Evelin lleva en sus manos una carpeta tipo escolar. En ella hay hojas manuscritas con lápiz negro. Es un proyecto sobre preservación y rescate de la cultura chané, de la cual forma parte y se siente orgullosa. Evelin tiene 26 años, vive en la comunidad Tuyunti, cercana a la localidad de Aguaray en el norte de la provincia de Salta, y es una de las tantas jóvenes que cotidianamente buscan resguardar la memoria y cultura de su pueblo.

Pero Evelin no está sola en esta cruzada, comparte el trabajo y compromiso cotidiano para con su comunidad con otros jóvenes que se involucran fuertemente. Algunos de ellos son Brenda, de 24 años, presidenta del Consejo Comunitario, y otro es Horacio, quien con 23 años es cacique de la comunidad.

Horacio reflexiona, reconoce la responsabilidad que representa el lugar que le toca ocupar, por su cargo y por ser tan joven: “Mis tareas son ayudar a la comunidad, apoyarlos, estar presente para lo que necesiten. Acá hay muchas necesidades, por ejemplo, de vivienda y en actividades para niños”, describe el cacique.

“Estamos queriendo recuperar nuestra cultura, si no poco a poco se va perdiendo. Tenemos un grupo de jóvenes con el cual queremos intentar que no se pierdan muchas cosas de nuestra cultura, como, por ejemplo, hacer las máscaras, el carnaval, las artesanías. De a poquito lo vamos pudiendo hacer ya que la comunidad nos recibe bien, están orgullosos de que no se pierda la cultura ya que somos todos chané”.

Brenda, Horacio y Evelin (Imagen: gentileza de Mario Luna).

En tanto, Brenda, presidenta del Consejo Comunitario, remarca: “al Consejo lo conforman otras diez personas. La elección se hace mediante asamblea, la persona que quiera se postula y por una votación de las familias de la comunidad, se elige. Nuestra tarea es encargarnos de velar por la comunidad, presentar proyectos, ayudar a familias y trabajar conjuntamente con el cacique”.

Lo jóvenes chané de la comunidad Tuyunti tienen en claro la necesidad de interrelacionarse, ya que de eso depende en gran parte el futuro de su cultura. “La relación con el cacique es muy buena ya que entendemos que es una responsabilidad muy grande y tenemos el objetivo claro de trabajar para la comunidad, donde las necesidades son muchas. Una de ellas es crear una casa cultural, un museo para que se revalorice nuestra cultura chané. Después tenemos otros desafíos, fundamentalmente el acondicionamiento de la bomba de agua de la cual se abastece toda la comunidad que es grandísima, casi 2.000 habitantes. Entonces tenemos que estar presentando proyectos y luchar por el abastecimiento del agua”.

Desde su joven compromiso comunitario, Brenda reafirma la identidad territorial que muestran en la comunidad. “En cuanto a la cultura y arraigo, todos nos consideramos chané, por más que algunos ya se hayan casado con otras personas, ellos también valoran nuestra cultura, nuestro idioma, nuestra vestimenta: el tipoy, el carnaval, la música, la danza y la comida. A veces nos cuesta un poco el tema porque fallecieron los más grandes, por eso siempre tenemos proyectos para preservar nuestra cultura, para que todo el mundo vea lo que somos”.

En este resguardo ancestral la comunidad de Brenda no está aislada, ya que tienen vínculos con otras comunidades del Pueblo Chané de la zona. “Estamos en contacto y nos relacionamos con las autoridades de otras comunidades. Las que hay por la zona son Campo Durán, Algarrobal, Capiazuti, Ikira y la nuestra, Tuyunti”.

Genaro López, tiñiendo con hojas una típica máscara chané (Imagen: gentileza de Mario Luna).

“A los 8 años ya estaba en el monte trabajando con mi padre”, cuenta Genaro López, artesano chané de Campo Durán. “Yo no sabía hablar castellano, hablaba nuestro idioma, y mi padre no me quería llevar al monte, donde él trabajaba como hachero, por las cosas que podían pasar. Pero yo igual iba, siempre fui curioso”, dice entre risas recordando sus días de niño travieso.

