En las colinas soleadas de Andalucía, donde florecen los naranjos y maduran los olivares, se abre una ruta que sigue los pasos de Federico García Lorca, poeta granadino pero universal, que hizo del flamenco una bandera y de la copla un emblema de toda la poesía española. Esta ruta abre una vena lírica en una tierra de increíble diversidad, que abarca playas mediterráneas de vegetación subtropical, pistas blancas sobre las pendientes de la Sierra Nevada y arabescos morunos de cándida belleza en los bajorrelieves de la Alhambra. Y entre todo ello se levantan la figura y la voz de Federico, nacido y muerto en Granada, el lugar donde prometió ser “tierra y flores” y tuvo su “primer ensueño de lejanía”.
FUENTE VAQUEROS La ruta lorquiana empieza en la casa natal del poeta, en el pueblo de Fuente Vaqueros, donde nació el 5 de junio de 1898, hijo del hacendado Federico García Rodríguez y de una maestra, Vicenta Lorca Romero, que lo inició en las letras sin imaginar la proyección que alcanzaría Federico como una de las mayores voces del siglo XX. Si hoy la mitad de lo que hay para ver en Fuente Vaqueros son iglesias, incluyendo aquella en cuya pila bautismal fue bautizado el poeta, la otra mitad es lo relacionado con su vida: su casa natal, el teatro, el centro de estudios que lleva su nombre. Hoy, como ayer, “por todas partes cantan las acequias y crecen los altos chopos, donde el viento hace sonar sus músicas suaves en el verano. En su corazón tiene una fuente que mana sin cesar y por encima de sus tejados asoman las montañas azules de la vega...”.
La casa de la familia García Lorca en Fuente Vaqueros, una típica casa de labranza de la región, fue transformada en museo –siguiendo en parte los consejos de algunos ancianos que la habían conocido décadas atrás– y reconstruye con la mayor fidelidad posible el ambiente de la infancia del poeta, aquellos años en que el Federico niño comenzó a captar la poesía y el sentimiento del lenguaje popular, el ritmo del verso y la profundidad de su expresión volcada sobre una apariencia ligera. La recorrida invita a recordar sus palabras: “Las emociones de la infancia están en mí, yo no he salido de ellas”. La colección del interior incluye libros, el piano de Federico, fotografías, primeras ediciones autografiadas, dibujos y correspondencia, repartidos entre el salón, el dormitorio de los padres y la habitación de García Lorca cuando niño.
Naturalmente, no sólo llegan hasta aquí aficionados a la obra lorquiana, sino también estudiosos de todo el mundo en busca de consultar el Archivo Histórico, contiguo a la casa, que guarda numerosos textos, documentos sonoros y visuales. La principal conmemoración se realiza cada año en junio, cuando se celebra el aniversario de su nacimiento. Ver el entorno donde creció Federico, la vega granadina y las aguas del río Genil, los paisajes de huertas, frutales y álamos, es como un viaje hacia los comienzos de su obra, hacia los orígenes de su musicalidad. Luego, se está listo para emprender el segundo paso de la ruta lorquiana, en la Huerta de San Vicente.
LA CASA DE VERANO Bodas de sangre, Poema del cante jondo, Romancero gitano: son algunas de las más célebres obras de Federico García Lorca, escritas en la Huerta de San Vicente, residencia veraniega de la familia entre 1926 y 1936 y hoy también transformada en un museo donde el tiempo parece haberse detenido en el momento mismo en que sonaron los disparos del fusilamiento. La casa se abrió al público en 1995, con los muebles y cuadros que tenía cuando fue comprada por el ayuntamiento de Granada: gracias a algunas fotografías de los años en que residió García Lorca y otros documentos familiares, se puede comprobar que el escritorio del poeta, el piano, las sillas y otros muebles son los originales, en tanto muchos otros de los objetos pertenecieron a la familia o a otros ocupantes de la actual casa-museo.
La visita, que dura aproximadamente treinta minutos, se realiza siempre acompañados por un guía, que ofrece el contexto histórico de la casa, pero sobre todo la evocación de la herencia de Federico García Lorca. Cada episodio parece cobrar vida, a medida que se pasa por el comedor, la cocina, el dormitorio del poeta, el recibidor o la sala del piano, donde se exhiben obras originales de Salvador Dalí y otros artistas. En la planta alta, un espacio de exposición especial muestra dibujos, manuscritos y fotografías originales del poeta granadino, cedidos por la fundación que lleva su nombre. Los responsables de la Huerta de San Vicente precisan que muchas de las obras que decoran la casa, si bien probablemente no estuvieron en el período 1926-1936, tienen una profunda vinculación con Lorca porque son obras suyas, o bien regaladas por los artistas plásticos que fueron sus amigos: de este modo, trazan un itinerario que va desde su relación con Manuel de Falla hasta su amistad con Rafael Alberti, los plásticos del Grupo de Barcelona o Salvador Dalí. Las ventanas de la casa, abiertas hacia las magníficas vistas de la Sierra Nevada y de la Alhambra, ofrecen también la ilusión de abrir una ventana en el tiempo, hacia aquellos años ya remotos que aún viven intensamente en la poesía de Federico, cuando escribía: “Los montes lejanos surgen con ondulaciones suaves de reptil. Las transparencias infinitamente cristalinas lo muestran todo en su mate esplendor. Las umbrías tienen noche en sus marañas y la ciudad va despojándose de sus velos perezosamente, dejando ver sus cúpulas y sus torres antiguas iluminadas por una luz suavemente dorada”.
