La noche es un desconcertante amanecer. El reloj señala las doce, pero una pálida luz nace del cielo sin proyectar sombras. Los faroles de las plazas están apagados, aunque teóricamente es de noche, pero es posible leer un libro sin ayuda de luz artificial. Son las “noches blancas” de verano en San Petersburgo, cuando durante todo el mes de junio el sol permanece apenas oculto bajo la línea del horizonte, cerca del Círculo Polar Artico.
La noche luminosa es ideal para recorrer el simétrico trazado de una San Petersburgo adormecida, en la que destellan las fulgurosas cúpulas de oro rematadas en aguja de la catedral bizantina de San Isaac, que contrastan con la suave luz que refleja el río Neva. El tímido murmullo del agua se oye con nitidez en el silencio de una ciudad con las calles desiertas que revela su carácter pomposo ante la primera mirada.
San Petersburgo tiene algo de París, con sus numerosos bulevares y palacios renacentistas. La avenida Perspectiva Nevsky equivale a los Campos Elíseos; el museo Ermitage se parece al Louvre, y el Gran Palacio de Petrodvorets, con sus jardines acuáticos, rivaliza con el de Versalles. A la ciudad también la llaman “la Venecia del Norte”, debido a los 300 kilómetros de canales que la surcan en toda su extensión, con malecones de granito unidos por puentes con estatuas ecuestres. Pero hay una gran diferencia: “la Venecia del Norte” es diez veces mayor que la del Sur.
Las reminiscencias parisinas y venecianas se conjugan con un presuntuoso estilo arquitectónico similar al de Viena y Estocolmo. Y esto es así porque San Petersburgo les debe su brillo a los mejores arquitectos europeos del siglo XVIII que, junto con unos 800 artistas y artesanos, contrató Pedro el Grande (1672-1725) para hacer de la ciudad una “ventana hacia Europa”. Ya avanzado el siglo XIX, la burguesía rusa continuó edificando San Petersburgo, que se mantuvo durante 200 años como la esplendorosa capital del imperio zarista. Aun hoy, su centro histórico recientemente restaurado mantiene el encanto de las grandes ciudades de los siglos XVIII y XIX... sin dudas, una de las más hermosas de Europa.
El área entre el famoso Palacio de Invierno y el Almirantazgo es el corazón de San Petersburgo; y la Perpectiva Nevsky, su arteria principal. El extremo sur de la Plaza del Palacio –la mayor de la ciudad– está encerrado por el edificio semicircular del Almirantazgo, de fachada blanco-amarilla. En el otro extremo relucen la ornamentación rococó y los colores verde y blanco del Palacio de Invierno (hoy alberga el museo Ermitage). Este era el centro neurálgico desde el cual se sellaba el destino del vasto imperio ruso, y fue justamente en esta plaza donde aconteció el Domingo Sangriento del 9 de enero de 1905, cuando las tropas de Nicolás II masacraron a la población hambrienta.
Junto al Almirantazgo nace la Perspectiva Nevsky, una avenida de 4,5 kilómetros de largo y 60 metros de ancho en algunas partes. Al recorrerla se pasa frente a numerosos palacios y añejos teatros, la gran columnata de la Catedral de Kazan, y una gran plaza dominada por la estatua de Catalina la Grande, rodeada de sus numerosos amantes. En esta avenida tuvieron sus residencias Gogol, Tchaicovski, Nijinski, Rimsky-Korsakov y Dostoievski (su casa es actualmente un museo).
La Perspectiva Nevsky es un buen lugar para palpar el pulso de la ciudad, en especial durante las “noches blancas”. A pesar de tener una excelente red de transporte público, los habitantes de San Petersburgo son grandes caminadores. La armonía estética de toda la ciudad y los grandes espacios verdes invitan a todo el mundo a recorrer el espacio público. Las veredas son muy anchas y arboladas, y la gente camina a paso tranquilo, a veces en grupos de amigos que conversan amablemente.
Aunque suene increíble, aún surcan la ciudad numerosos tranvías y trolebuses dobles (unidos por un fuelle) pero el subterráneo es el medio que merece la mayor atención. Es una verdadera joya arquitectónica que cruza el río Neva por debajo, y las paredes de las estaciones están decoradas con maravillosos murales y esculturas de artistas famosos. El metro de San Petersburgo es lujoso y elegante, pero lo más llamativo son sus grandes dimensiones. Fue pensado como refugio antiaéreo, pero además debió construirse a gran profundidad debido a la humedad del terreno. Las empinadas escaleras mecánicas miden hasta 80 metros de largo y a veces hay que bajar tres secciones para llegar al andén. La gran mayoría de los pasajeros lee libros durante el trayecto e incluso al bajar las escaleras mecánicas.
Nada ilustra mejor la opulencia ilimitada que rodeaba la vida cortesana de los zares, que los palacios y jardines de los alrededores de San Petersburgo. Son varias residencias (cada integrante de la familia real necesitaba una), pero alcanza con describir una sola –la de Petrodvorets– para tener una idea acabada de la riqueza imperial. Fue diseñada personalmente por Pedro el Grande con el anhelo de eclipsar los jardines de Versalles, y abarca un área de mil hectáreas. Posee siete gigantescos jardines decorados con fuentes, y más de veinte palacios y pabellones. Es al mismo tiempo el mayor jardín acuático del mundo, con 64 fuentes que caen en cascada simultánea y desembocan por una “Avenida de Agua” directamente en la costa báltica, sobre el Golfo de Finlandia. Algunas fuentes de la “Gran Cascada” son de mármol, otras tienen forma de dragón, y la más famosa ostenta una escultura de bronce diseñada por el artista Rastrelli en 1735, con la imagen de Sansón lacerando la boca de un león.
Primero fue San Petersburgo, luego Petrogrado y después Leningrado. Ahora es San Petersburgo otra vez, pero el nombre importa poco, ya que es la arquitectura la que mejor habla por la ciudad, la que relata su historia. Todavía perduran partes de algunos viejos barrios obreros donde transcurría la vida de personajes de Dostoievski (“los insultados y los olvidados”), que vivían hacinados en casas sin ventilación muy pegadas una a la otra, a lo largo de lóbregas callejuelas. En la Perspectiva Nevsky aún queda un viejo cartel de la Segunda Guerra que advierte: “Ciudadanos, este lado de la calle es más peligroso durante los bombardeos”. En los barrios suburbanos proliferan los fríos monoblocks rusos que le adicionó la etapa comunista a la ciudad. Sin embargo, lo que verdaderamente asombra en San Petersburgo es el esplendor desmedido del que hacía alarde la autocracia zarista, reflejado en la arquitectura de sus palacios. Con sólo observar una parte de tal derroche de lujo, alcanza para imaginar los acentuados contrastes de la época, y entender por qué –con tanta naturalidad y casi sin derramamiento de sangre– los obreros de San Petersburgo asaltaron el Palacio de Invierno el 25 de octubre de 1917; un episodio que cambió la historia del mundo.
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