“Lo primero que se ve son cuerpos”, escribe Néstor Perlongher como apertura de su ensayo Matan a una marica, de 1988, en el que denuncia una serie de eventos homofóbicos, y que cierra con su famosa expresión, hoy recordada de memoria y vuelta frase de programa militante: “Tal vez al matar a una loca se asesine a un devenir mujer del hombre”. La investigación de Irina Garbatzky (Rosario, 1980) es la contracara o reverso exacto de ese ensayo de Perlongher, como si la voz de la tía-bruja la hubiese guiado secretamente o hubiese estado soplándole al oído de Irina. Es que en Los ochenta recienvivos. Poesía y performance en el Río de la Plata (Rosario, Beatriz Viterbo, 2013) lo primero que se ve, también, son cuerpos, pero no muertos, no asesinados, sino vueltos a poner en escena desbordados de vitalidad: las “locas” que integran el foco del trabajo de Garbatzky han sobrevivido y las puestas de sus cuerpos se articulan, entre la teatralidad y la voz, con un acto de resistencia, posiblemente no calculado y por eso mismo de una potencia desenfrenada e imprevisible, que abre –que deja abierta– una presencia que ya nunca más será devuelta a las catacumbas, a la desaparición o al closet, en suma, a la invisibilidad y la ausencia. Es, también, el otro lado de lo que Perlongher está viendo y escribiendo en su ensayo por esos mismos años, porque mientras que, por un lado, el fachismo-machismo seguía matando maricas, las brigadas de moralidad haciendo de las suyas y el heterosexismo poniéndoles candados a sus culos, por otro, los cuerpos que ve Irina Garbatzky están planteando una reformulación política del cuerpo e inventándole otros imaginarios: ya no olor a muerte sino pura alegría, gozo y exceso vital. Por eso, entre poesía y política, y mediante formas de la teatralidad, los cuerpos de estos performers (Batato Barea, Roberto Echavarren, Marosa di Giorgio y Emeterio Cerro) pudieron “devenir mujer” o loca, pero también títere, travesti, andrógino. Son los cuerpos que, a su manera y en su inflexión, (nos) abrieron una vida nueva posible, más acá o más allá de la cultura oficial, las identidades fijas, el Estado, las instituciones literarias consagradas, etcétera. Porque en este sentido, y aun teniendo en cuenta la paradójica “presencia” evanescente de la performance, de su resistencia a lo perdurable del registro, esta poesía en acción –su puesta en acto– rápidamente quiere responder a las preguntas de su presente, y es por eso que “se trata de intentar que esa acción se transforme en modos de aparición del cuerpo”: de allí su acontecimiento.
Irina Garbatzky ha escrito un libro necesario, que me arriesgo a pronosticar que se convertirá en imprescindible. Porque además de intervenir de manera directa en la discusión sobre los límites de la literatura (en su caso, cómo puede aparecer lo poético en formas de la teatralidad y la vocalidad, pero sobre todo de qué modo puede pasar la literatura por el cuerpo), digo, además de eso, configura un mapa cultural cuyo valor político va de suyo: lo que emergió con las post-dictaduras y transiciones democráticas en la Argentina y Uruguay que, en línea discontinua con las experimentaciones de los años ’60 puso en escena “una serie de procesos –escribe la autora– de visibilización de corporalidades, minorías y acciones públicas vinculadas de distintos modos con la teatralidad”. De allí que estas performances se arrojaron sobre el presente “en tensión con un entorno conflictivo, normativo y autoritario, homogeneizador de identidades y de cuerpos”, y lo hicieron “desde el tono refundacional y reconstructivo de la cultura y sus espacios de producción”. Así, ni demolieron completamente el pasado, ni proyectaron una utopía ideal sobre el futuro: más bien sus acciones se entregaron a la resistencia del presente, y con ese gesto lo reinventaron. Un sentido político que también se advierte en las voces siniestras que retornan y cuya escucha es perturbadora: desalojadas y desubicadas, estas voces ya no vienen a construir una identidad representativa (nacional, sexogenérica y educada) tal como las hubiese querido el disciplinamiento declamatorio de principios de siglo.
