El debate y la media sanción en Diputados de la ley Bases podrán haberle quitado el sueño al mundillo político, pero seguramente no a la gran mayoría social. Sin embargo, tienen un valor simbólico significativo en varios aspectos.
El primero es que la gestión de ultraderecha consiguió, al fin, una victoria parlamentaria. Por cierto, fue a costa de que Javier Milei debiera amortiguar sus bravuconadas de perorata antipolítica. El “nido de ratas” que era el Congreso se convirtió en un bastión de “héroes de la Patria”, de la noche a la mañana y sin ningún problema.
El Gobierno, prácticamente, negoció hasta el aire que se respira. Fue con el habitual concurso de radicales agachados, peronistas amigables, macristas de regalo o de negocios, dando uno de los espectáculos legislativos más inmorales que se recuerden. Del desorbitado Rodrigo de Loredo, del profesionalismo oficialista de Miguel Pichetto y de Pucho Ritondo, para no abundar, podía esperarse lo que viniere.
A casi todos los demás, salvo el abroquelamiento que debe reconocérsele a la ex Unión por la Patria y por supuesto a los parlamentarios trostskistas, les cabe lo que Rudy y Daniel Paz sintetizaron en uno de sus recuadros humorísticos en este diario. Milei dialoga con un interlocutor cualquiera, le dice que los precios siguen bajando y que el otro día, justamente, en un local de Congreso, consiguió dos diputados al precio de uno.
La información es abundante en cuanto a que la ley llegó y terminó devaluada. Las facultades extraordinarias del Ejecutivo quedaron relativamente recortadas, al igual que las empresas públicas a privatizar (de 40 a 8) y algunos ítems de la reforma laboral. Además, falta que atraviese el Senado.
El Gobierno está transando con gobernadores y eventuales díscolos. Los rumores e indicios de una nueva Banelco inundan el ambiente. La Hermana en Jefe y Victoria Villarruel puntean a cada quien. Lo de “la casta” pasó a mejor vida, y se lo reconoce entre los propios libertaristas. Advertido con entusiasmo por el ministro Guillermo Francos: hacen falta “menos trolls y más política”.
Quizá deba prestarse mayor atención al ¿bloque? senatorial de UxP que a los sueltos u orgánicos del resto. ¿Qué hará Martín Lousteau, apenas por ejemplo? No deja de ser el presidente formal de una otrora UCR. Supo haber allí elementos pequeños y enormes de dignidad política y personal. Pero no hay más partidos. Hay tribus.
Como fuese, el mileísmo, o macrimileísmo, o mileimacriperonradicalismo, obtuvo mantener la iniciativa y continuar situado en el centro de la agenda publicada.
Es un hecho incontrastable que se discute únicamente alrededor de las provocaciones y planes oficiales. Tampoco hace falta perspicacia alguna para deducir una pregunta masiva y recurrente. Para el caso de la ley Bases, ¿qué proponía y propone la oposición como modelo estructural alternativo? Nada. Y si lo hace, como en los documentos y discursos de CFK, ya no tienen fuerza suficiente para imponerse.
Sólo se gira en derredor de Milei, para decirlo de modo simplote pero concreto.
Afortunadamente y a propósito de eso, la exquisita canciller Diana Mondino puso las cosas trascendentes en orden. Dejó para la historia diplomática del mundo su frase inmortal. “Son chinos, son todos iguales”, dijo en París al ser consultada por la base científica que el país asiático instaló en Neuquén.
Cuando quiso corregirse no hizo más que empiojarla, aparte de haberlo hecho a través de frases inconexas, plagadas de muletillas y dubitaciones. Señaló haberse referido a que “no había nadie uniformado”, con lo cual y de paso quiso desmentir el carácter militar de la estación. El Súper Agente 86, un poroto.
Mejor no imaginarse lo que podría declarar la ministra si se encuentra con alguien capaz de chucearla en alguna visita a Japón, Bolivia, la India o el Congo.
