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Verano12|Martes, 23 de enero de 2007

Olga Orozco X Marta Dillon

20 años en el espejo: Los reportajes de Página/12 que testimonian dos décadas de la cultura, la sociedad y la política argentinas

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Publicado el 28 de mayo de 1999

Ahora, cuando siente que su “nariz respira demasiado cerca de la última pared” no dice que ella misma fue una migrante clandestina en el condado de la muerte. ¿Acaso no son los muertos los que se reúnen con su Dios? ¿No es a él a quien la poeta interroga? “De todas las definiciones de la poesía que he buscado en mi vida me quedo con una: es la tentativa de apremiar a Dios para que hable”, dice Olga Orozco, un nombre y un apellido que en su boca producen un eco de cavernas que acaricia cada o, la música perfecta de sus poemas. Un tono que delata largas batallas con la vida, tensando los límites, siguiendo el impulso de flecha de las palabras. Con ellas viajó más allá, las ordenó en versos como convoyes que la llevaron a “un trasmundo, desde este costado y sin pasar por la puerta, es decir, sin morirme. Son poemas muy desesperados donde está muy patente la presencia de una ausencia, un Dios oculto que de pronto se muestra en un matiz mínimo, como un relámpago. Siempre inaprensible porque tengo que desaparecer para captarlo, yo misma estoy tapando con mi propio cuerpo la posibilidad de la fisura para intentarlo”. Y allí está la mujer de voz grave y ojos profundos como lagunas de montaña, tapando la brecha con su cuerpo, cargando un enjambre de 80 años de recuerdos que desempolva por partes, para no mezclarlos. El mundo todavía la asombra, el rumor de lo cotidiano la sigue rescatando del país de las palabras y sus plantas le regalan otra medida del tiempo. La vida es una tentación permanente aunque el cuerpo “me sorprenda todos los días” y todos los que amó “no puedan jactarse ni siquiera de poder arrojar su propia sombra”.

Me encojo en mi guarida; me atrinchero en

[mis precarios bienes

Yo, que aspiraba a ser arrebatada en plena

[juventud por un huracán de fuego

antes que convertirme en un bostezo en la

[boca del tiempo

me resisto a morir.

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