La cartografía que diseña Garbatzky, además, se asienta siempre en sitios móviles, descentrados, procesuales, como mimando su propio objeto, pero también porque se lo exige el propio nomadismo de los cuerpos que está tratando de asir: entre los viajes, los exilios (sobre todo sexuales), los “insilios” y trayectos varios, lo que emerge es un espacio cultural pero que, lejos de la prolija solidez del “campo”, se define más bien por su intermitencia y por su extraterritorialidad, y por supuesto que menos que por su centralidad se caracteriza por su borde o su margen. Lo “paracultural”, entonces, da cuenta de las derivas y los pasajes con los que los artistas rioplatenses estudiados dieron forma a sus vidas y a sus obras, así como también a su circulación simbólica (casi siempre autogestiva), vinculándose con diversos modos del underground (o “engrudo”, como lo traduce Fernando Noy) y las lógicas contraculturales.
De allí a pensar las formas-de-vida que se afirman en estas acciones poéticas, o en la continuidad entre vida y obra, hay sólo un paso, y Garbatzky lo da. Sobre todo por el concepto mismo de performance poética como obra-vivencia. Nos encontramos con vidas que continúan una obra por definición abierta y obras que se sostienen en corporalidades vivientes; otra vez, “lo que vemos” son cuerpos: “Lo que en estas performances poéticas resiste son las preguntas referentes al cuerpo; su exposición, su coherencia con los modos de vida, sus peligros y debilidades, su posibilidad de volverse objeto artístico”.
No veo inconveniente con que Los ochenta recienvivos... haga serie con dos libros magistrales que reconstruyen críticamente un mapa de cuerpos entre el disciplinamiento y la resistencia: pienso en Médicos, maleantes y maricas, de Jorge Salessi, y en Fiestas, baños y exilios, de Flavio Rapisardi y Alejandro Modarelli. (El primero de ellos también publicado por Beatriz Viterbo, en 1995, lo que exhibe la importancia de esta editorial en la difusión de estudios sobre sexualidades y géneros desde épocas en las que era una aventura publicarlos en la Argentina.) El libro de Garbatzky es la ampliación académica de dos magníficos breves textos sobre los años ’80 en los cuales está todo, pero concentrado: “La generación del ’80” de María Moreno y “La alegría como estrategia” de Roberto Jacoby. Sería posible pensar a Los ochenta recienvivos... como una apertura estimulante para investigaciones que vendrán: por ejemplo, formas-de-vida asociadas a la contracultura del rock y el modo en que tal vez han reconfigurado un imaginario corporal. Aclaro, de paso, que si bien he subrayado sobre todo su aporte sexogenérico, lejos está de reducirse este libro sólo a esa perspectiva, puesto que sus intervenciones específicas sobre poesía, teatro, vanguardia y teoría de la performance también son fundamentales.
Son extensas las consideraciones que la autora realiza sobre la resistencia al archivo de las performances –su desmaterizalización y su ausencia–, motivo por el cual apunta a la construcción de un repertorio. Sobre el final, Garbatzky anota un deseo: “Que este trabajo contribuya a la construcción de posibles archivos sobre la relación entre teatro, vocalidad, poesía y performance en las transiciones democráticas del Cono Sur”. Ya logra su aspiración: no sólo por el modo en que el libro mismo se presenta como un auténtico archivo, antes que un estático museo, sino por el gesto de la autora de compartir los materiales hallados durante la investigación: uno es el “Anexo”, con entrevistas a César Aira, Fernando Noy, Roberto Echavarren, Claudia Schvartz, Nidia Di Giorgio y Luis Bravo, entre otrxs; otro es el sitio de “Fiesta E-diciones”, el proyecto editorial de e-books, recientemente estrenado. Allí se encuentra la sección “Papel picado. Archivo mutante de performance y literatura” (www.fiestaediciones.com.ar/reservados /los-ochenta-recienvivos-poesia-y-performance-en-el-rio-de-la-plata/) en el cual se aloja la versión multimedia del libro con registros de Batato, Echavarren, Marosa y Emeterio Cerro, hasta ahora inaccesibles. Garbatzky ha puesto ante nosotrxs un archivo: ojalá nunca se cierre.
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