Muy probablemente, a Beijing le toca más el dicho de Mondino acerca de que “China es una sola”.
Se venía, sin ir más lejos, del diputado provincial Agustín Romo, de La Libertad Avanza, celebrando que Taiwan regalara 300 cajas con pan dulce para repartir en territorio bonaerense. Es el mismo que propuso cambiar el nombre del CCK por el de Julio Argentino Roca. Y el mismo que, junto a Santiago Caputo, conduce el diseño, tácticas y estrategia del ejército de cuentas y trolls del Gobierno.
También es verosímil que a China le importe sobremanera de qué forma se usa acá su dinero crediticio. Los swap. Y, sobre todo, cómo piensa compensarlos el gobierno argentino. Preguntada en torno a eso, Mondino se enredó en otra respuesta digna de Fidel Pintos.
Ya que los chinos son todos iguales, es legítimo considerar que la bestialidad de la canciller les importaría tres pitos porque, muchísimo antes, les conciernen sus intereses geopolíticos y de negocios.
Pero eso es exclusivamente sobre los chinos. Sobre Argentina, si es que todavía existe un “nosotros”, rige otra dimensión.
La frase de Mondino es una nueva alegoría de un gobierno cambalachesco, que se revela como tal en episodios sucesivos y cotidianos.
Puede tratarse de ese manejo de la diplomacia, que después incluyó la descomedida respuesta a España por el dicho de su ministro de Transporte en una reunión del PSOE. De Milei saltando al Luna Park para presentar un texto, escrito no se sabe por quién y a cuyos fines pidió a la Feria del Libro 5 mil entradas gratis. De la interna de Casa Rosada en donde se cruzan virtualmente todos contra todos, al punto de haberse llegado a versiones extendidas de un “relanzamiento” del Gobierno, con cambio de gabinete, si es que llegan al cordobés Pacto de Mayo el próximo 25 (con escenografía de columnas romanas, y no es chiste).
Empero, y como expuso su triunfo parcial en Diputados, el oficialismo recula y progresa a la vez. Es gracias a una oposición que no da pie con bola, también sumergida en luchas intestinas, banales, y sea que hablemos de la “dialoguista” -¿es oposición eso?- o de la más confrontativa.
Hasta tal extremo es así que no pudo capitalizarse una de las marchas más nutridas y emocionantes desde el retorno democrático. De nuevo: la calle puso la acción y la dirigencia no está a su altura.
El paro general del jueves que viene será otro mojón de un rechazo disperso.
No durará toda la vida por la obviedad de que en política no existen los vacíos eternos. Pero, mientras tanto, la híper-recesión, las suspensiones y despidos, los comercios devastados, los comedores populares cada día menos surtidos, el saqueo contra la clase media, la plata jubilatoria, no son enunciados. Son gente.
En sentido injustificable pero comprensible, según demuestran todas las encuestas más o menos creíbles y salvo que haya un río subterráneo de bronca susceptible de estallar en algún momento, el Gobierno se adelanta en el imaginario colectivo con la inflación de un dígito. La “vuelta” del crédito hipotecario con cuotas similares a las de un alquiler. El tipo de cambio sin moverse. La presunta sensación de estabilidad en los decisivos sectores medios con el costo de achicarse a más no poder, pero “estabilidad” al fin. Y aquello de que, entonces, el sacrificio valdrá la pena.
Vieja sentencia: las necesidades de las masas no son necesariamente lo mismo que sus intereses.
Es un partido que en lo nodal, por ahora y hasta más ver, continúa jugándose en si el Gobierno conseguirá los dólares para que sigan funcionando la economía macro y el ilusionismo. Caputo Toto está alarmado porque “el campo” de las grandes cerealeras ya retacea liquidaciones, a la espera de una nueva devaluación.
Como los chinos, son todos iguales.