Genaro mira hacia el monte y señala el horizonte indicando con el brazo extendido: “Al tiempo dejaron de trabajar ahí, volvieron del monte y mi padre decía ‘han venido compradores’, refiriéndose a nuestras artesanías, y entonces comenzamos a hacer máscaras con el yuchán (palo borracho). Antes lo teníamos cerca, al lado de la ruta, ahora está muy lejos y tenemos que pagar flete muy caro”, comenta al pasar describiendo una de las grandes problemáticas de la zona: el desmonte.

Las máscaras se usan para los rituales y para el entierro del carnaval, por ejemplo, y hacemos los animales que vemos en el entorno: toros, osos hormigueros, tigres, todos de la zona”, afirma el artesano chané mientras pinta con tintes naturales una de las típicas máscaras. “En casa seguimos hablando el idioma, siempre lo hicimos, y ahora se dan cuenta que el idioma falta y se necesitan maestros bilingües. Es un avance, a mi esto nunca me pasó”.

Por su parte, Gabriela Orio realiza cerámica desde los 8 años, y desde aquel momento nunca dejó el oficio. “Hago gallinitas, floreros, jarras”, comenta y remarca que la materia prima la tienen en su entorno próximo, por eso cada paso de su artesanía habla del terruño en el que vive. “La arcilla la sacamos del río, la secamos, molemos y ahí empezamos a preparar amasando como si fuera harina y con eso vivimos”, comenta Gabriela orgullosa de que sus manos y la tierra ancestral sean el sustento y el sostén cotidiano, “me encargan de Buenos Aires, de Salta”.

Gabriela Orio (imagen: gentileza de Mario Luna).

A escasos kilómetros se encuentra René Castro, quien abre las puertas de su casa mostrando piezas de hechura artesanal, típicas máscaras chané que elabora desde hace más de 20 años, habilidad que le enseñó su tío. Mientras, su compañera trae varias piezas de cerámica, una dualidad presente en muchos hogares donde el hombre trabaja el yuchán y la mujer, la cerámica.

En medio de la conversación René sostiene un libro en el que se relatan costumbres históricas del Pueblo Chané, muchas de ellas ya perdidas u olvidadas. René comenta que intenta retomar algunas para que vuelvan a ser parte de la cotidianidad de su pueblo. “Con la comunidad nos organizamos para resguardar la cultura, artesanías y lengua, hablamos siempre en la casa para que no se pierda. Y la comida es muy importante, lo que se come ahora es veneno, mi abuelo me decía que había que comer comida natural, que Dios nos da la tierra para cultivar y comer de ella”.

René Castro (Imagen: gentileza de Mario Luna).

René profundiza un problema que es factor común en este pueblo y en gran parte de los pueblos originarios: “Desde que pasó el trazado de la ruta cerca de la casa, la gente llega y nos rompen el cerco, roban animales, la vida nos cambió para siempre. Antes teníamos siembra y animales, ahora el espacio queda cada vez más chico. Es por eso que en lo poco que nos queda, queremos recuperar, rescatar y volver a nuestras costumbres”.

Mostrando uno de los libros que no despega de sus manos, Castro comenta: “me encargo de estudiar para transmitir a nuestros hijos la cultura, decirles quién lo hizo, cómo lo hacía, y todo eso que me contaba mi abuelo yo lo transmito. Es por eso que nos encantaría hacer un museo, para explicar bien todo de nosotros, ya que nos visitan seguido desde lejos: Italia, Alemania, Suiza, Estados Unidos, y preguntan los significados de cada una de las cosas que hacemos. Se sorprenden a veces del orgullo que tenemos de ser de aquí, nativos, de ser chané”.

Con una fuerte afirmación en su identidad, la cultura chané aporta a la diversidad desde el territorio, mostrándose preparada para resistir los embates que los tocan y afectan cada vez más de cerca. Jóvenes y adultos aúnan esfuerzos y reconocen el valor de su cultura ancestral y la vigencia de sus prácticas, inmersos en un mundo hostil a lo diverso que tiende a estandarizar pensamientos y prácticas culturales.