La génesis de la industria nacional de videojuegos es una experiencia que se tiene que tomar con el rigor con el que un astrónomo estudia una supernova. Presenciar el nacimiento de un nicho habilita a tener una perspectiva más amplia a la hora de analizar problemáticas que hace tiempo aquejan a varios sectores del mercado general. Aunque la historia de los videojuegos argentinos data de hace apenas 10 años, heredó un problema que el feminismo lucha por disolver: el predominio de un género en ciertos rubros laborales.
Inés Naiberger es ingeniera en informática, técnica en producción de gráficos 3D y desarrolladora en Unity. Belén Andrade es diseñadora y animadora 3D, guionista e historietista. Y juntas filosofan sobre por qué hay pocas mujeres en el desarrollo de videojuegos. En un break en LemonChili Games, el estudio donde trabajan, cuentan que siempre tuvieron una consola a mano y que nunca estuvieron limitadas a usarla. “A principios de los ‘90, los juguetes estaban muy diferenciados: eran azul o rosa, tuvimos una infancia muy binaria. Pero mis papás no me compraron cosas por género. Era indistinto. Eso me ayudó a no pensar en los videojuegos como algo masculino, pero reconozco que a mis amigas mucho no les gustaban”, comenta Inés, recapitulando sobre su propia experiencia.
Su afirmación no está muy lejos del resultado que arrojó una investigación del Smithsonian, el grupo de museos norteamericanos. Bajo el interrogante de “¿Qué les sucedió a las mujeres de la informática?”, señala que los hombres dominaron la computación gracias al lanzamiento de las computadoras de escritorio, publicitadas como un “juguete para varones”.
¿Puede ser que el resultado de estas construcciones intimide a las mujeres antes de entrar al rubro? “También existe un estereotipo de nerd machista que hace que la gente a veces diga ‘uh, ahí son todos re malos’, y nada que ver. Hay que desmitificar esas ideas”, dice Belén. Después de todo, hasta las series como The Big Bang Theory juegan con esos roles y siguen perpetuando el imaginario.
“No tuve problemas con compañeros, pero los informáticos en general somos gente introvertida, no bardeamos, no nos gusta meternos en problemas. Quizás al no tener tanto contacto social, los hombres del rubro no se empapan de esas ideas. Probablemente por eso al hombre de sistemas lo sorprende muchísimo ver una mujer haciendo lo mismo que ellos, pero siempre gratamente”, contrasta Inés.
En la búsqueda de una respuesta, Inés y Belén se topan con la realidad de que a la comunidad gamer, contraparte del mundo del desarrollo, le cuesta muchísimo entender de diversidad. “Cambié mi battletag (apodo en la plataforma de Blizzard) porque me gastó un chabón y me quedé pensando en que no quería bancarme eso. Así me sentí más libre de poder ser bardera, pero no debería tener que hacerlo. En ese momento me dio fiaca tener que estar siempre defendiéndome contra todo eso”, descarga Belén mientras suelta con un poco de bronca que debería haber conservado su nombre real en lugar de “travestirse”.
Si el gaming es la cara visible del desarrollo, ¿será que muchas mujeres consideran al sector un ambiente difícil? “En el ambiente gamer hay hostilidad hacia las mujeres, quizá por eso se cree que se puede experimentar el mismo rechazo en una empresa que hace juegos. Pero la realidad es que, al menos en Argentina, el ambiente en la industria es muy diferente al de la comunidad gamer.”
Ambas reconocen que su generación las convenció de que las mujeres no estaban fuera de lugar en el mundo fichinesco. Inés cree que necesario difundir la realidad del rubro para solucionar la disparidad de género: “Me gustaría dejar esa marca en la industria, mostrar que los juegos son para todos. Quiero demostrar que estamos, que se puede, que hay participación, que está bueno. Si te gusta hay que animarse, nadie te va a comer.” Ese es el espíritu que las dos concuerdan mantener: el de un rubro nuevo, fresco, lleno de posibilidades pero, más que nada, igualitario.