LA HUELLA DE VALDERRUBIO La tercera casa-museo de Lorca se encuentra en Valderrubio, pueblo que tiene hoy día un nombre mucho más agradable que el original, Asquerosa, el que conoció el poeta y que le fue cambiado en 1941. Allí pasó varios años de su infancia tras mudarse de Fuente Vaqueros, en 1907, y allí mismo regresó varias veces a lo largo de los años, para visitar la casa y para recorrer los alrededores, sobre todo la Fuente de la Teja y el apeadero ferroviario de San Pascual (se cuenta que allí pedía Federico que se le enviara la correspondencia, para evitar la vergüenza de dar la dirección verdadera, dado el poco eufónico nombre del pueblo). En algunas cartas, se refiere al lugar como “la vega de Zujaira”, por los mismos motivos, ya que su fino oído de poeta no podía seguramente resignarse al nombre de Asquerosa.
La casa de Bernarda Alba, La zapatera prodigiosa, Doña Rosita la soltera y Yerma son algunas de las obras inspiradas durante sus vivencias en el lugar: se recuerda incluso que los Alba eran vecinos de los García Lorca (su casa también se conserva), aunque no se sabe si de haber vivido y podido dar los últimos toques a su obra el nombre original de los personajes no habría sido cambiado. En sus recuerdos, Isabel García Lorca, hermana del poeta, atribuye también el origen de la poesía juvenil lorquiana a sus años en Valderrubio. Hoy el museo lorquiano, preñado de recuerdos, se presenta como la típica casa de principios del siglo XX y recrea en sus diferentes espacios cada aspecto de la vida cotidiana, tal fue como fue y como la recuerda la fuerte tradición oral local. Pero más allá de la casa, es el pueblo mismo, con sus casas blancas brillando bajo el cielo andaluz, rodeado de huertos y tierras de labranza, lo que revive el ambiente de los primeros años del siglo, aquellos que García Lorca evocaba así: “Mis más lejanos recuerdos de niño tienen sabor de tierra. Los bichos de la tierra, los animales, las gentes campesinas tienen sugestiones que llegan a muy pocos. Yo las capto ahora con el mismo espíritu de mis años infantiles. De lo contrario, no hubiera podido escribir Bodas de sangre”.
EL BARRANCO DE ALFACAR Apenas 38 años tenía Federico García Lorca la noche en que la barbarie de la guerra puso fin a sus versos en un barranco de Alfacar, pueblo que fuera famoso por sus aguas y sus molinos, y que el azar de la historia transformó en escenario del último acto de la vida del poeta. Siglos atrás, la riqueza de las aguas de Alfacar había incitado a los reyes ziríes a instalar aquí uno de sus recreos y ampliar las antiguas canalizaciones romanas; hoy se visita en la parte alta del municipio la Fuente Grande o de Aynadamar, donde quedan todavía los cimientos de antiguos palacios, mezquitas y fortificaciones.
En un barranco entre Alfacar y Víznar, cerca de Aynadamar, cuyo nombre significa “fuente de las lágrimas”, fue fusilado Federico García Lorca, el 18 de agosto de 1936. Su cuerpo fue a dar a una fosa común, en alguna parte que no se conoce con exactitud y que en estos días precisamente está siendo objeto de nuevas búsquedas: búsquedas ante las cuales las autoridades de Granada afirman que prefieren “respetar todas las sensibilidades”. Esta parte de la historia es aún un capítulo abierto. Entretanto, en 1986 –al cumplirse medio siglo de la ejecución del poeta– se inauguró en el lugar de su muerte un parque que domina la sierra de Alfaguara, matizado con versos de García Lorca y con un monumento conmemorativo junto al olivo donde se cree que fue asesinado. Este es el punto final de la ruta, que concluye donde empieza, en Granada, a la sombra de la Alhambra y de la Sierra Nevada, donde nacieron y perduran los caminos de Federico.
Hablar de Granada es hablar de la Alhambra, esa maravilla del legado musulmán en España cuya armonía y delicadeza lo convierten en el monumento más visitado del país. La Alhambra, que fascinó a Washington Irving e inspiró sus famosos cuentos, se levanta sobre la colina de la Sabika, con el telón de fondo de la Sierra Nevada. Construida a partir del siglo IX, la obra se terminó en el XIV y pasó a manos cristianas en 1492, año del descubrimiento de América y de la unificación definitiva de España bajo el mando de los Reyes Católicos. El paso de los siglos no ha hecho sino realzar la extraordinaria belleza del conjunto palaciego, sus patios, sus fuentes, las salas de sugestivos nombres –los Mozárabes, las Dos Hermanas, los Abencerrajes– y los increíbles arabescos tallados en los blancos muros, como inmunes al tiempo y a la historia.
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