La mayor dificultad para escuchar las palabras de las más de 15 lenguas indígenas que se mantienen activas en Argentina es “la ficción de nación blanca generada por la Generación del 80 en el siglo XIX”, plantea el escritor y traductor Fabián Martínez Siccardi, coordinador junto a Diego Antico y Fiona Martínez de “La palabra indígena. Diálogo con Escritoras y Escritores Originarios”, que se realizará por primera vez en la 48° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, desde este miércoles hasta el viernes en la sala Alfonsina Storni. La apertura será con un diálogo con la poeta mapuche Liliana Ancalao (Argentina). Participarán de los seis encuentros Víctor Vargas Filgueira (Argentina), escritor del pueblo yagán; la escritora Sylvia Iparraguirre (Argentina), Dida Aguirre (Perú), Viviana Ayilef (Argentina), María Carbonetti (Canadá), Daniela Catrileo (Chile), Chana Mamani (Bolivia), Javier Viveros (Paraguay), Violeta Percia (Argentina), Silvia Mellado (Argentina) y Mario Castells (Argentina).
“Después de perpetrar el mayor genocidio de la historia argentina entre 1870 y 1890, el Estado se lanza con fuerza a instalar el relato de una Argentina blanca en donde ya no hay indios. En términos de población actual, ese genocidio implicó 2 o 3 millones de personas que fueron asesinadas, violadas, desposeídas, trasladas a la fuerza por cientos de kilómetros, encerrados en campos de concentración y luego redistribuidas como mano de obra esclava, separando hombres (a la zafra), mujeres (trabajo doméstico) y niños (semillero de futuros sirvientes)”, recuerda Martínez Siccardi a Página/12. “Algunos lograron regresar y se instalaron cerca de sus lugares de origen, pero en tierras mucho más pobres y con titularidades precarias. La mayoría se tuvo que sumar al tren de la blanquitud ficticia desmarcándose de su identidad”, analiza el coordinador y agrega que “hay que rasgar el telón de fondo de esa ficción y comenzar a reconocernos como un país mestizo, multicultural y plurilingüe”.
Víctor Vargas Filgueira (1971, Ushuaia, Tierra del Fuego), investigador de la cultura yagán, reconocido artesano creador de piezas gauchescas en cuero crudo y autor de Mi sangre yagán (La Flor Azul), advierte que “en aquella cruel conquista la vida nómada sustentable fue totalmente incompatible con el capitalismo occidental que trajo consigo conceptos como propiedad privada, trabajo para ganarse la vida, siempre desde una perspectiva colonizadora. No encuentran un solo punto en común con ‘los indígenas’ que se sustentan de la naturaleza sin sentido de propiedad y basados en la cooperación; es allí cuando se genera una separación en lo que yo denomino él (ellos y nosotros) ‘blancos e indios’”, reflexiona el primer Consejero de la Comunidad Indígena Yagán Paiakoala de Tierra del Fuego, creada en 2014 y reconocida por el Estado Argentino en 2021. “Hoy los pueblos originarios, en una constante colonización, seguimos siendo contraproducentes para los Estados ya que nos aferramos a la madre naturaleza al igual que antaño y somos los primeros que defendemos esa forma de vida sustentable dejando expuesta la destrucción de la mega industria en todos sus órdenes. Lamentablemente esa industria genera capitales codiciados, empujando a la sociedad planetaria cada día más al abismo destructivo. El diálogo entre ambos mundos se torna muy difícil ya que no hay ni un solo punto en común y muchos intereses de por medio”.
Sylvia Iparraguirre, autora de La tierra del fuego, aporta su perspectiva. “A partir del descubrimiento de América nace el concepto de raza, desconocido hasta entonces. Establecido por los europeos, esto marca el límite entre dos mundos: el indígena, sojuzgado, sea cual fuere su grupo o comunidad; y el europeo blanco. Dos elementos permanecerán constantes en el relato futuro como espejo de la dominación: el punto de vista, siempre el mismo: el del viajero europeo; la escena: el espectáculo del otro distinto, que no se puede asimilar ni se quiere comprender: ni su lengua; ni sus creencias ni su cultura. Para los relatos y la historiografía de la conquista y de la colonización, los grupos humanos que habitaron nuestro territorio desde 10000 años atrás apenas alcanzaron el estatuto humano”.
