiantes (Bruno y Carla) que conviven felizmente en Barcelona hasta que irrumpe en sus vidas Rai, un joven breaker bisexual –totalmente apetitoso–. Como era de prever: seduce y curte con ambos (no hay acá miedo a la homosexualidad: las reglas son claras desde el principio). Rai hará poner en el tapete las normas vigentes sobre el amor romántico, la monogamia obligatoria, la infidelidad, los celos y las libertades individuales. Más allá de la falta de elipsis que deje algo librado a la imaginación del espectador, lejos de alimentar el prejuicio de la “hipersexualidad” del todxs con todxs, el acto carnal cobra sentido en tanto registro visual y festivo de la concreción de las pasiones y los enganches irrefrenables. Pero, además, sin dudas, abre la puerta, a la posibilidad de representación de nuevos imaginarios.
Escena primera: plano cerrado de conchas, culos, piernas y voces en un vestuario. Del controvertido Laurent Bouhnik, este film cruza historias de amor y erotismo que convergen en la figura de Cecile: una joven bisexual veinteañera que da cuerpo a la fluidez del deseo. En el contexto de una Francia menoscabada por la crisis económica y la falta de empleo, Cecile, tras la muerte de su padre, busca consuelo en pilas de encuentros sexuales (el límite entre la pornografía y el erotismo es, tal vez, la poesía) que, dadivosos, procuran satisfacer fantasías propias y ajenas. Alice, incomprendida por sus padres represivos, sueña con vivir el romance perfecto con un novio que no piensa serle fiel. Mientras que Virginia ama a su marido pero busca alternativas al tedio conyugal incorporando a una mujer a la pareja. Tres radiografías que confluyen en la búsqueda del Deseo con mayúscula y de los deseos individuales de enamorarse, de lograr la estabilidad económica y de desprenderse de los tabúes sexuales dominantes. Tras la representación de la pasión carnal desenfrenada y el guiño de quien diferencia el sexo del corazón, resuena una dedicatoria: “A todos aquellos que todavía creen que el amor significa algo”. Aviso: probablemente acabes varias veces durante la primera mitad de la película. Pero, si llegas al final, es posible que te resulte tan reiterativa como polémica.
La trama es parecida a la anterior: el tono, el ritmo y la reflexión, no. Dirigida por el talentoso creador de Corre, Lola, corre, Tres asume el desafío de romper con el modelo de pareja monogámica para meterse en un terreno poco visto en la pantalla grande en cuanto a tríos amorosos se trata. La película de Tom Tykwer narra la historia de una pareja de cuarentones berlineses (Hanna y Simon), quienes a modo de desviarse de la rutina conyugal y laboral, y manteniendo el secreto el unx del otrx (esa hipocresía hétero que ya no sorprende), inician una relación amorosa con el mismo hombre –si hay casualidades, ésta lo es–, un encantador biólogo bisexual más joven que ellos (Adam). Vale decir que las escenas en la pileta, entre Adam y Simon, son para relamerse. El enredo triádico se resuelve de modo sencillo: deciden estar lxs tres juntxs y vivir su pasión sin condiciones. Un melodrama aplacado con guiños cinematográficos (elipsis y múltiples pantallas) que invita al espectador a “abandonar las ideas deterministas de la biología” y habilita la reflexión sobre otros modos de redes sexoafectivas como son el poliamor y las maternidades/paternidades alternativas.
Dirigida por Philip Kaufman, Henry y June está basada en la relación que tuvieron dos de los escritores más polémicos del siglo XX, Henry Miller y Anaïs Nin, que se conocieron mientras Miller escribía Trópico de cáncer y Anaïs chocaba contra los límites de un matrimonio demasiado convencional pero amoroso, del que escribiría: “Nada de lo que vivo fuera del círculo de nuestro amor lo altera ni lo disminuye. Al contrario, lo amo más porque lo amo sin hipocresía”. Anaïs, protagonizada por la deliciosa María de Medeiros, se sentirá atraída por Henry pero, para su deleite, la llegada de June Mansfield, esposa del escritor, captura por completo su atención (la entrada triunfal de Uma Thurman como June es una de las perlitas del film). Enamorada de su esposo, encandilada por Henry y por June y poco dispuesta a elegir entre una experiencia y la otra, Anaïs se lanza a vivirlas ambas, sumando su vínculo marital, que reflorece –como su escritura y sus fantasías– ante el nuevo escenario erótico que se despliega. La conyugalidad y la extraconyugalidad entretejen la historia, enhebradas también en el vínculo intelectual que ambxs escritorxs comparten. Vida ajetreada, la de la poliamorosa Anaïs Nin, acorde con la profética advertencia que le hace su primo: “Ten cuidado Anaïs, los placeres anormales matan el gusto por el placer normal”. Lo que no podemos evitar preguntarnos es: ¿cuál de los placeres es el anormal?, ¿el que coarta o el que libera?
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