En el principio, una nota: “La historia que se narra en las páginas siguientes ocurrió en la ciudad de Barcelona durante el año 2010. Se han cambiado los nombres reales de las personas que aparecen con el objetivo de preservar su intimidad”. Luego, entonces, las presentaciones. Una mujer llamada Sonia hace de guía doméstica de un piso compartido entre gente desconocida, al lado de un convento de monjas. Un joven argentino de 29 años provisto de dos maletas busca un lugar donde vivir. Es el candidato ideal para las anfitrionas, mujeres de la alta sociedad chilena que, a simple vista, nadie sospecharía como lugartenientes de un camerino de escorts en un piso privado del primer mundo europeo.

No hay un solo cuadro en toda la casa, de corte neoclásico. Las paredes lucen blancas, implacables. La casa entera parece un territorio de paso y de nadie. Hasta que Sonia despeja cualquier duda de entrada: ella y la otra habitante de la casa, que viven del otro lado a la habitación del joven, separada por una cocina que funciona como una suerte de territorio neutral, son prostitutas. Sonia y Jimena, hija y madre -una de 34, la otra de 56-, ejerciendo la prostitución en pleno centro de la ciudad condal en una casa pegada a un convento, con un joven argentino que estudia en un Máster de Creación Literaria. Y que lo cuenta entre sus confidentes.

“La mayoría queda fascinado y ya empiezan a apuntarse para venir a casa a tomar algo y conocerlas. Me envidian que me haya caído del cielo, una historia así y que recién esté empezando”, escribe Laureano Debat en su primera novela, Casa de Nadie, situándose con audaz naturalidad en los diversos cruces entre testigo, personaje, escritor, realidad y ficción. Nada queda fuera de campo, y la novela bien puede leerse como un diario de campo de esa situación ideal que el becario-aspirante-a-escritor saca a la luz de una experiencia excepcional: no siempre se está conviviendo con dos trabajadoras sexuales durante nueves meses y a la vista de todo el mundo.

En esos bordes porosos, en esos límites cercenados de vida privada y vida pública, Sonia y Jimena, migrantes como él, se revelan simpáticas, conversadoras, divertidas y grandes anfitrionas, una existencia transitoria entre fiestas, orgasmos culposos, visitas de padres y amistades tan fugaces como intensas. Estructurada en meses -de enero a octubre- y con entradas de personajes, mayormente de Sonia y Jimena, Debat reconstruye el hilo fino y delicado de cómo se convirtieron en prostitutas, una música dura hecha de fugas, enfermedades, abandonos, venganzas y redenciones. Él se gana la vida como “copywriter creativo”, escribiendo artículos publicitarios, un trabajo normal y aburrido, y en la trama es notorio que cuanto más se invisibiliza y más irrumpe su tarea ciertamente antropológica-sociológica en el ida y vuelta con las prostitutas, la novela avanza en suspenso y curiosidad. Allí se centra el atractivo de su escrito, y no tanto cuando irrumpen las telarañas de sus vidas pasadas como tampoco la de acontecimientos y circunstancias ajenas al concéntrico círculo de sexo, confidencias y pasadizos secretos en el corazón de la gran urbe cosmopolita.

Entre tanteos y simulaciones, la relación entre Debat y sus dos convivientes pasa diferentes momentos de confianza y conocimiento -es habitual que Sonia aparezca desnuda en la cocina, como una costumbre desprovista de erotismo- donde ningún detalle de la actividad se da por supuesto y es por eso que abundantes páginas marcan la minuciosidad del oficio carnal, que por caso son obsesivas con la limpieza -es usual que hagan duchar a “feos” y “sucios”- y descartan como clientes a moros y marroquíes por ser de “mal rollo”. Un asunto profesional, de estricta planificación y, sobre todo, de salud mental mayormente que un trabajo del cuerpo, en el sentido más íntimo y extremo.

En una de esas tantas charlas que Debat trata de retener en la memoria para volcarlas luego en libretas y en su computadora de habitación, Sonia, quien no parece ser de medias tintas, le dice: “A ti te gustan los libros, ¿no? Pues, quizás en una semana te lees un libro, suponte, porque ya estás acostumbrado. Yo, con este trabajo, es lo mismo. Si traigo un tío que me gusta y me lo quiero follar por placer, para mí toda la noche es toda la noche. Los blanditos no me gustan”. Pocas páginas después, el escritor argentino se pregunta cómo hacen madre e hija para dormir en una cama donde se ha tenido sexo con tres, seis hombres desconocidos, hombres sudorosos, peludos, hambrientos. Cómo se puede conciliar el sueño cuando flotan por la habitación partículas de sudor, baba, semen y gases de diferente procedencia.

La intriga y la observación distante no dan lugar a juicios morales ni a posiciones edificantes. Debat duda, se pregunta, permanece en las sombras (“aún me cuesta decodificar bien a Sonia, conocerla más a fondo, comprenderla, saber qué momento es apropiado para hablar de ciertas cosas con ella”), hay cosas que nunca se sabrán e historias que están repletas de datos incomprobables, como el mismo Vademécum que arma obsesivamente.

Escribe Debat, agobiado por la pregunta obvia que le hacen sus cercanos sobre si tuvo o tendrá sexo con ellas, asumiendo que es algo que sucederá tarde o temprano: “Creer que la prostitución prevé una necesaria adicción al sexo es, como mínimo, erróneo y fuera de eje. Ahora que ya ha pasado algún tiempo de la convivencia con Sonia y Jimena, que veo cómo trabajan, que me cuentan cosas de su vida y su oficio, empiezo a entenderlo. Pero lo que sigo sin entender es por qué tanto hombre que jamás fue de putas me hace la pregunta, aunque supongo que es el reverso de lo otro: esa curiosidad parte de una cultura masculina que va de putas”.

Una novela de medicamentos -largos y a veces engorrosos son los párrafos donde se describen marcas y drogas, en una “comunión” dependiente de la industria farmacéutica-, tabaco y alcoholes finos, de clientes vaporosos y de una Barcelona con Messi en el Camp Nou (“escruto con detalle sus piernas arqueadas, esa manera torcida de pararse en la cancha que tiene cuando las cámaras no lo registran”), de una perra china llamada La Niña que es el puente afectivo entre los moradores, de camas reforzadas para no chillar y de adioses repentinos. Todo bajo una prosa entretenida, donde Debat nunca cede su asombro en una azarosa y deslumbrante convivencia que es, tal vez, su máster creativo más extraordinario fingiendo ser un joven de paso, uno más en la ciudad de los jóvenes de paso.