Los Molles es un bello paraje en Traslasierra, San Luis. En ese marco hay que adentrarse para comprender parte de Electro, carne y hueso, flamante tercer disco de Jorge Araujo, cuya presentación oficial en Buenos Aires será este martes a las 20.45 en Café Berlín (Avenida San Martín 6656). “Al vivir en pleno monte nativo, estoy relacionado con arroyos, familias de lagartos, y montañas”, pinta el ex baterista de Divididos ante PáginaI12. “Y esto por supuesto aparece muchísimo en el disco, tanto en las letras que refieren a los temas de mi vida y mi entorno, como en la música”.

El disco es cortito. A la antigua. Tiene ocho piezas que en total no superan el umbral de la media hora. La parte musical que más lo vincula al remanso natural ancla en dos hermosas canciones: “Canto y miedo” y “Están por venir”. Hay otras que huelen a naturaleza profunda, también, pero a partir de sus letras. Entre ellas, “El impostor” y “Pepino”, tema que Araujo escribió pensando en su perro. “Es la historia de mi perro hemofílico que no la pasó muy bien, a causa de esa enfermedad tan difícil de diagnosticar que lo tuvo a maltraer entre transfusiones e internaciones”, cuenta. “Y a su vez engancha con `El reencuentro`, cuya historia es la del reencuentro entre una madre y su hijo, entre `Pepino` y su madre Betty, justamente. Este disco no tiene metáforas, porque está ligado a mi vida, a mi entorno, a lo que está sucediendo”. El sonido, en tanto, está contenido en un título que lo expresa perfecto. Electro, carne y hueso junta y mezcla una decisión artística propia, entre audios electrónicos e instrumentos tracción a sangre, en la que no predomina ninguna de los dos. “El título es una manera de comunicar brevemente que el disco no se trata de algo baterístico, como se podría suponer. Cualquier persona que vea la tapa y lea el título ya se va a encontrar con lo que digo”.

Lo que dice el baterista de Gran Martell no hubiese sido posible sin un particular encare en la producción artística, que ocurrió separada de la composición. “La producción fue de tres productores que yo no conocía, y con los cuales no tuve más contacto tras mandarles las canciones y grabar las baterías, las guitarras y las voces. El acuerdo era que yo tenía que bocetear para que ellos trabajaran sobre eso… obviamente, tuve que delegar el control de la obra y eso hizo que el disco tuviera una estética sonora diferente a lo que pude imaginar”, admite el baterista, que se animó a más.

A cantar, por caso. “Es que dejé de hacerlo hace 20 años, porque cuando empecé tocaba la guitarra y cantaba para animar fiestas familiares, o fogones en la playa. Pero, bueno, luego de tantos años de autorrotularme como baterista, está bueno darme el permiso de cantar, componer, tocar la guitarra, ¿no? No seré muy experimentado en eso, pero tampoco estaba bueno negarlo, sobre todo cuando estás llegando a una edad en la que está bueno sincerarse”.

-“Canto y miedo” es quizá el tema más telúrico del disco ¿se está asentando tu tendencia folklórica a la hora de componer? porque no es el único en esa veta.

-Tiene que ver con la tierra en la que vivo, en la que cada vez frecuento más espacios ligados a cuestiones folklóricas, sí. Esto me está generando una influencia cada vez mayor, y especialmente en este tema, que es el que más reminiscencias folklóricas tiene.

-¿Cuál es el que compensa hacia el lado electrónico, el otro costal estético que proponés en el disco?

-“Electro, carne y hueso”, sin dudas. Cuando los productores me lo mandaron después de meses de haber recibido mi boceto, yo estaba en la montaña, lo escuché y empecé a saltar como si estuviera en un boliche (risas). Me provocó un estado de alegría tremenda. No tenía idea que iba a terminar así, porque siempre me pareció muy difícil amalgamar los sonidos acústicos con los electrónicos. En Earthling, de Bowie, hay un baterista que es uno de mis preferidos (Zachary Alford), porque justamente amalgama muy bien lo electrónico con lo acústico. Bueno, en el tema del que estamos hablando me pasó algo de eso, porque empezaron a achurar tomas mías con impronta de batería acústica, y la amalgamaron con sonidos electrónicos.

-Electro, carne y hueso sucede a A un minuto de envejecer y Cuerpocomoderno, tus discos solistas anteriores. ¿Qué lo aleja y qué lo acerca de aquellos?

-En que me noto mucho más familiarizado con la composición. Pensé que iba a ser todo lo contrario, que a medida que pasaran los discos me iba a ver cada vez más limitado en este sentido porque lo que conozco de armonía en piano o guitarra es muy poco. Pero luego, jugando con afinaciones diferentes y haciendo muchas horas culo para que apareciera algo que llame la atención, logré hacer la diferencia entre este trabajo y los anteriores.

-“La verdad es que al principio no me llevé bien con la cuestión solista, creo que por una cuestión relacionada con la practicidad”, dijiste en nota anterior con PáginaI12. ¿Cambió en algo esto? ¿te acomodaste mejor al rol solista?

-No tanto. Sí pasó que a partir de la pandemia me ayudó mucho conectarme con la parte electrónica. Me refiero a loopear, a grabar sonidos electrónicos, a estudiar pedaleras… cosas que excedían el trabajo en la batería, y gracias a esto pude armar un set con muchísimas cosas que puedo transitar solo.

-Bonus: ¿Cuál es la actualidad de Gran Martell?

-Y, bueno, como es un ilusionista a veces aparece y a veces está medio guardado (risas). Por suerte, Gustavo (Jamardo), Tito (Fargo) y yo somos amigos. Los tres tenemos muchas ganas de tocar juntos, pero también es cierto que cada uno tiene compromisos por su lado, por lo que se hace difícil juntarse y hacer una gira, por ejemplo. Hay un parate musical, pero a las vez ganas de tocar, y un material nuevo que nunca grabamos, y podríamos retomar.