Aunque los libros de Edward Said y estudios posteriores desarmaron el discurso colonial, “persisten todavía en un sentido extenso, popular y aún instruido de nuestro país —que se ha percibido siempre como una ‘sociedad blanca’—, con respecto al tema ‘del indio’, la ignorancia, el prejuicio y la condescendencia, esta última encubierta bajo una aparente comprensión que se descubre falsa apenas uno rasca la superficie”, observa Iparraguirre. “En constante e irrevocable proceso de disolución, ese ‘choque de mundos’ necesita disolverse hasta el final. Hace décadas que las comunidades de los pueblos originarios de Argentina han levantado su voz, reclamando sus derechos ante flagrantes injusticias de despojamiento, abuso y desconocimiento. Ahora son sus escritoras y escritores quienes, como protagonistas, sin intermediarios que los interpreten, nos leen sus poemas, nos hablan de su cultura o nos cuentan su historia”.
Liliana Ancalao, poeta que pertenece a la comunidad mapuche-tewelche Ñamkulawen, subraya que uno de los conceptos que circulan para referirse a la literatura de los pueblos originarios hoy es “oralitura”, que ella entiende como “la escritura que tiene en la oralidad una de sus fuentes más importantes”, destaca la autora de Tejido con lana cruda (2001) y aclara que es “la oralidad de nuestros ancestros en el idioma madre-padre, el mapuzungun; pero también la oralidad en el idioma impuesto: el castilla zungun”.
“En mi caso, como oralitora mapuche, hago mi camino de regreso al origen, estudiando el mapuzungun que fuera silenciado, practicando nuestra espiritualidad que fuera tergiversada, reponiendo nuestra historicidad que fuera negada, accediendo al mapuche kimun, el conocimiento mapuche que nos fuera retaceado”, explica la poeta e investigadora que es miembro del Comité de Honor del Encuentro de Literaturas en Lenguas Originarias de América de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. “Esta búsqueda y estos hallazgos pasan por el cuerpo, y me llegan, aún hoy, desde la oralidad, en los Gutxam, en los Txawun, en el Gillatun. ‘Inarumefiñ/lo estudio’, lo siento, lo pienso, lo rememoro y cuando tiene cierta madurez se va decantando en mi escritura”.
Los últimos dos libros de poesía de Ancalao son bilingües: Pu zomo wekuntu mew/ mujeres a la intemperie y Rokiñ, provisiones para el viaje. “Me agrada el diseño del mapuzungun en las páginas pares y el castilla zungun en las impares; los dos idiomas en espejo, pero tanto de un lado como del otro, siempre queda alguna palabra intraducible al otro idioma”, confiesa la poeta. “En la búsqueda de imágenes en la poesía en castilla, cuando se da, rindo tributo al castellano antiguo que en la infancia escuché en expresiones de mis abuelos, así como al lenguaje referido a la actividad rural. Para mí es el castellano de la ternura, el de la gente a la que amo -reconoce la poeta-. En mapuzugun todo me resulta poético, descubrir la etimología de sus palabras, su vínculo indisoluble con la mapu, sus conceptos ancestrales. El modo en que vamos ensayando neologismos que nos permiten usarlo en la cotidianeidad. En nuestro idioma está el newen, el poder de nuestra existencia”.
Ancalao elige concluir con una descripción certera de los procesos que atraviesa su escritura: “Siento como mapuche, escribo en castellano y me autotraduzco al mapuzugun. Así, voy sanando”.
La programación completa de “La palabra indígena” se puede consultar aquí.